Un nuevo intento

Nunca es tarde para gobernar bien, o para intentarlo, o para al menos acercarse honestamente a los sectores que pueden contribuir a que la situación del país mejore.

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Cada menor de edad seleccionado para las operaciones recibió una evaluación previa para poder ser apto.

/ Foto Por Lissette Monterrosa

Por Federico Hernández Aguilar*

2016-05-17 8:15:00

El gobierno de la República presidido por Salvador Sánchez Cerén, y el sector empresarial organizado liderado por la ANEP de Luis Cardenal han iniciado pláticas para establecer un nuevo intento de diálogo constructivo. Nadie está en capacidad de saber a qué inéditas oportunidades de colaboración puede llevar este esfuerzo, pero en todos los involucrados debería existir el deseo genuino de avanzar por una ruta más armónica, más edificante, siquiera menos tensionada.

El quinquenio funesto (2009-2014) legó a la sociedad salvadoreña algunas de las peores cosas que un país con bajo crecimiento necesita aguantar: un clima de desconfianza inversamente proporcional a la unidad de objetivos que reclama la coyuntura, una cuenta infinita de saldos pendientes en casi todas las áreas de desarrollo humano y una carga de frustraciones ciudadanas que deteriora exponencialmente nuestros índices de efectividad a la hora de buscar soluciones a nuestros graves problemas.

Uno pensaría que las valiosas lecciones dejadas por el mal gobierno de Mauricio Funes iban a ser inteligentemente capitalizadas por la gestión del profesor Sánchez, habida cuenta de las reconocibles diferencias de carácter y trayectoria que existen entre ambos personajes. Pero no. A casi dos años de haber asumido el control del Estado, el segundo periodo del FMLN se ha caracterizado por la poca pericia —no quiero creer que es mala voluntad— en el manejo de las ansiedades sociales que heredó de la administración anterior.

Alguien podría decir que dos años para aprender a buscar consensos es demasiado tiempo. Bueno, es una forma de verlo. Otros preferimos creer que nunca es tarde para gobernar bien, o para intentarlo, o para al menos acercarse honestamente a los sectores que pueden contribuir a que la situación del país mejore. Lo que sí no debemos tolerar, a estas alturas del partido, es que cualquier relación entre gobierno y sectores productivos esté signada por el cálculo político, el fariseísmo o los intereses mezquinos. De eso ya tuvimos suficiente. Gracias a eso, de hecho, es que estamos como estamos.

Los mensajes enviados en estos días por nuestras autoridades públicas y por la cúpula empresarial han sido los correctos. Ambas partes expresan sus anhelos de llegar a acuerdos básicos sobre los cuales trabajar una agenda conjunta, que no debería ser muy distinta de aquella que permite trazar la realidad. A decir verdad, del enfrentamiento creativo entre realidades y posibilidades es que salen los grandes consensos nacionales, y es la búsqueda de ese delicado equilibrio el que debería estar motivando a funcionarios y empresarios a volver al diálogo. Nadie se beneficia del escepticismo.
 
Ahora bien, ¿qué debemos exigir los salvadoreños de esta nueva búsqueda de entendimientos? Primero, rectitud de intención. Imposible arribar a acuerdos significativos si una de las partes, o ambas, utilizan las mesas de diálogo para distraer a sus interlocutores (y al resto del país) mientras por lo bajo impulsan agendas oscuras. La segunda condición, la coherencia argumentativa, es un efecto de la primera. No es solo la convicción subjetiva de estar en lo correcto lo que faculta a alguien a empujar proyectos determinados, sino también el abierto contraste de esos proyectos con los de quienes piensan diferente. Sin esa honrada contrastación, ¿cómo obtiene la altura moral que necesita cualquier propuesta para demostrar su viabilidad y congruencia?

Apliquemos estas dos condiciones al proyecto de reforma de pensiones que tanto rechazo ciudadano ha provocado en meses recientes. ¿Cuál sería la mejor actitud de parte de aquellos que promueven la impopular medida? En principio, demostrar que tienen razón. Eso significa no solo sentarse a una mesa y presentar la reforma tal cual, sino refutar con argumentos convincentes cada crítica que se le haga al proyecto. Lamentablemente, hasta este día, nuestro gobierno se ha empeñado en cambiar el sistema previsional sin haber demostrado técnicamente que su apuesta es la más conveniente para el país. ¿Servirá el diálogo para evitarnos esta clase de imposiciones y privilegiar las oportunas reflexiones? Ojalá así sea.
 

*Escritor y columnista de El Diario de Hoy