El tío Julio

Julio Rivas Gallont, tecleño de corazón, bondad viviente y enorme personalidad efervescente, murió a paso de perico de sus 83 años de vida plena.

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Con abrazo le dimos la bienvenida a Mister Donut.

/ Foto Por Pencho y Aída

Por Carlos Alfaro Rivas*

2016-06-13 8:34:00

En 1950 una gitana húngara dejó loquito a un tecleño de tan solo 17 años. Tan desorbitado estaba el cipote, que su mamá lo tuvo que casi amarrar, en una finca, para que a Julio Enrique no se lo llevara un amor salvaje.

 La gitana y Julito fueron escándalo en la sociedad tecleña de aquel entonces, tal como lo relata su hermano mayor, el tío Neto, en su obra La Historia y los Cuentos de la Ciudad de las Colinas.

Cualquiera pensaría que el protagonista de esta historia era una bala perdida. Nada más lejos de la realidad. Pan de Dios era la mejor descripción del tío Julio. Honesto, generoso, amoroso;  tal como lo fue Papajulio, su padre  y mi abuelo.

Digo “era”, pues el sábado pasado el tío Julio entró al Cielo, por la puerta ancha, a causa de un ataque cardíaco sin piedad.

Además de moralmente, el tío era físicamente igualito que Papajulio: Cabezas en forma de huevo, peloncitos, cejas espesas, ojos grandotes y expresivos, chapuditos – especialmente después de un traguito.

La existencia terrenal de un hombre fuera de serie concluyó  cuatro días antes de su  58 aniversario de matrimonio con su verdadero amor, la tía Celina, cinco días antes de sus 83 abriles, y seis días antes del día del padre. La muerte, al igual que el amor, tampoco respeta horario ni fecha en el calendario.

Cualquiera pensaría que el protagonista de esta historia era un viejito cacarico.  Nada más lejos de la realidad.  Entero, enterísimo, es la mejor descripción del tío Julio. 

Gracias a una vida sumamente ordenada, y a que los Rivas tragamos años, el tío parecía de 70, lleno de vida, siempre con chistes bajo la manga y constantes erupciones de su característica carcajada. Amante de la música, igual que su padre, hijas y hermanos, con talento nato para sacarle chispas a las teclas del piano y a las cuerdas de la guitarra.

¿Mi canción favorita?  ¡La Simeona! Tú meas a veces, tú meas a veces, tú meas a veces engañado vida mía, mientras yo miando, mientras yo miando, mientras yo miando por las calles emborrachando… ¡Otra, otra, otra!

Hablando de carcajadas, recuerdo cuando con los primos paramos la oreja frente a la puerta de su estudio para escuchar el casette de la lotería de Atiquizaya, la  más “decente” de toda la república.  ¡¡¡Jua, jua, jua!!!

Recuerdo también tantas veces que, a media fiesta, se disfrazaba con rubia peluca, anteojos de Elvis y camisa de hawaiano, y se mezclaba  incógnito entre los invitados, hasta que alguno lo delatara.  ¡¡¡Jua, jua, jua!!!  Joie de vivre siempre en acción.

Santa Tecla, has perdido un hijo meritísimo; tecleño de alma, espíritu y corazón, ahora tu embajador en el Reino Celestial.

Los que amamos a Julio hemos perdido un pedazo de nuestro ser, pero nos queda su ejemplo intachable, guía del resto de nuestros días.

Respiremos hondo. El tío Julio no nos quiere ver tristes, por lo que para cerrar con sonrisa y no lágrimas, comparto su último chiste que, el viernes pasado, les contó a sus dos entrañables hermanos.

Resulta que una bronco neumonía lo tenía postrado en el hospital, y a la hora de su baño matutino, le dijo a la enfermera: “señorita, de haber sabido que me iba a conocer íntimamente, me hubiera tomado una Viagra hace media hora”. ¡¡¡Jua, jua, jua!!!

Descansa en paz, Pan de Dios.
 

*Columnista de El Diario de Hoy.
calinalfaro@gmail.com