El prestigio de las palabras, la supremacía de las imágenes

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Foto Por Cortesía

Por Katherine Miller, Doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2016-05-07 4:55:00

“Comenzaron despacio, después más rápido. Ellos estaban dando vueltas; todo alrededor estaba dando vueltas —las lámparas, los muebles, las paredes, el piso— como el movimiento giratorio de una rueca.  Cuando pasaron a las puertas, la rueda del vestido de Emma se enredó en los pantalones de su compañero de baile; sus piernas se enredaron; él miraba a ella y ella miraba a él; una languidez la cubrió, ella paró.  Comenzando otra vez, el Vizconde, sus pasos más rápido ahora, la llevaba lejos hasta los recintos lejanos de la galería donde, jadeando, ella casi cayó, y, durante un instante, descansó su cabeza sobre su pecho.   Y entonces, todavía dando vueltas y vueltas, aunque más despacio, él la llevó a su asiento; ella se apoyaba contra la pared y cubrió sus ojos con su mano.”

Emma Bovary en el vals descrito en la novela,
Madame Bovary de Gustave Flaubert (1856).

Gustave Flaubert publicó su primera novela, Madame Bovary: Escenas provinciales, en 1856, en forma serializada en la revista Revue de Paris, dedicándola a su abogado, Marie-Antoine-Jules Sénard, quien lo había defendido exitosamente ante las cortes judiciales de los censores del gobierno de Francia.  

Es una novela de nuevo estilo y su tema es que el adulterio podría ser tan aburrido, tan  “bourgeois” y pleno de “ennui” como el matrimonio. “Bourgeois”, durante este período, significaba algo similar al concepto de “ennui”, “esta sensación y modo de vida especial de represión que imaginamos como una población horrorosa de arañas trabajando en el cerebro individual  y aburrido”,  como lo define  su contemporáneo,

Charles Baudelaire, también enjuiciado legalmente por su “atentado contra la moral burguesa” por la publicación de Les Fleurs du Mal  (Las flores del mal).

Flaubert consideraba que está  —en todas sus obras—dirigiéndose a la desesperación que sienten las personas sensibles ante la clase media caracterizada por lo que él denomina “la bêtise”, una especie de estupidez  provincial generalizada que caracterizaba al período de “La Monarquía Burguesa” de Louis Philippe (1830 – 1840).

Flaubert escribió muchas obras:  la novela Madame Bovary,  los cuentos cortos Un corazón simple, La leyenda de San Julién el hospitalier y Herodias (publicados juntos como los  Tres cuentos); La educación sentimental, y la novela incompleta  Bouvard et Pécuchet, la encarnación cómica y monstruosa de la vulgaridad irónica mental  del esfuerzo de acumulación dispersa de cualquier clase de conocimiento para lograr una falsa grandeza.  Debemos agregar volúmenes de correspondencia sobre su estética de estilo literario y la agonía nerviosa que sufría cuando escribía.

Flaubert introdujo dos modalidades estéticas especiales, que no formaban parte de los características de las novelas antes de que él comenzara a publicar sus obras.  Estos son  el pesimismo y el énfasis en el estilo, especialmente, la ironía, esta sofisticación que consiste en la habilidad de mantener dos conceptos opuestos o diferentes, en suspensión simultánea en la mente, hasta tal punto que, sin Flaubert, no hubiéramos podido tener a  Marcel Proust, Émile Zola, Honoré de Balzac, Virginia Woolf, Henry James o James Joyce, por ejemplo.
Flaubert produjo estos enormes derrumbes estilísticos en sus escritos durante el siglo XIX (es decir, su nuevo  énfasis en el estilo y el pesimismo de la ironía y “la bêtise” junto con la búsqueda de lo que Flaubert consideraba casi hallar el Santo Grial: “le mot juste”, o sea, la palabra exacta que encarna estos cambios en el estilo).

