Mundo Atlántico, Mundo Pacífico

“La historia de un océano implica, necesariamente, el estudio de los países y tierras que lo rodean”, Fernand Braudel

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Barco mercante del siglo XVIII. Tras el período de postguerra, se consideró el comercio como factor de desarrollo de la historia política. 

/ Foto Por Internet

Por Katherine Miller

2016-06-11 5:31:00

El Mundo Atlántico es un hecho histórico, comercial, cultural y diplomático desde el siglo XVIII. Tal vez seremos testigos de la creación del Mundo Pacífico por medio de negociaciones comerciales en  el TransPacific Partnership  (TPP) parecido al proceso histórico en que fue tejido el Mundo Atlántico.  

Entrando, al mundo de relaciones con los países de la Cuenca del Pacífico, experimentaremos una sensación de brisa ligera alrededor de la cabeza cuando los antiguos valores están barridos y remplazados por un sistema en un escenario producido por tratados comerciales y negociados, rutas transoceánicas, comunicaciones, relaciones diplomáticas y culturales  entre Asia y este hemisferio. Este nuevo escenario tendrá que ser representado por literatura, cine e imágenes de los países que conforman el nuevo “Mundo Pacífico”— así como en el “Mundo Atlántico”.

John Locke predicó: “en el principio todo era América”— por lo cual quería indicar una nada o, tabula raza sobre la cual fluyó como una gran incursión forzosa de la civilización europea porque, dijo Locke, no había nada más que tierra baldía.  

Más claro sobre la realidad histórica se escucha a  Sir John H. Elliot declarando, en el Cambridge History of Latin America (1984), en contradicción al venerable Locke: “América en ese tiempo no era un desierto  yermo.  La conquista y colonización crearon estos fenómenos”.  

 
 En el momento actual, nos encontramos ante la posible ratificación de la Asociación de Comercio e Inversión Transatlántico del Comercio (TTIP) igual como ante la Asociación Trans-Pacífico (TPP) ahora en el siglo XXI:  creando dos mundos: el Atlántico y el Pacífico.

Las premisas históricas,  ideológicas y literarias durante la creación del Mundo Atlántico encuentran sus raíces en guerras de Europa continental entre los holondeses y los ingleses para el control de las vías marítimas y el comercio (Anglo-Dutch Wars), la Guerra de los Siete Años,  la Guerra Francesa e Indio y la Guerra de la Independencia de las colonias británicas de Gran Bretaña: todos en el siglo XVIII.  Estos conflictos dejaron a los erarios de las postguerras de los gobiernos de Gran Bretaña y Francia vacíos, casi en bancarrota— una situación percatada  por los escritores del período.

Los escritores del siglo XVIII examinaron esta situación tan parecida a la nuestra.  Daniel Defoe (1660-1731), empresario y escritor, describió la situación de las  postguerras en unos panfletos con títulos así como:
“El gobierno apareciendo como un deudor estresado es exprimido hasta morir por la avaricia exorbitante del prestamista”. 
“Nuevas Deudas, sin nuevos fondos”.  
“Un breve debate sobre la disolución del Parlamento y si debemos no escoger los mismos caballeros por segunda vez”.

Sin embargo, el Mundo Atlántico de la postguerra del siglo XVIII, con sus crisis fiscales de los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, creció por medio del comercio, tejiendo los dos mundos juntos en modalidades culturales, comerciales y teológicas encima de los estancamientos fiscales de sus gobiernos.

El comercio tomó las riendas en las relaciones diplomáticas, culturales, literarias,  medios de arbitración, redes monetarias, flujos de capital por medio del mercantilismo, esclavitud, servidumbre por contrato y la deportación de presos, evitando la ejecución de quienes llegaron a las orillas del Nuevo Mundo como trabajadores  a las colonias penales en Australia y el Sur de los EE.UU., además de los piadosos peregrinos puritanos de Nueva Inglaterra en el norte.

