El destino de Judas

Judas no nació para ser traidor, no fue el destino, fue su voluntad la que lo hizo convertirse en uno. El Salvador no nació para ser un país del tercer mundo que acuna criminales y expulsa a sus hijos.

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elsalvador.com

Por Max Mojica*

2016-05-22 6:59:00

Existen “personajes célebres”, así como “personajes tristemente célebres”, los cuales pasan a la historia por el mal que causaron o por el bien que voluntariamente dejaron de hacer. Judas -quien en hebreo fue conocido como Judá-bar-Simón, en griego como Judás hijo de Simón, y quien en atención a que era descendiente de la ciudad de Keriot, fue llamado por Jesús Judás-is-Keriot, por lo que su nombre latinizado fue el de Judas Iscariote-, es el “personaje tristemente célebre” por excelencia, ya que pasó a la Historia como “el hombre que traicionó a Jesús”. Él es un personaje especial, su nombre mismo es un insulto en algunos países, pensar en él nos mueve al rechazo. Según el diccionario, su nombre significa: “Impostor. Hombre alevoso, traidor”.

En estos aciagos tiempos en que vivimos, resulta oportuno analizar las situaciones que rodearon al apóstol que llegó a convertirse en traidor. De acuerdo con las profecías del Antiguo Testamento, habría un traidor que entregaría al Mesías. Según ellas, el destino era una aplanadora inevitable, un tren en marcha, un evento que no podía ni esquivarse ni posponerse: el traidor existiría y, cuando el tiempo fuera propicio, traicionaría al Mesías, tomando las profecías la forma de un hombre: Judas.

¿Era inevitable el “destino de Judas”? Es una pregunta que no admite respuestas fáciles. Si la contestamos con un sí, inmediatamente implica que soslayamos lo más valioso del ser humano: su voluntad. Si Judas era un instrumento ciego del destino, su inevitabilidad exculpa su responsabilidad. Si él nació y fue  escogido por el hado del destino para ejercer el rol de “traidor”, su misma escogitación excluye su responsabilidad, de igual forma que la bala expulsada por el cañón de una pistola, no es el responsable de la muerte del ser humano interpuesto en su trayectoria. Fue lanzada por la mano que apunta y hala el gatillo. Ella, por sí sola, no puede parar. Si somos títeres de alguien o de algo, nuestra vida no es más que una variable en un ecuación matemática previamente definida, la cual no puede ser cambiada por más que hagamos.
 
Si aceptamos que Judas “nació para ser traidor”, estamos frente a la encrucijada de aceptar que somos peones indefensos ante el destino, lo cual implica la renuncia de nuestra voluntad, capacidad de decisión y, finalmente, a nuestro libre albedrío. Al aceptar un destino previamente trazado para nosotros, implícitamente aceptamos que una o mucha parte de nuestra vida escapa de nuestro control. Visto desde esa perspectiva, aceptar que Judas nació para ser traidor me parece inaceptable.

En lo personal, considero que yo soy responsable de lo que hago, de lo que hice y de lo que haré. Sin excusas, sin justificaciones: yo tuve y tengo el timón de mi vida y, por tanto, acepto lo bueno y lo malo que yo mismo he permitido que ocurra en ella. El destino lo hacemos nosotros, ya que la existencia de un destino predeterminado es mutuamente excluyente con la característica que nos hace tan humanos: la libertad de escoger. 

En El Salvador es común escuchar conversar a las personas que nos rodean sobre la “inevitabilidad” de nuestro destino como país, olvidándonos que la responsabilidad de nuestra nación descansa enteramente en nuestras manos y que somos nosotros los llamados a “hacer algo”, a luchar por el único país –que nos guste o no- es el nuestro.

El Salvador no tiene un destino en sí mismo. Seremos nosotros los que lo construyamos. Nuestro país se puede convertir en una gran nación, si personas capaces e idóneas para gobernar nos unimos para hacerlo progresar y arrebatar el gobierno a los que por décadas le han hecho daño. De igual forma, si optamos por la pasividad, no nos extrañe que los que se lucran de la cosa pública y evidentemente nos gobiernan con incapacidad, lo acaben de hundir. Ante ese escenario, ¿de quién sería la responsabilidad? La respuesta es clara: de esa enorme masa de ciudadanos cómodos, que prefieren criticar en la sombra, que dar la cara y atreverse a señalar las cosas que están mal en nuestro país, y a la vez, proponer soluciones para los enormes males que ahora vivimos como sociedad.

Judas no nació para ser traidor, no fue el destino; fue su voluntad  la que lo hizo convertirse en uno. El Salvador no nació para ser un país del tercer mundo que acuna a criminales y expulsa a sus hijos; el país que ahora es lo hemos construido todos: unos por pasividad, otros por maldad, otros por conveniencia. Yo he decidido trabajar por el bien de mi país, porque sé que en él está mi futuro, mi destino; porque yo sé que lo que ocurra en El Salvador descansa en mis manos, sin excusas, sin justificaciones; yo al menos he optado por ese compromiso, ¿y tú?  
 

*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica