El régimen tiene miedo

Y es porque tiene miedo, pánico, terror, al único poder verdadero: el de los ciudadanos.

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Víctor Manuel Silhy, de Laboratorios Suizos, hace entrega simbólica a jugadores de la Sub 20.

/ Foto Por EDH / Cortesía FESFUT

Por Federico Hernández Aguilar*

2016-06-28 9:18:00

Y mucho. Demasiadas señales lo demuestran. ¿Por qué se envía a grupos de choque para amedrentar a una veintena de pacíficos ciudadanos que pedían la instalación de una CICIES contra la corrupción? ¿Por qué se realiza una esperpéntica reunión de partidos de izquierda en San Salvador y se termina afirmando que la CICIG, en la vecina Guatemala, no es más que un caso emblemático de “intervencionismo imperialista”? ¿Por qué se arremete contra la Sala de lo Constitucional, que está velando por la independencia partidaria de las instituciones, y se olvida que Schafik Handal, por ejemplo, fue un duro detractor de la Corte de Cuentas cuando ésta estaba en manos del PCN?

¿Por qué se insiste en el discurso de la transparencia y sin embargo se dejan tantos cabos sueltos alrededor de la cada día más huérfana “tregua entre pandillas”? ¿Por qué ningún líder del FMLN ha conseguido responder hasta hoy a las elementales preguntas que surgen en torno a la polémica gestión de Sigfrido Reyes al frente de la Asamblea Legislativa?

¿Por qué se encubre todavía la identidad del funcionario que mató accidentalmente a un motociclista hace dos meses, pese a que el anónimo conductor manejaba un vehículo oficial adscrito a Casa Presidencial? ¿Por qué se mantienen las reservas sobre los viajes que hizo Mauricio Funes durante su mandato? ¿Por qué tantas reacciones desaforadas ante las críticas de la sociedad civil organizada? ¿Por qué tantas actitudes defensivas, embestidas gratuitas y ridículas tesis conspirativas?

Por miedo. No existe otra razón. El oficialismo tiene miedo. Y este miedo nace de la dimensión ideológica que históricamente le ha dado el FMLN al poder político, en sintonía con algunos de los más delirantes supuestos de Marx, Engels, Lenin y Gramsci. Así lo confiesa el propio Foro de Sao Paulo en su estrambótica declaración de San Salvador: “Es vital no perder de vista el carácter instrumental de cualquier sistema político como medio de legitimación del poder de clase, al margen de quien lo ejerza…”. Y casi a renglón seguido: “La izquierda debe definir estrategias para aumentar su presencia en la integralidad del poder político, avanzando en el cambio de la correlación de fuerzas en la institucionalidad del Estado, lo cual requiere no reducir la lucha política al Poder Ejecutivo”. ¡Cuánta sutileza!

Por supuesto, semejante cháchara intelectualoide debió producirle fuertes dolores de cabeza a Medardo González, porque él prefirió ser mucho más explícito que todos los cerebritos reunidos en el bermejo foro hemisférico: “Tenemos la sartén por el mango del Estado de El Salvador” (sic). Así de simple. Sin tanta vuelta de académicos formados en la Patricio Lumumba. Hegemonía pura y dura. Punto. Cualquier reinterpretación de las palabras de don Medardo posee ecos del mejor pragmatismo estalinista: “Camaradas, por favor, no nos perdamos: tenemos el poder, y el poder que no sirve para conservar y aumentar el poder, es cualquier cosa menos poder”.

El miedo a perder poder es uno de los peores calvarios del político mediocre. El juicio adverso le genera ansiedades; vive entregándole su paz interior a los vaivenes de las encuestas de opinión, y, en consecuencia, suele ver enemigos por doquier. Como no ha llegado al cargo que ostenta para servir a los demás, tampoco cree posible que haya entre sus críticos gente honesta a la que mueva el patriotismo desinteresado. De ahí que sus reacciones frente a la reprobación de sus medidas traspasen fácilmente los límites del respeto y la tolerancia.

El FMLN se niega a entregar ninguna cuota de poder. Los que aún dudaban respecto de la agenda antidemocrática del partido oficial, ya no tienen razones objetivas para seguir dudando. El Frente llama “golpismo”, “injerencia” o “agresión imperial” a cualquier cosa que amenace su hegemonía, tanto si se trata de un fallo de control constitucional como de un ofensivo grupo de personas alzando pancartas. Y es porque tiene miedo, pánico, terror, al único poder verdadero: el de los ciudadanos.
 

*Escritor y columnista 
de El Diario de Hoy