Todos los salvadoreños aplaudimos el cese del conflicto armado en nuestro país. Con ello poníamos fin a un enfrentamiento fratricida que nos había causado mucho dolor. Tras varios años, todos estábamos claros que la postergación de la lucha solamente podría significar más muerte y más luto; era una guerra en la que todos estábamos perdiendo y en la que solo podíamos seguir perdiendo.
En mi caso y el de mis hermanos, para cuando se firmaron los acuerdos de paz, ya habíamos perdido a nuestro padre en la masacre de la Zona Rosa; nuestra madre había perdido a su esposo.
Con esa dura realidad dimos la bienvenida a la paz y nos preparamos para vivir en ella. No supimos, sino hasta algún tiempo después, que los negociadores de los acuerdos y las autoridades de la época habían considerado que para impulsar y alcanzar la reconciliación nacional, era imprescindible conceder una amnistía amplia, absoluta e incondicional, a favor de todas las personas que en cualquier forma hubieran participado en hechos delictivos ocurridos antes del cese del conflicto.
No pretendo juzgar la conveniencia o necesidad de la decisión que en ese momento se tomó, ni mucho menos pretendo efectuar un análisis jurídico del tema; me despojo por un rato de mi profesión.
Para nada reprocho, pero hablando desde lo más hondo, tengo que decir que es obvio que al momento de tomar esa decisión, no fuimos las víctimas en quienes más se pensó, se diga lo que se diga.
Por años escuché, leí y analicé las explicaciones de los protagonistas de los acuerdos de paz y reconozco que en algún punto llegué a convencerme, absolutamente, sobre la necesidad de la medida adoptada,. “El pueblo no se reveló contra la amnistía” escuché decir en una oportunidad al doctor Escobar Galindo. Es cierto pensé…no lo hicimos…quizá en nuestro interior eso era lo que queríamos porque nos urgía dar la vuelta a la página.
Jamás me atrevería a hablar por las miles de víctimas del conflicto, pero sí puedo decir que yo lo hice, que mi familia lo hizo: dimos vuelta a la página, perdonamos y nos concentramos en ver hacia adelante sin olvidar lo que atrás había quedado, con la firme convicción que no queríamos regresar a algo ni siquiera semejante. Nuestras heridas comenzaron a cerrar.
A nosotros no nos preguntaron si estábamos de acuerdo con el otorgamiento de la amnistía, pero la aceptamos. “En nombre de la familia, declaro: que aceptada como está la muerte de Humberto, confiamos que los destinos de nuestra patria serán diferentes, difíciles pero esperanzadores”, escribió mi tío, el doctor Mario Enrique Sáenz por esos días.
Pero de pronto, todo cambia y comenzamos a revivir esa espantosa película. Se declara que la Ley de Amnistía es inconstitucional y con ello abre la puerta para que crímenes como el de la Zona Rosa puedan ser investigados y juzgados penal y civilmente.
Tampoco quiero realizar un análisis de la sentencia, ni mucho menos referirme a ella desde una perspectiva legal; no ahora. De todas formas se trata de una decisión ya tomada que no puede ser modificada, por lo que está claro que con independencia de la aproximación que cada uno pueda tener hacia la sentencia, la misma cambia por completo el escenario, principalmente para todos aquellos que hemos resultado víctimas. Y es por eso que quiero pedir que esta vez, nos dejen decidir a nosotros. No se han terminado de comprender los alcances de la sentencia cuando ya han surgido personas y grupos arrogándose una falsa preocupación por las víctimas y hablando de todos los crímenes que ahora – según ellos – serán perseguidos; mientras tanto los políticos haciendo lo suyo.
No se les ha preguntado a las víctimas, pero muchos ya dan por sentado que surgirán decenas y decenas de casos en que se investigarán los crímenes cometidos por uno u otro bando; de verdad no creo que eso vaya a ocurrir. Concretamente, ya se habla del juzgamiento de la masacre de la Zona Rosa y se pone ese como uno de los casos más emblemáticos que seguramente será reinvestigado y juzgado, cuando a nosotros nadie nos ha preguntado.
Abierta como ahora está la posibilidad de juzgar, esta vez soy yo quien en nombre de mi familia pido que no se use nuestro resurgido dolor para hacer imputaciones recíprocas, o para avivar resentimientos, o simplemente para despotricar contra el adversario.
En circunstancias como esta nunca sobran los llamados a la sensatez ni las exhortaciones para que no nos separemos aún más, en los esfuerzos por reconstruir nuestro país. Tengamos en cuenta el nuevo escenario, pero viendo siempre hacia adelante.
*Colaborador de El Diario de Hoy
@hsaenzm