Las seis tristezas de una madre por la violencia

Francisca de 72 años, quien es madre y abuela, sufre la desaparición de  cuatro parientes desde marzo pasado. En noviembre de 2010, le asesinaron a dos hijos mayores. Una triste historia de una  madre como muchas en El Salvador.

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Francisca ha perdido a casi toda su familia. Esta madre se suma a las mujeres que han perdido a su familia a causa de la violencia. Su sufrimiento inició en 2010 con el asesinato de dos de sus hijos, pero su corazón no alcanzó cuando en 2016 perdió a casi todos los suyos. Su hija y nietos un día salieron y no regresaron y su hijo de 18 años fue a recargar un teléfono y desde entonces nadie sabe de él.

/ Foto Por elsalv

Por ??scar Iraheta

2016-05-09 9:00:00

En la casa de Francisca abundan las herraduras para caballos. En los pueblos dicen que la estructura de metal son amuletos para la buena suerte. Pero la señora de 72 años no lo cree, porque en su hogar es de lo más que se carece. Dice que están ahí por adorno. Su realidad es triste. Sus dos hijos mayores fueron asesinados en el 2010 y desde el 8 de marzo, otros dos están desaparecidos junto a dos nietos más.

Francisca solo vive con un nieto. No tiene esposo, dice que murió hace muchos años. La anciana es una de las  cientos de mujeres que en El Salvador han perdido a sus hijos a causa de la violencia generada en una gran parte por las pandillas.


Fotos: Las seis tristezas de una madre a causa de la violencia


La madre recuerda la tristeza que sintió por la muerte de sus dos hijos. Hoy, afirma que es más dura la angustia porque no sabe del paradero de los otros vástagos y tampoco de dos  nietos.

El sufrimiento de Francisca comenzó el 17 de noviembre de 2010 cuando  varios sujetos llegaron a su casa situada en Aguilares, al norte de San Salvador a bordo de un vehículo.

Varios de ellos se bajaron y sin mediar palabra dispararon contra Juan Carlos y José Nelson, ambos de apellido García  de 22 y 24  años respectivamente.

Juan Carlos murió a un costado de la vivienda de lámina y plásticos. Su hermano intentó correr pero fue alcanzado por las balas y cayó junto a otra casa.  Eran los primeros dos golpes que la violencia le daba a esta madre.

Cada aniversario de la muerte de los hermanos, la madre adorna con flores de plástico las cruces que colocó en el lugar donde murieron Juan Carlos y José Nelson.

Seis años después cuando Francisca ya vivía con su corazón conformado por la muerte de sus dos vástagos mayores, su hijo Óscar Armando García Mancía, 18 años, salió de la casa a poner una recarga a su celular y jamás regresó. Un día antes su hijo le confesó que un grupo de supuestos soldados lo habían golpeado y amenazado. Fue la primera semana de marzo pasado.

Lo último que la madre sabe de Óscar Armando es que algunos vecinos lo vieron en una colonia en el municipio  de El Paisnal, ya que ahí tenía una novia y también visitaba una iglesia con un vecino de la joven.

La mujer salió desde esa fecha a buscarlo en la zona y pocos le daban referencia de su hijo. Visitó delegaciones y puestos policiales, unidades de salud, hospitales y nunca volvió a saber de Óscar Armando.

Doña Francisca narra que el Lunes Santo pasado (21 de marzo) a las 8:00 de la mañana  su hija Silvia Esperanza, de 32 años, le comentó que regresaría a la casa hasta por la tarde porque viajaría hacia San Salvador. En segundos, Silvia cambió la decisión y le expresó que no iría al trabajo porque saldría a hacer un mandado. Silvia no dio más explicaciones.

La madre llegó a casa por la tarde después de realizar un trabajo en una casa vecina y se percató que Silvia Esperanza y sus dos nietos no estaban en la vivienda. Al consultarle a un tercer hijo de  la mujer, este le expresó que su madre salió con sus dos hermanos y sólo se limitó a decirle que “iría hacer un mandado”.

Silvia no llegó esa noche a casa. Hasta la fecha, Doña Esperanza no sabe del paradero de la hija y sus nietos.

La búsqueda de sus parientes sigue incansablemente. A_veces viaja hasta Aguilares, Suchitoto y otros municipios cuando se entera que han sido encontrados cadáveres con características similares a la de sus familiares. Hasta la fecha no ha tenido suerte.

Francisca sabe perfectamente que en El Salvador muchas de las personas y en especial los jóvenes que desaparecen, son porque se convirtieron en víctimas de las pandillas. A veces cree que ese ha sido el destino de sus parientes desaparecidos.

No sabe si alguno de sus parientes pertenecía a una pandilla. Sin embargo, afirma que uno de sus  hijos aparece en los registros de la PNC que un día fue detenido por un delito leve.

“Si me los tienen secuestrados que me digan. Si  los van a matar que me los entreguen para enterrarlos, pero que ya no me hagan vivir en este sufrimiento”, declara la anciana.

La madre y abuela aún guarda las pertenencias de sus hijos y nietos. Las tiene en sacos de nylon porque dice que se mantienen alejados de la humedad. Hay  zapatos, pelotas de fútbol usadas y otros recuerdos…