Consideremos  lo que Flaubert  explica en una carta a su amante, otra escritora, Louise Colet, el 15 de enero de 1853:

“Me ha costado cinco días escribir una sola página… Lo que me preocupa en mi libro es la insuficiencia del elemento de la diversión cómica.

Hay poca acción. Pero mantengo que las imágenes son la acción.  Es más difícil sostener el interés en el libro por este medio, pero si uno fracasa, es un fracaso de estilo.  Ya he compuesto un bosquejo de cinco capítulos en los que nada ocurre.  Es un dibujo continuo de la vida de una aldea y de un romance inactivo, un romance que es especialmente difícil de pintar porque es simultáneamente tímido y profundo, pero, “hélas”, sin nada de la pasión silvestre e interna.  [….] Si logro lo que intento, sería un éxito maravilloso porque significaría  pintar el color sobre el color sin tonos bien definidos”.

Flaubert deseaba capturar el desencanto y aburrimiento provincial de la mediocridad que constituyó “la bêtise” y “bourgeois” y la tensión entre el texto y el mundo físico que describe.  

Un ejemplo,  par excellence, de esta técnica se encuentra en la cita con la que comenzamos este texto, en la que la sexualidad es reducida a una serie de imágenes mundanas.  Flaubert no dice explícitamente que el vals es un acto sexual en forma de baile, pero “la bêtise” de la reducción de los sentimientos a formas: paredes, dibujos del vals, explica todo al lector quien puede percatarse de la ironía de la situación.  La tensión sexual se encuentra, irónicamente, en la falda enrededada en los pantalones, que es casi cómica.

Saboreamos un poco de esta técnica de reducir todo al estilo, imágenes y el pesimismo con una selección que revela, explícitamente, la banalidad de los sentimientos del primer amante de Emma Bovary, Rodolphe, un terrateniente provincial, sin profundidad ni valores.

“Él no pudo percatarse -este hombre de tan amplia experiencia- de la diferencia entre los sentimientos encubiertos con la similitud de la expresión.  Es que los labios desenfrenadas o venales, habían murmurado las mismas palabras a él, y él creía solamente en la mitad de la sinceridad de las palabras que estaba escuchando ahora.  Él pensaba que, en su mayoría, este tipo de palabras debían ser tiradas a un lado porque tal lenguaje tan exagerado, seguramente, tendría que enmascarar sentimientos como lugares comunes; así como si el alma, en su plenitud, no desbordara  en las metáforas tan áridas, ya que nadie jamás pudiera distinguir la medida precisa de sus propias necesidades, de sus propias ideas, de su propia dolor.  El lenguaje humano es así como una tetera agrietada en la que golpeamos música para que bailen los osos, cuando lo que anhelamos hacer es confeccionar música que conmueva a las estrellas a profundidad de la piedad y la lástima”.

Los censores judiciales, guardianes de la moralidad, quienes intentaron suprimir la publicación de Madame Bovary, excoriaron a Flaubert por la implicación de que Flaubert, en su afán de capturar las pobres cualidades de la vida nacional de Francia bajo el Segundo Imperio y el “Monarca Burgués”, símbolo de  “la bêtise”, había “asesinado” a Madame Bovary con “un cuchillo de carnicero sangriento” en la escena de la muerte de Emma Bovary. Ahora, tomamos nota de que la novela cubre el espacio de ocho años, el matrimonio y dos amantes secretos de Emma tan “manqués” como el esposo.  Al fin, ella muere.  He aquí la muerte que ofendió a los censores: “Emma se levantó de repente como un cadáver galvanizado, su cabello colgado por su espalda, sus ojos bien abiertos mirando fijamente [….] 

Un espasmo la tiró para atrás al colchón.  Todos se acercaron.  Ya no existía”.

La agonía de la palabra con que luchó Flaubert para conquistar las imágenes y el pesimismo es siempre resumida en su famoso comentario al fin del proceso legal en su contra:  “Madame Bovary, c’est moi” (Madame Bovary, soy yo).

FIN