La literatura de este período, leída en los “coffee-houses” de Inglaterra y  los salones franceses, produjo una ficción-cum-historia en las novelas en que los empresarios del período en cuestión cobraban vida.  

Consideramos Las Aventuras de Moll Flanders (1722) de Daniel Defoe, en que una mujer sola enfrenta el mundo del capitalismo  violento y, por medio de sus habilidades astutas, llega a ser la “dueña de un gentleman” en Virginia, durante su deportación desde Londres a Chesapeake.  

Al otro lado del Canal de la Mancha encontramos el cuento filosófico-literario Candide (1759) de Voltaire, que investiga toda Europa y la trata del comercio atlántico de la esclavitud hasta el Nuevo Mundo antes de decidir a cultivar su propio jardín.  Son solamente dos maravillosos ejemplos de cientos de recuentos y novelas que presenta Tobias  Smollet, con sus novelas del Mundo Atlántico, Las Aventuras de Roderick Random (1748) y Las Aventuras de Peregrine Pickle (1751); y no olvidemos a don Francisco de Quevedo y su Buscón (1652) y un sinfín más que veremos en  prospectos a futuro.

Junto con toda la riqueza literaria que se amontona durante el siglo XVIII está también la Ilustración Francesa y la Ilustración Escocesa.  El escocés Adam Smith, en 1776, produce Una investigación a la naturaleza y causas de la riqueza de naciones, queriendo saber de dónde vienen esas riquezas y descubre que provienen del ¡comercio libre!

En Francia, Denis Diderot l’Abbé Guillaume-Thomás Raynal y colaboradores filosóficos de los salones franceses publicaron, en 1770, un “best-seller” examinando la historia del comercio europeo en las postguerras y subsiguiente desastres fiscales del gobierno francés después de la Guerra de los Siete Años.  Publicado en 48 ediciones de 10 tomos (2,500 páginas) —ocho veces más exitoso y popular que la obra de Adam Smith— esta obra es una historia del comercio, además de una propuesta de proyecto político con el título La Historia Filosófica y política del comercio y asentamientos de los Europeos en las Dos Indias [i.e., las islas del Caribe y el continente de la India]”.

Es que los grandes filósofos e historiadores políticos —ni Maquiavelo— habían incluido el comercio como factor en el desarrollo de la historia política. Pero ahora las publicaciones del período de postguerra presentaron el comercio como  una gran parte de la solución a las agonías de los gobiernos. En cambio, los gobiernos— más que atacar a los empresarios, los apoyaron y fomentaron tratados que generaron riquezas para sus pueblos y gobiernos— toda la prosperidad lograda gracias a una visión positiva del comercio internacional, sin la cual no existiera el Mundo Atlántico de hoy.

Así que el crecimiento del comercio y la prosperidad producido por el trabajo de los empresario produjo “avant la lettre”, lo que el rechazo del comercio en nombre del imperialismo no pudiera haber producido. En su lugar, tenemos una visión contraria a las políticas basadas en  los análisis de los filósofos rusos y alemanes del siglo XIX,  quienes veían el comercio como un “imperialismo, la etapa más alta del capitalismo”.
En las novelas y los debates filosóficos y económicos vemos, en lugar del antiimperialismo, acuerdos en escenarios de colaboración, acercamiento y la creación de un buen nivel de vida alcanzado por acuerdos comerciales, en colaboración entre gobiernos y empresarios.
Para finalizar consideramos como un espejo literario e histórico en que  se encuentra el magnífico personaje de Moll Flanders, una suerte de empresaria del siglo XVIII, en la novela del mismo nombre de Daniel Defoe (1722), quien, por su astucia comercial, comienza como pobre, sin nada en el penal de Newgate, pero es deportada a Virginia, al otro lado del Mundo Atlántico.

Por sus esfuerzos Flanders logra una posición por medio de la producción y venta de tabaco y se convierte en una mujer acomodada, rica y honorable en Londres. 
FIN