La muerte de Pedro de Alvarado y Contreras

Durante toda su existencia, este soldado y funcionario español se debatió entre la lealtad hacia Hernán Cortés, una crueldad extrema con sus enemigos, ambiciones desmesuradas de riquezas y títulos honoríficos y la necesidad de hacerse un espacio en la historia de América.

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Por Carlos Cañas Dinarte / Colaborador EDHefemeridesSV@gmail.com

2016-07-30 8:00:00

Tras su retorno del Perú, Pedro de Alvarado y Contreras se dedicó a la administración del Reino de Guatemala, así como a ordenar diversas misiones militares para aplacar y conquistar a los pueblos lencas en los territorios al oriente de sus dominios, así como a limitar los avances de las tropas de Pedrarias Dávila, gobernador de Panamá y Nicaragua.

Al mismo tiempo, enfrentó un minucioso proceso judicial abierto por algunos de sus propios soldados, quienes le reclamaban concesiones de guerra y lo tachaban de haber sido un jefe cruel y despiadado contra los pueblos indígenas conquistados y sometidos a la corona española por la espada. Con argucias y artimañas, el conquistador superó esas acusaciones y se marchó por algún tiempo a la corte imperial de Carlos I de España y V de Alemania, donde recibió autorización para invertir una fuerte suma de sus propios caudales en hacer una flota para lanzarse a la exploración del sudeste asiático, en especial de las apetecidas Islas de las Especiarías.

En el siglo XVI, las especias (canela, clavo de olor, ajo, etc.) eran artículos muy apetecidos en Europa, debido a su escasez por el dominio árabe de las rutas de paso terrestre y marítimo hacia Asia, lo que dificultaba su adquisición y uso en las altas centros culinarios del Viejo Mundo. Por tal motivo, poseer especias y venderlas en suelo europeo representaba enormes ganancias para los marinos y las casas de comercio. Pedro de Alvarado y Contreras lo sabía y en 1540 decidió invertir buena parte de la riqueza obtenida en Perú en la construcción de trece carabelas en el astillero de Xiribaltique, situado en un punto aún desconocido de la actual bahía de Jiquilisco, zona por entonces bastante cercana al segundo asentamiento de la villa de San Salvador. En el primer cuarto del año 1541, el adelantado Pedro de Alvarado y Contreras ordenó que cientos de pobladores -españoles, indígenas y africanos- de Santiago de los Caballeros de Guatemala y de la villa de San Salvador se concentraran en la rada de Acajutla, donde ya estaba lista la nueva flota, que fue puesta bajo el mando del capitán Juan Rodríguez Cabrillo, nacido en la localidad española de Palma de Micergilio (hoy Palma del Río) y no en Portugal, como se dijo durante varios siglos hasta septiembre de 2015, cuando la historiadora Dra. Wendy Kramer descubrió documentación que fijó más su origen ibérico. Encabezada por el buque insignia “San Salvador”, aquella flota zarpó por las aguas de la Mar del Sur u océano Pacífico y se dirigió hacia el norte, por la costa de la Nueva España, hasta arribar al puerto de Navidad, en la Nueva Galicia (actuales estados mexicanos de Jalisco, Colima, Nayarit, Michoacán, Sinaloa, Zacatecas y Aguascalientes), una zona habitada por indígenas chichimecas (nombre genérico para designar a tecos, tepeques, cocas, tecuexes, caxcanes, guamares, etc.). Desde 1530, esa zona era territorio en guerra, bajo la dirección de los caciques Xiulteque y Tenamaxtle y los señores de Jalpa y Tlaltenango, quienes condujeron a sus huestes bajo el lema “Axcan quema, tehuatl, nehuatl” (Hasta tu muerte o la mía). En ese año de 1541, aquella rebeldía había derivado en la guerra del Mixtón, librada desde diversas montañas y cerros, en los que incluso hubo dramáticos episodios de miles de indígenas que se lanzaban al vacío junto con sus mujeres e hijos para no ser conquistados ni sometidos por los recién llegados.

Tras la derrota sufrida por las tropas españolas encabezadas por el capitán Diego de Ibarra -atacadas por los caxcanes durante el eclipse solar del 9 de abril de 1541-, el gobernador de la Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate, y el virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, decidieron solicitar el apoyo militar de Pedro de Alvarado y Contreras y su flota atracada en el puerto de Navidad, desde donde esperaban mejor tiempo para zarpar hacia Filipinas, Java, China y otros puntos estratégicos del sudeste asiático.

El 12 de junio, en la actual Guadalajara (Jalisco), Alvarado y Contreras toma la decisión de atacar a los casi 60 mil indígenas que se encontraban en el llamado Peñol de Nochistlán (hoy cerro El Tuiche, en el municipio de Nochistlán de Mejía, al sur del Estado mexicano de Zacatecas), aunque los demás capitanes españoles le señalaron que era mejor esperar al verano, pues las condiciones cenagosas de la zona no eran convenientes para ataques con caballería, artillería e infantería dentro de la que sería conocida como la cruel y prolongada Guerra del Mixtón. La derrota estaba prevista desde el inicio de aquellas embestidas españolas. Al tratar de escapar de la intensidad de la refriega, el escribano Baltasar de Montoya cayó desde una altura de la pendiente de aquel peñón y su caballo lo arrastró y atropelló a Pedro de Alvarado y Contreras junto con su cabalgadura, a los que llevó hasta el fondo de un barranco. En grave estado, fue transportado a una población cercana, donde agonizó, siguió el ritual católico de la extremaunción y falleció mientras abrazaba un crucifijo. Era el 4 de julio de 1541. En la costa quedaba atracada su flota, a la espera de un nuevo destino.

Contra sus propios deseos finales de ser sepultado en la ciudad de México, al gobernador del Reino de Guatemala se le enterró en la iglesia de Tiripetío (Michoacán).

En 1568, su hija Leonor Alvarado Xicoténcatl sacó sus restos y los condujo hacia el altar mayor de la catedral de San José, en Santiago de los Caballeros de Guatemala (hoy Antigua Guatemala), donde desaparecieron hasta ser redescubiertos en 1942, durante unos trabajos arqueológicos.