El cielo se llena de amenazantes nubarrones azabache. El norte silba en crescendo. No truena, retumba. Se percibe el nerviosismo de las aves. Ante este escenario, un salvadoreño no dice “ya va a llover”; dice “Ahí viene Elver”.
Elver aún no ha llegado con la furia arriba descrita, pero su magia vivificante ya transformó nuestra frágil naturaleza. ¡Qué agradable el olor a tierra mojada; qué marcado el antes y el después!
Antes de Elver, la tierra agonizaba deshidratada, la basura en total descubierto, los ríos pura piedra, la calor insoportable.
Dos que tres de sus visitas, y el verde que te quiero verde, camuflajea el montón de basura; los cafetales, conacastes, chiriviscos, mangos, ¡toda la flora! Chupa su agua llovida. El fluir del río inspira paz; sale del clóset una que otra chumpita y, si lo encontramos, desempolvamos el paraguas viejo.
Hablando de cafetales, estos se llenan de una hermosa y fugaz flor mieluda, espectáculo que, por su blancura, semeja la primera nevada en el hemisferio norte.
Hablando de mangos, estos se llenan de carne, y metamorfosean a color y sabor de placer intenso (aunque prefiero el manguito verde con limón, sal y alguashte).
La fauna voladora se da gusto picoteando mangos, hecho que puedo dar fe gracias a un enorme souvenir que el zanate, de los empaques flojos, depositó en el parabrisas de mi perol. ¡Ni que fuera vaca!
No coincido con Moisés Urbina ni con la Lina. Confío en que El Niño dejará de amolar, en que la lluvia se va a normalizar, y entre mayo y octubre ¿adivinen quién nos va a visitar?
En octubre estaremos chinos de tanto llover y, con un “hasta mayo”, despediremos a Elver, y le daremos la bienvenida al mejor trimestre del año con piscuchas, hojuelas, vacaciones para los cipotes, clima fresco, cielos azules, Navidad, mareas bajísimas y, en su transición de verde a seco, la Pachamama pintando de belleza singular, amaneceres, atardeceres, pascuas, cortés blancos, veraneras y maquilishuats.
¡Qué dicha vivir en el ombligo de América!
Cierto, la diversidad de vestimenta, dieta y actividades es mucho más marcada en hemisferios de cuatro estaciones, pero yo prefiero andar en chores, comer pupusas y poder nadar al aire libre todo el año, que preso por una nevada o por una de esas calores que derriten.
Lo malo es que la Pachamama está cada vez más y más encachimbada. No entiende porqué la estamos haciendo leña. Somos como un incómodo zancudo, amolándole la paciencia y, cuando esta se agote, seguro nos volverá a castigar con dañinos Elvers, Richters y sequías. Solo eso nos falta.
Pachamama, sabemos que no nos lo merecemos pero, ¡ten piedad de nosotros!
“Se requieren varios para bailar este tango. Tú, yo, nosotros, vosotros, ellos; ¡todos ustedes ténganme piedad!”, reclama la Madre de las madres.
Empecemos por disfrutar su esplendor. Les incentivo a que se den una escapadita fuera de la jungla urbana de Nayiblandia, o al parque que Norman nos heredó. Ahora, a las 5:00 a.m. ya es de día.
Dejen que el verde que te quiero verde entre por sus ojos, la sinfonía aviar por sus oídos, la miel del mango por su saliva, toquen la tierra mojada, inhalen aire puro, exhalen estrés.
Demostrémosle respeto a la Pachamama, no botando basura a diestra y siniestra, ahorrando agua y energía, adoptando una planta, sembrando un arbolito, llevando nuestras bolsas reutilizables al súper, rechazando el derroche de melaza, reciclando, acaparando agua llovida, apoyando iniciativas verdes.
El verde es vida, es el color de la esperanza.
Yo espero que la conciencia cuscatleca se pinte al menos un poquito más verde y que, en reconocimiento, Elver no nos caiga ni muy muy, ni tan tan. Ni muy abundante que nos lleve la chorrera, ni tan seco que se nos queme el maizal.
¡No se vayan a mojar!
* Columnista de El Diario de Hoy.
calinalfaro@gmail.com