60 minutos en manos de soldados en una operación ilegal

Fue una hora de incertidumbre. Edgard R. y O.R. fueron capturados, llevados a un lugar apartado y golpeados por soldados quienes sospechaban que habían robado la pistola de un coronel. Sucedió en una zona rural de Apaneca el 3 de junio. 

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Fue una hora de incertidumbre en la que dos personas fueron capturadas, llevadas a un lugar apartado y golpeadas por un grupo de soldados quienes sospechaban que habían robado la pistola de un coronel. Sucedió en una zona rural de Apaneca el pasado 3 de junio.

/ Foto Por elsalv

Por Jorge Beltrán Luna

2016-06-15 9:44:00

Todo ocurrió en un tramo de aproximadamente cinco kilómetros entre los municipios de Apaneca y Concepción de Ataco, ambos en el departamento de Ahuachapán. Sucedió en una hora; pero para aquellos dos jóvenes fueron 60 minutos de una interminable pesadilla ocasionada por un grupo de militares que, según la Fiscalía General de la República, actuaron de forma fuera del marco legal.

De los jóvenes, el Ministerio de la Defensa ha dicho que son dos “reconocidos asaltantes”; más la familia y vecinos niegan esos señalamientos y fuentes policiales de Apaneca dicen que no los tienen perfilados como pandilleros y que no tienen antecedentes delincuenciales.

Amén de lo que haya dicho el Ministerio de Defensa, la familia y la Policía, según el jefe de la oficina fiscal de Ahuachapán, Víctor Marín, el procedimiento que los soldados efectuaron, fue un procedimiento al margen de la ley.


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Aquella noche del viernes 3 de junio, Edgard R., estaba jugando naipes con sus amigos en un rincón de la lotificación San Jorge. O. R., entre tanto, estaba dentro de su vivienda, en la misma lotificación, junto a una de sus hermanas.

Todo parecía normal en aquel vecindario de las afueras del pueblo de Apaneca.

Sin embargo, como a las 8:30 de la noche, de la nada aparecieron ocho hombres con uniformes militares y con los rostros cubiertos con gorros pasamontañas. Sin decir nada, se abalanzaron a Edgar y se lo llevaron. A los demás jóvenes no les hicieron nada. Éstos sólo vieron que a su amigo y vecino lo subieron a un carro y se lo llevaron a saber para dónde.

Pero mientras que el juego de cartas había acabado en susto para los amigos de Edgard, para él iniciaba una pesadilla.

En cuestión de minutos, aquel pick up recorrió unos mil metros sobre la carretera hacia Ataco, luego giró a la izquierda en la calle que lleva a Jujutla, sobre la cual recorrió unos tres kilómetros. Al llegar a la altura de la cooperativa La Gloria, viró a la izquierda y tomó la calle a el cantón El Chirizo, del municipio de Ataco.

La calle hacia ese cantón no está asfaltada. Es empedrada en algunos tramos y en otros es de puro barro colorado con largos parajes desolados, con cafetales a un lado y otro.

El auto bajó una pendiente empedrada y en la primera curva detuvo la marcha. Varios soldados bajaron también a Edgar y, en aquella oscurana de noche de invierno con amenaza de tormenta, lo introdujeron unos 25 metros por una estrecha vereda para luego bajarlo a una vaguada pedregosa.

Allí comenzaron a golpearlo, a echarle abundante agua por la nariz y obligándolo a tragar ingentes cantidades hasta preguntarle si le dolía el estómago. Mientras lo golpeaban y torturaban con el agua,  lo insultaban y le disparaban preguntas sobre el arma de un coronel.

Supuestamente se trataba de una pistola que al militar se le había extraviado de una casa que tiene en la residencial distante unos 800 metros de las viviendas de Edgar y O.R. Éstos eran los sospechosos de haberla robado, según les dijeron los mismos soldados.

Los militares le repetían constantemente a Edgar que lo matarían si no les decían dónde tenía el arma.

Como a los 45 minutos de estar golpeándolo, cuatro soldados regresaron en el carro a la lotificación San Jorge, tocaron fuertemente la puerta de la casa de O.R. Cuando una hermana salió a abrir, los  uniformados y encapuchados irrumpieron. “A traerte venimos hijo de p…”, le dijeron.

Lo sacaron de la casa, le pusieron la camisa como venda en el rostro y a la hermana menor la amenazaron: que no fuera a informar a nadie porque regresarían por ella.

En pocos minutos, O.R. fue llevado a donde tenían a Edgar. Lo obligaron a bajar a la vaguada, unos 10 metros distante de su vecino y también comenzaron a golpearlo y a preguntarles sobre la pistola que se habían robado de la casa del coronel.

Uno de los militares gritaba a Edgar que ese sería el último día de su vida. Que no había dios que lo pudiera evitar. 

El paso del lugareño

Fue en ese preciso momento que un hombre pasó por aquella curva. Iba para el cantón El Chirizo. Uno de los soldados le preguntó de dónde venía y para dónde iba. Luego de que el campesino les respondiera, el militar le espetó: vos no has visto nada, verdad.

El hombre sólo atinó a responderles: yo pasando voy, señor. Y siguió su camino sin detenerse; sin mirara hacia atrás.

Que aquel hombre pasara a más de las 9:00 de la noche por aquella solitaria calle fue providencial para Edgar y O.R. que, según han contado a sus familiares, estaban seguros de que no saldrían con vida de esa.

Inmediatamente después de que el lugareño pasó por el lugar, uno de los militares les dijo a los demás que “allí ya no lo podrían hacer porque ya los habían visto y porque los iban a encontrar rápido”.

