Encontrándome en el casco de una hacienda, descubrí para mi sorpresa que estaba ahí en medio del patio un zorro en absoluta libertad; que incansablemente daba vueltas y vueltas, en un área de unos tres metros cuadrados, sin escaparse ni moverse de lugar.
Intrigado, pregunté al encargado de la finca el porqué de la conducta del animal. Me contestó que se trataba de un zorro salvaje que desde cachorro vivió enjaulado en una área similar a la que daba vueltas, por lo que, años después, cuando finalmente su carcelero decidió liberarlo, el zorro simplemente se quedó donde estaba, incapaz de escapar, de disfrutar su libertad, de valerse por sí mismo: el zorro quedó preso, ya no en una jaula de metal, sino que la prisión ahora estaba en su mente.
A veces pienso que nosotros los salvadoreños somos ese zorro. No nos acostumbramos a la libertad, nos da miedo esa sensación de tenernos que valer por nosotros mismos, económica y políticamente, por más que nos hagan saber que ahora somos libres y vivimos en democracia, nuestras mentes continúan atadas por miedos sin fundamento inculcados por años y años de educación populista que nos hace creer que irremediablemente somos dependientes del Estado, por lo que preferimos entregar nuestra libertad a falsos mesías que nos prometen paternidades estatales generadoras de paraísos terrenales inexistentes.
Las cárceles mentales de los salvadoreños no derivan únicamente de los paradigmas de izquierda promulgados en las aulas y universidades públicas y privadas, sino que con el tiempo han ido adquiriendo diversos matices, los cuales tienen su origen en la aguda ignorancia de la fuerza que tiene la voluntad individual (cuando nos proponemos algo) y colectiva (cuando todos nos unimos para un fin).
Por alguna razón, hemos llegado a creer que “mi voto no vale”, que no hace la diferencia. Los salvadoreños vivimos una guerra civil, conflictos sociales, destierros y mucho dolor ciudadano para lograr superar las dictaduras militares, para vivir en democracia y libertad, solo para descubrir que una vez libres, no sabemos qué hacer con ella. En un país en donde corrió sangre para tener elecciones libres y en donde en cada elección se pone tanto en juego, es increíble tengamos abstinencia electoral del 48%; abstinencia que, a la vez que deslegitima a los gobernantes, hace que todos los sacrificios que hicieron miles de salvadoreños para que tuviéramos democracia, hayan sido hechos en vano. El gobierno que ahora tenemos, por ejemplo, fue electo por un poco más del 30 % de salvadoreños con derecho al voto.
No obstante considerarme una persona profundamente religiosa con raíces católicas, no estoy dispuesto a creer que tenemos el gobierno que tenemos por “voluntad de Dios”. Creo que todo gobierno es electo por nosotros y no tenemos mejores gobernantes por la crónica incapacidad de los diferentes actores políticos de presentar propuestas más atractivas, inteligentes y viables a las que tuvo en su momento el partido que ahora gobierna. Tenemos a quienes tenemos gobernándonos porque el FMLN supo manejar mejor su logística para hacer llegar a sus votantes a las urnas y supo dar al pueblo una oferta electoral más atractiva que la oposición, la cual parece no aprender la lección y continúa sin poderse conectar con la población quien ahora no lo castiga en las urnas sino en los sondeos de opinión.
Me resisto a creer que “no hay que meterse en política porque es corrupta”. Si es corrupta, si está en manos de personas no aptas ni preparadas, es porque aquellos salvadoreños honestos, probos y capaces deciden no involucrarse, no renunciar a su delicioso anonimato y a sus privilegiadas existencias. El Salvador urge de personas capaces para trabajar por la cosa pública -no en busca de privilegios, de viajes en primera clase o de licitaciones amañadas- sino para servir a este país que es el único que tenemos y que a gritos pide dirigentes capaces para poder solucionar las necesidades tan sentidas de la población: educación, seguridad, salud y progreso.
Me resisto a pensar que no podamos superar la “cárcel de nuestras ideologías”, que no nos permite unirnos en torno a un proyecto común para sacar adelante a El Salvador, ¿cuándo dejaran las élites políticas esa actitud de bloquear lo que el oponente propone, por muy bueno que sea para el país, o eliminar proyectos beneficiosos porque fueron establecidos por el gobierno anterior? Las mismas ideologías que nos llevaron a una guerra, ahora nos llevan al fracaso.
Todos los días, frente a los diferentes medios de comunicación, veo a mi pobre país hundiéndonos cada vez más en deuda pública, corrupción, politiquería barata y resentimientos internos, sin darnos cuenta que somos libres para progresar pero que aún así, hacemos todo lo posible por seguir presos en el subdesarrollo. Tan presos como ese zorro en su jaula inexistente.
*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica