Se trata de “tú te aprietas el cincho para que pueda yo vivir como merezco”. Pese a las prédicas sobre austeridad en el gasto, las señales dan un distinto mensaje: el gobierno paga a sus funcionarios favoritos enormes sueldos, que no compaginan con sus pobres desempeños y su marcado desconocimiento sobre administración pública.
En la actual administración se han creado nuevos cargos y algunos de los ministros tienen salarios más altos que el del propio mandatario.
El más reciente nombramiento es el de Subsecretario Técnico de la Presidencia, en el cual se ha nombrado a un “excombatiente” que llega al gobierno con un salario mensual de $5,770.
El viceministro de Prevención Social gana un salario de $2,652, incluyendo los gastos de representación, mientras la Secretaria de Transparencia, una exdiputada, gana $4,000. El secretario de Transparencia y Participación Ciudadana cobra $6,000 mensuales; en esa misma secretaría hay un director de Transparencia que cobra $4,000 y un director de Participación Ciudadana que tiene un salario de $3,000.
El Secretario Técnico de la Presidencia tiene un salario mensual de $6,050, a lo que hay que agregar otros secretarios con salarios entre cuatro mil y seis mil dólares, sueldos que no corresponden a los modestos desempeños de esas personas.
A esto se suma que los diputados de El Salvador reciben los segundos sueldos más altos en Centroamérica.
Hay una diferencia sustancial, importantísima, entre los que ganan dinero por su propio esfuerzo y éxito, y los que ganan dinero porque se les premia o debido a ser miembros de un grupo que se hace con el poder.
El Brasil es un ejemplo, como Venezuela es otro. La “nomenklatura”, los que controlan el régimen, se asignan grandes salarios, beneficios, dignidades, no por merecerlo sino simplemente por ser herederos de Chávez o miembros clave del Partido de los Trabajadores de Lula.
Siendo así, “comer a cuatro carrillos”, meter mano en los presupuestos públicos en una u otra manera (asignarse vehículos y escoltas, el uso de facilidades estatales, llegar al aeropuerto y no pasar por aduanas, llenar los propios vehículos de combustible en estaciones estatales, etcétera) “prestaciones” que equivalen en muchos casos al salario formal devengado.
Como no lo sufren
no les importa nada
Los personajes que se colocan en tal posición –y esto es lo que daña grandemente al colectivo– se vuelven insensibles al padecer de la gente que “gana el pan con el sudor de su frente” y de esa insensibilidad es que nacen los despilfarros, ya que “a ellos nada les cuesta”.
No padecen, como ejemplo, de las limitaciones de familias donde sólo uno o dos tienen empleo, pues de requerirlo colocan en otros puestos públicos a la parentela, como un ministro que hasta a la mujer tiene de directora en un ente oficial.
En un libro clásico de los Años Treinta de John Steinbeck, “Las viñas de ira”, se describen las penas de una familia de diez personas, de las cuales únicamente dos trabajan. Pero eso es, en el mejor de los casos, lo que agobia a la mayoría de familias en este país: muy pocos trabajan y, por lo tanto, es terrible su situación, a lo que se debe agregar el acoso de las pandillas que obligan a miles de esas familias a abandonar sus hogares.