En mi recuerdo, tengo 4 años, estoy al lado de papá, sentado en la cafetería. Cerrando los ojos, puedo viajar 41 años en el tiempo y ver la escena. Hay algo en el tiempo a solas con un padre que crea impresiones perdurables. No tengo demasiada memoria, sobre todo en lo que se refiere a mi infancia.
De hecho, mi esposa y yo tenemos una broma habitual: cada vez que me pregunta cuántos años tenía cuando ocurrió algo en mi niñez, le respondo “8 o 10”. A partir de eso, ha inferido que yo salté a la existencia a la edad de 8 años. O 10. No creo que sea cierto, pero me costaría probar lo contrario. Salvo por el sol.
Tengo intensos recuerdos de cómo se filtraba la luz del sol por las ventanas de Kip’s Inn, en 4th Street en Yankton, South Dakota, cuando tenía apenas 4 años. En mi recuerdo, estamos con papá sentados al mostrador de tres lados en la cafetería. El local tiene unos ventanales enormes que dan al este y al sur, de modo que estaba soleado. Cerrando los ojos, puedo viajar 41 años en el tiempo, hasta que nuevamente veo las partículas de polvo bailando bajo los rayos del sol matinal.
Te puede interesar: 3 maneras de fortalecer la relación padre-hijo
En ese entonces, papá y yo éramos clientes habituales de Kip’s Inn los lunes a la mañana. Mamá trabajaba como auxiliar docente en ese momento, y papá era barbero. Tenía el día libre y yo iba a la Escuela Montessori solo de martes a viernes o sea que los lunes eran una oportunidad para dormir y después ir a Kip’s por el café. Para mi padre, lógicamente.
El café no es aceptable en los niños de 4 años, ni siquiera en South Dakota. Mientras papá bebía una o dos tazas, yo disfrutaba mi triángulo tostado de pan blanco con abundante manteca, generalmente con mermelada de uva de uno de esos envases plásticos pequeños que se encuentran solamente en las cafeterías y tiendas de panqueques. Todavía recuerdo lo deliciosos que eran.
Papá charlaba sobre las noticias del día con el dueño del restaurante, Clifford G. “Kip” Larson. Kip era un hombre alto y delgado, siempre dispuesto a sonreír y mantener una buena conversación, como corresponde al dueño de un establecimiento así. También sabía cómo causar una impresión positiva en un niño de 4 años, dándome siempre alguna golosina o goma de mascar Bazooka para el camino de vuelta cuando llegara la hora de regresar.
Todos esos recuerdos me inundaron nuevamente la semana pasada, cuando mamá y papá me dijeron durante nuestra conversación telefónica semanal que Kip había muerto a los 95 años. Supongo que ya alcancé una edad en que los adultos que contribuyeron a definir a mi infancia comenzarán a morir. Es de esperar y me alegra tener recuerdos de cómo bendijeron mi vida –aunque tenga cierta confusión sobre los detalles de cuándo ocurrieron hechos específicos.
Pero mientras pensaba en Kip, y en Kip’s Inn, empecé a preguntarme por qué era tan fuerte ese recuerdo en particular. ¿Qué tenían ese momento y ese lugar para haber dejado una impresión tan perdurable? Supongo que una serie de cosas. Pienso, no obstante, que en parte es porque yo estaba allí con mi padre. Los dos solos, charlando en la cafetería, experimentando el equilibrio entre trabajo y vida antes de que fuera una realidad.
Tengo montones de recuerdos de mi padre de mis años más jóvenes. Es un padre increíble, un compañero maravilloso para mamá, y me ha dado un gran ejemplo trabajando con esfuerzo para mantener a mi familia. Recuerdo cómo llegaba a casa de trabajar a la noche, cómo nos hacía reír en la mesa durante la cena, cómo me dejaba una nota con el resultado final de los partidos de Monday Night Football porque yo tenía que irme a dormir antes de que terminaran. Pero los recuerdos de los momentos que pasábamos me resultan particularmente entrañables. Los momentos cara a cara con un padre tienen algo que deja impresiones perdurables.
Pensar en todo esto me llevó a preguntarme qué clases de impresiones habré dejado en mis propios hijos, de modo que les pedí que me hablaran de los primeros recuerdos que tenían de salidas conmigo. Mi hija de 17 años dijo que se acordaba de mí sacando mi tuba del estuche y tocando en la sala de la casa.
Te puede interesar: La interacción padre-hijo favorece un excelente desarrollo emocional
“Creo que tocaste una canción patriótica, pero no estoy segura”, dijo. “Me acuerdo de montones de salidas papá/hija como ir a la heladería y cosas por el estilo. “Y recuerdo al ‘Monstruo de las cosquillas’. Eso fue divertido”. El “Monstruo de las Cosquillas” es un tipo tonto que se parece mucho a mí y persigue a sus hijos por la casa, los atrapa y les hace cosquillas. Se escapan cantándole una canción de cuna, que lo hace dormir.
Tanto mi hijo de 9 años como mi segunda hija dijeron que no recordaban ninguna actividad específica pero que sí se acordaban de las sensaciones que habían tenido estando conmigo. “Lo único que recuerdo es que te reías y yo me divertía mucho”, dijo mi hija de 14 años. Mi hija más pequeña dijo que recordaba haber ido a un restaurante cerca de la redacción del diario, y luego volver a casa conmigo
Me alegra haber podido dejar recuerdos a solas con mis hijos. Cuando pase tiempo con mis hijas y mi hijo en los próximos meses, recordaré a Kip y Kip’s Inn, y la luz del sol y la goma de mascar. Recordaré lo bueno que era estar en ese lugar, en ese momento, con papá. Y haré todo lo posible por asegurarme de que mis hijos tengan recuerdos similares de mí cuando tengan 40 años y estén criando sus propias familias.
Lee más en nuestro especial del Día del padre