Vivimos en un país resquebrajado, lleno de brechas. Una de las más importantes, sin duda, es la informativa. Esa que lleva a voceros, secretarios y políticos a decir que los medios de comunicación están en poder de la derecha (indefectiblemente adjetivada de oligárquica); porque, simplemente, no publican lo que desearían, ni callan información que para ellos sería muy deseable que dejaran de decir.
Vivimos en la era de Internet. Y precisamente por eso los ciudadanos nos damos cuenta antes, mucho antes en algunos casos, de sucesos relevantes en la sociedad: desde la intención de algunos políticos de censurar anuncios comerciales, hasta el arresto de una solitaria manifestante frente a Casa presidencial; por citar un par de ejemplos.
El desconcierto que produce en políticos y seguidores (tanto en los del gobierno, como en los de la oposición) que la información fluya tan rápida –y en algunos casos- exactamente, les lleva a creer que hay desestabilizaciones y golpes duro-blanditos de Estado. Son bastantes, parece ser, los que responden al clásico principio ideológico: lo que no entra en mis categorías mentales de análisis, lo que contradice la teoría del líder y conductor, solo tiene dos posibilidades: o es falso, o lo han inventado (y también es falso) mis enemigos para dañar.
Da la impresión de que muchos políticos y funcionarios habitan burbujas informativas: solo conocen, y dan crédito a lo que les avisan sus informantes de confianza, únicamente prestan consideración a lo que se publica en los medios de comunicación de su banda ideológica, exclusivamente tienen por verdad aquello que sus seguidores en las redes sociales hacen eco y difunden endémicamente a golpe de consigna, tuit e insulto.
Si esto es así, quizá explicaría “el festival del impuesto”; es decir, esa descoordinación que ha llevado al Ejecutivo a intentar gravar la electricidad sin considerar que poco tiempo atrás las tarifas del agua aumentaron desmesuradamente, que ya había sido cargado un impuesto a la telefonía y comunicaciones, y que de las transacciones bancarias cuelgan no uno sino una reata de gravámenes.
Como la burbuja aísla a los funcionarios no solo de información real, sino también de lo que están haciendo sus colegas en otros puestos dentro del gobierno se explica que, a fin de cuentas, haya tanta descoordinación e improvisación a la hora de cargar a los ciudadanos con más tributos.
Además, como el que se aísla suele tener un patrón mental maniqueo, de amigo-enemigo; es lógico que tienda a ver dedicatoria directa contra él en las resoluciones de inconstitucionalidad de la Sala, alianzas de los magistrados con sus “enemigos”, y confabulaciones. Cuando, en realidad bastaría contar con unos buenos asesores jurídicos para dejar de emitir leyes y decretos que por inconstitucionales, terminan siendo declarados tales por la Sala.
Pero, todo hay que decirlo, también podría suceder que la burbuja esté del lado de la gente. Me explico: cada vez hay más y más personas que a través de las redes sociales hablan mal de la “situación” (política, económica, de seguridad ciudadana); mientras en sus declaraciones los voceros y el mismo presidente dicen linduras del país de las maravillas… Sin embargo, uno percibe los muertos en la calle, las restricciones unilaterales de préstamos al Estado por parte de bancos extranjeros, el alza en los recibos del agua, teléfono y luz… Escasez de medicinas en hospitales (no por lo que dicen los medios, sino por lo que manifiestan los parientes), impago del gobierno a sus proveedores, comunicados oficiales retrasando pago de pensiones a militares jubilados, etc.
Por lo que, a fin de cuentas, resulta más sensato pensar que los habitantes de las burbujas no son precisamente los ciudadanos, sino aquellos a quienes les hemos encargado temporalmente que gobiernen.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare