El populoso reparto Altavista, en Ilopango, ha sido escenario de homicidios y balaceras en reiteradas ocasiones, pero la masacre cometida en la zona, la noche del jueves, no tiene precedentes.
Seis hombres, entre ellos un adolescente de 14 años, fueron acribillados con pistolas, y fusiles M-16 y AK-47 en un negocio de juegos de maquinitas.
Ellos se sumaron a otras 20 personas que ese día murieron en el país en circunstancias violentas.
Testigos de la masacre y la Policía manifestaron que, alrededor de las 7:00 p.m., tres pistoleros (que vestían ropa oscura) descendieron de una camioneta de modelo reciente y otro se quedó esperándolos dentro del vehículo.
Algunas de las víctimas estaban dentro del local y otras sentadas en unas bancas que estaban colocados en la fachada del lugar. Los atacantes obligaron a todos a meterse.
La balacera duró varios minutos y provocó que decenas de lugareños que circulaban por el bulevar Las Pavas o que se habían detenido en algunos negocios para comprar la cena salieran despavoridos al oír los disparos.
A pocos metros de la escena, varios policías hacían un patrullaje pero no lograron llegar a tiempo al negocio para detener a los delincuentes.
Los oficiales continuaron la marcha hasta la Carretera de Oro, tras ser alertados de que ese rumbo siguieron los homicidas, pero tampoco pudieron ubicar la camioneta.
Horas después, un policía narró que sus colegas tardaron en llegar debido a que la calle principal está en malas condiciones y tiene varios túmulos.
Los hombres ultimados fueron identificados como Anderson E., de 14 años; Diego Salvador Mejía, de 18, y David Josué Echegoyén, de 19.
Junto con ellos fueron ultimados Cristian Andrés Guzmán, de 21, Pedro Alexander Corvera, de 22, y del otro se desconoce el nombre.
Grupo de exterminio no estaría tras la masacre
Al lugar del séxtuple homicidio llegaron el director y el subdirector de la Policía Nacional civil, Howard Cotto y Waldemar Flores Murillo.
Alrededor de las 11:30 p.m., Cotto declaró que había indicios de que algunos de los muertos pudieran ser pandilleros, pero dijo que antes de confirmarlo se debía corroborar otra información.
Además, reveló que cuatro cadáveres estaban sin camisas, por lo que se presume que los homicidas querían corroborar si los hombres tenían tatuajes alusivos a pandillas. Hasta esa hora, el jefe policial dijo desconocer si los tenían.
En la escena, algunos lugareños se preguntaban si el ataque había sido obra de un grupo de exterminio.
Cotto sostuvo que esa posibilidad era “remota” y agregó que “ya tendría más fuerza la hipótesis de que fueran miembros de pandillas” los autores de la matanza.
En la zona se rumoró que el primer hombre en ser ultimado fue el administrador de la sala de juegos, la cual empezó a funcionar en el inmueble hace menos de 10 días.
Las autoridades señalaron que estaban indagando si el blanco del ataque era él y los demás fueron acribillados para que no quedaran testigos.
El lugar donde está situado el negocio donde fue cometida la masacre es asediado por la pandilla 18 y, según algunos habitantes, es un territorio que la mara salvatrucha quiere controlar.
Según narraron algunos habitantes, la carretera de Oro divide a las dos pandillas.
“Se descuidaron estos bichos (los de la pandilla 18) y se les vinieron a meter (los rivales)”, le susurró un lugareño a su vecino mientras intentaban ver a las autoridades cuando procesaban la escena.
Las opiniones en el lugar eran encontradas: mientras algunas personas sostenían que sus familiares muertos no eran pandilleros, otros pobladores vinculaban a algunos de ellos con esos grupos delictivos.
La mayoría de dolientes se negaron a hablar del hecho. Algunos habitantes dijeron que Cristian Guzmán, trabajaba en una empresa de agua embotellada y tenía pocos minutos de haber llegado a casa cuando decidió ir a jugar a las maquinitas. Su madre le habría advertido que por su seguridad no saliera tan noche.
También relataron que el adolescente de 14 años estudiaba octavo grado y luego vendía pan francés. Según sus vecinos, él llegó al establecimiento mientras esperaba que lo despacharan en una pupusería cercana.
Algunos pobladores dijeron que la presencia policial es esporádica y temen que la masacre desencadene más hechos de violencia en la zona.
Ayer por la mañana, la calle principal del reparto Altavista lucía desolado pese a que en lugar abundan los comercios formales e informarles.
No se veía presencia de policías y los lugareños se mostraban esquivos con periodistas.
Además, en la fachada de la sala de juegos había rastros de sangre; en un basurero estaba amontonada una banca ensangrentada y las gorras de dos de las víctimas.