Los cuentos que yo cuento…

Los políticos suelen hacer, fuera de las fronteras donde gobiernan, extensas y grandilocuentes defensas de esos valores que ellos mismos pisotean de cuando en cuando

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Fachada del RNPN, Registro Nacional de Personas Naturales. 

/ Foto Por Claudia Castillo

Por Ricardo Avelar*

2016-05-10 6:03:00

Hace unas semanas, en el marco de una visita oficial a nuestro país, el presidente de Guatemala Jimmy Morales visitó la Asamblea Legislativa y aprovechó el espacio para hablar con nuestros legisladores sobre la importancia del combate a la corrupción.

Loable, pensaría cualquiera. Es importante que un jefe de Estado donde quiera que vaya trascienda de lo meramente coyuntural y se refiera a principios básicos que dignifiquen la gestión pública, como fue el caso de Morales y su apología a la transparencia.

En su país, la historia es un poco diferente. Morales llegó a la presidencia con la promesa de no ser “ni corrupto ni ladrón”. Sin embargo, a los pocos meses de su inesperada victoria, se veía en él una actitud evasiva en torno al manejo de recursos, algo parecida a la de sus antecesores.

Morales se resistió, entre otras cosas, a revelar quién financió su estadía en un lujoso hotel entre la elección y la toma de posesión. Tampoco hizo público su gabinete como lo había prometido y a regañadientes -y con poca atención al detalle- dio a conocer su patrimonio. El opaco de allá fue el mismo adalid de la transparencia acá, donde nadie lo sigue tan de cerca.

Lo que Jimmy hizo no es poco usual. Los políticos suelen hacer, fuera de las fronteras donde gobiernan, extensas y grandilocuentes defensas de esos valores que ellos mismos pisotean de cuando en cuando. Tienen también la tendencia de apropiarse de triunfos ajenos cuando no se ven enfrentados a la prensa de siempre, a la que ya los conoce.

Como dijo Joaquín Sabina en su popular canción “La del pirata cojo”, estos personajes disfrutan de vivir momentáneamente esas vidas y probarse el traje de todos los hombres que nunca serán. Con ello, hasta el más tirano puede visitar un foro internacional de derechos humanos. Y un irresponsable administrador de recursos puede hablar de responsabilidad fiscal. Y de vez en cuando, un presidente peleado con la prensa puede ir a gestionar fondos de cooperación que dependen de verse como un comprometido con la “calidad de la democracia”.

Este caradurismo se exacerba cuando estas claras contradicciones las dicen frente a sus propios ciudadanos sin temor a las consecuencias.
Tome, por ejemplo, el caso de la famosa “tregua” entre las pandillas, una criatura de la que todos se beneficiaron y a quien todos ahora niegan. En su momento y fuera de las fronteras, estas rondas de diálogo-negociación-concesiones (¿?) se vendían como un proceso innovador y complejo para limar asperezas y romper uno de los más negros capítulos de la historia reciente del país: la guerra entre pandillas, de las pandillas hacia la sociedad civil, y la violencia desmedida de los cuerpos de seguridad hacia cualquiera que pueda ser considerado pandillero.

Lo que en El Salvador negaban categóricamente, en el extranjero lo celebraban y buscaban nuevos respaldos del proceso. Y los que aquí criticaron ampliamente el proceso, fuera del alcance de las cámaras también tenían sus negociaciones. Años después nos consta que aquí la idea se le ocurrió al menos a los dos partidos grandes, los cuales lejos de admitir que vieron el diálogo como opción viable, pretenden obviar que incurrieron en pláticas con las pandillas y hacernos ver que en todo caso sigue siendo reprochable solo aquello que hicieron sus adversarios. 

¿Qué sacamos de todo eso? Primero, como expuse en este mismo espacio hace dos semanas, que nuestros partidos se parecen demasiado, y no para bien. Segundo, que a un político debe juzgársele por lo que hace y no por lo que dice. Tercero, que no importa la retórica que empleen, el fino salón donde expongan o lo prestigioso de sus audiencias. Si en casa son corruptos, opacos o incapaces, como dijo Joaquín Sabina en otra canción, los cuentos que ellos cuentan acaban tan mal. 

*Columnista de El Diario de Hoy.