El populista y las masas

Contrario al político democrático que cree en los equipos de trabajo, que reconoce el mérito individual, que busca el voto razonado, el populista y el fanático buscan encender pasiones. 

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Roberto e Isabela Huezo, de Boca del Lobo, también estuvieron en la rocola para dar certificados de regalo.

/ Foto Por Pencho y Aída

Por Marvin Galeas*

2016-05-06 8:39:00

Aquella tarde de 1940 en Italia era densa y quieta. Los nubarrones oscuros bajo un cielo turbio presagiaban lluvia y tragedia. Por los parlantes dispuestos en calles, plazas y sitios públicos de Milán, Florencia, Roma y demás ciudades italianas emergía dramática la voz de Mussolini.

El mensaje estaba dirigido a todos los italianos, en especial a las escuadras fascistas. “El Duce” anunciaba la entrada de Italia en la guerra como aliado de Alemania que, por entonces, avanzaba incontenible en todos los frentes de batalla.

Semanas antes, Mussolini había enviado una carta al rey Víctor Manuel, manifestándole que Italia debía entrar en la guerra en un momento oportuno: ni muy temprano ni muy tarde. Había que ponerse del lado del ganador para emerger de la ruinas de la guerra como un imperio.

El “Risorgimento” tenía como objetivo hacer, otra vez, de Italia un imperio con Mussolini como el nuevo César. Había que devolverle a Italia el antiguo esplendor. Pero todo dependía de colocarse del lado de los ganadores. A mediados de 1940, no había ninguna duda para “El Duce”: Alemania ganaría.

Mussolini, un antiguo socialista radical y luego creador del fascismo, un maestro en manipular a la gente, en su delirio de poder, quería pasar de dictador a emperador. Y ese deseo compulsivo de poder infinito lo llevó al desastre.

Cuando Mussolini anunció la entrada de Italia en la guerra y gritó: “Soldados italianos, salid a demostrar vuestra valentía, combatid con honor hasta alcanzar la victoria”, la multitud aplaudió entusiasmada.

Se fueron al matadero, azuzados con la patraña de la superioridad racial y la promesa de un imperio. Al final Mussolini perdió la guerra y terminó colgado cabeza abajo, balaceado y escupido junto al cadáver de su amante, incluso por esas mismas masas que lo idolatraron.

Los esclarecidos profetas de las ideologías extremistas, fanatismos religiosos y otras demagogias de plaza pública ven en los seres humanos no a pueblos como suma de individuos, sino a masas manipulables y amorfas, grotesca mezcla de pasiones.

Stalin en una siniestra referencia a las “amplias masas” solía decir que para el populacho un muerto es una tragedia, miles de muertos es una estadística.

Hay veces que, como suelen decir los populistas, las masas están en reflujo. Son aquellas temporadas bajas en el mercadeo de ilusiones. Es entonces cuando “hay que crear las condiciones”. Es decir provocar hechos, fabricar mártires, inventar golpes de Estado, desatar el terror para encender la chispa que prenda en las masas.

Cuando hay flujo de masas, es la temporada alta. Es cuando las calles se llenan de indignados, en el Estado Islámico gritan “yihad, yihad”; en La Habana, “socialismo o muerte”; en Managua, “patria libre o morir”, y en San Salvador, “revolución o muerte”. Con esas loas a la necrofilia sobrevienen la calamidad y el sangrerío, con la promesa de paraísos imposibles como telón de fondo.

El demagogo, llámese comandante, amado líder o clérigo talibán, sabe perfectamente que cuando una persona, usualmente de pocas luces, es arrancada, a fuerza de panfletos, consignas y cancioncillas incendiarias, de su individualidad y forma multitud, pasa a ser parte de “las amplias masas”.

El individuo en multitud suele perder la sensatez y el miedo. Deja de ser pasivo espectador para convertirse en destructivo “colectivo” dispuesto a todo. Es cuando las “condiciones están creadas”. El manipulador conquista sus objetivos. Casi siempre asaltar el poder político o permanecer en él para siempre.

Contrario al político democrático que cree en los equipos de trabajo, que reconoce el mérito individual, que busca el voto razonado, el populista y el fanático buscan encender pasiones. Vacían de conceptos las palabras hasta convertirlas en su exacto antónimo: el amor se transforma en odio y la paz, en la guerra; el goce creador en la pasión por la destrucción y, en síntesis, la verdad, en la mentira.

Pero los manipuladores, conscientes de lo devaluado del término “amplias masas”, han secuestrado ahora el concepto de “sociedad civil”. Sin embargo para el populista, amplias masas o sociedad civil, qué más da. El rebaño y el objetivo es el mismo.

*Columnista de El Diario de Hoy