Mientras tanto, en la lotificación San Jorge, en cuanto los militares se llevaron a O.R., los familiares de él y de Edgar comenzaron a movilizarse en su búsqueda. Fueron a las subdelegaciones policiales de Apaneca y Ataco a preguntar por ellos. Les dijeron que no habían realizado ninguna captura.

Los parientes les preguntaron si había algún operativo policial o militar en la zona y les respondieron que no. La aflicción se acentuó en ellos.

Fue entonces cuando a una familiar de los jóvenes se le ocurrió avisar a la Unidad de Emergencias 911 de la Policía.Les dijo lo que había ocurrido: hombres vestidos como militares se habían llevado a un adulto y a un menor de la lotificación San Jorge.

Hacia otro lugar desconocido

Posterior a que el militar hiciese la sugerencia a sus compañeros, los dos jóvenes fueron levantados del lecho de la quebrada sin agua y los subieron nuevamente al vehículo. Salieron hacia la calle a Jujutla pero en el lugar conocido como el desvío al cantón Shucutitán sector 2, los militares nuevamente estacionaron el vehículo y continuaron golpeándolos y amenazándolos para que les dijeran dónde estaba el arma del coronel.

En ese desvío estuvieron pocos minutos. Al reanudar la marcha, tomaron la carretera que lleva de Ataco a Apaneca. Y a poco de haber pasado por la lotificación San Jorge, la Policía interceptó a los militares.

Allí, policías y militares discutieron fuertemente llegando al punto de que los militares les gritaron a los policías de que no interfirieran en su procedimiento. Hubo palabras fuertes hasta uno que otro insulto.

Para los policías, era evidente que los militares estaban haciendo una operación fuera de toda legalidad, como también lo ha sostenido la Fiscalía en la acusación. No había período de flagrancia, no tenían ninguna orden de la Fiscalía ni judicial para detener a los dos hombres.

Militar: “Su hijo está bien”

Los militares por fin aceptaron ser conducidos hacia la Policía de Apaneca. Allí los esperaban familiares de los dos jóvenes capturados ilegalmente. 

Un oficial se empeñaba en recalcar a los parientes que los dos jóvenes estaban bien de salud, que no les había pasado nada; que allí mismo se los entregarían.

El jaloneo entre militares y policías continuó. Pero  Edgar y O.R. ya se consideraban que estaban a salvo; estaban seguros de que ese viernes no sería su último día de vida.

Varios oficiales de alto rango llegaron a la Policía de Apaneca  a intentar mediar para que un sargento mayor, un sargento administrativo (motorista), un cabo y cinco soldados no fueran detenidos por los agentes.

Pero a esas alturas, para la Fiscalía era evidente que aquellos militares habían cometido más de un delito. Para entonces ya habían confesado que estaban de alta en el Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada y que habían detenido a Edgar y O.R. porque sospechaban que ellos habían robado la pistola al coronel que vive en una residencial de Apaneca, a unos 800 metros de la lotificación San Jorge.

Desde aquel día, el sargento mayor primero, Miguel Ángel Escobar, el sargento administrativo (motorista) Wilfredo Cortez Renderos, el cabo Ronald Bernabé Flores y los soldados Mario Edgardo Morán Mendoza, Enrique Antonio Alfaro López, Carlos Antonio Romero, Juan Antonio Ramírez, Abelino Juárez Beltrán quedaron detenidos.

Cinco de esos militares fueron condecorados el 12 de noviembre anterior con la “Estrella al Mérito”, por una misión realizada  el 17 de octubre de 2015, aunque la orden no especifica cuál fue la misión.

El pasado 8 de junio, el juez de paz de Apaneca dictaminó que los militares fueran enviados a prisión preventiva por cinco delitos: por la privación de libertad de Edgard R., por la privación de libertad con agravación de O.R., por allanamiento de morada, por lesiones (en el menor las lesiones sanarían en cuatro días y en el adulto sanarían en siete, según dictamen de Medicina Legal) y por la portación ilegal de armas de guerra.

Este último delito es porque uno de los militares andaba un fusil sin registro, es decir, que en el caso de que fuera usado en algún hecho delictivo, aunque hubiesen recuperado casquillos o plomos, no se hubiera podido determinar a qué arma pertenecían.

De acuerdo con uno de los fiscales del caso, los militares procesados hicieron un operativo de captura ilegal, pues no tenían por qué andar investigando un delito que, supuestamente fue cometido el 28 de mayo anterior. 

Además, no tenían autorización judicial para sacar de su casa a O.R. un menor de edad.

La lotificación San Jorge, donde residen las  víctimas de los militares es, según policías locales y lugareños, un lugar sin presencia de maras.

El 8 de junio, el ministro de Defensa, general David Victoriano Munguía Payés, citado por el Twitter del Ministerio de Defensa, dijo que los jóvenes a quienes sus soldados habían capturado eran reconocidos asaltantes.

“Incluso si los militares hubieran tenido la certeza de que alguno o los dos habían robado el arma, ya no había flagrancia, ya habían transcurrido más de cinco días y no tenían por qué capturarlos ellos; era la policía la que debía haberlo hecho con una orden de la Fiscalía”, afirmó  una fuente de la Fiscalía a quien se le pidió su opinión sobre el caso.

Los ocho procesados:

1 Sargento mayor Miguel Ángel Escobar.
2 Sargento administrativo (motorista) Wilfredo Cortez Renderos.
3 Cabo Ronald Bernabé Flores.
4 Soldado Mario Edgardo Morán Mendoza.
5 Soldado Enrique Antonio Alfaro López.
6 Soldado Carlos Antonio Romero.
7 Soldado Juan Antonio Ramírez.
8 Soldado Abelino Juárez Beltrán.