Un libro, un café, una aventura

Electrónico o en papel, nada, repito, como la experiencia de sumergirse en un libro, tomar café y viajar por mundos y épocas maravillosas 

descripción de la imagen
elsalvador.com

Por Marvin Galeas*

2016-04-22 9:20:00

Recuerdo con nitidez esa tarde lluviosa de agosto de 1977. Eran casi las 6. Las calles de San Salvador eran entonces como campos de batalla. A veces la sangre se quedaba para siempre reseca sobre el pavimento o sobre las gradas de la Catedral. Pero esa tarde, quizá por la lluvia intensa, la ciudad vivía una especie de tregua fugaz.

 Adentro del Bella Nápoles, el aroma del café y repostería daban una sensación de paz en aquellos días de vísperas de guerra. Era el lugar favorito de los escritores, actores y otros artistas. Los intelectuales. Allí se reunían cada tarde a hablar sobre literatura, cine, teatro y, claro, política. Mientras esperaba que llegaran los amigos, pedí un café, una pieza de pan dulce y me sumergí en la lectura de la piel de zapa de Honorato de Balzac.

 Acababa de comprarlo en una vieja librería cerca del parque San José, también en el centro de la ciudad. Las páginas de aquel ejemplar usado olían a viejo. Nada más agradable que aquella mezcla de olores sentado en la mesa del café, mientras la lluvia golpeaba con fuerza los cristales y empapaba hasta el alma de los transeúntes en la calle.

 “Hacia fines del mes de octubre último, entró un joven en el Palacio Real, en el momento en que se abrían las casas de juego, conforme a la ley que protege una pasión esencialmente imponible. Sin titubear apenas, subió la escalera del garito señalado con el número 36”… comenzaba la novela. De pronto, mientras avanzaba en la lectura, salté de aquel San Salvador lluvioso de 1977 a París de finales del siglo XIX, con su edificios de magnífica arquitectura y sus calles de pierda pulida. Era de noche… en París.

La novela narra la historia del joven Rafael de Valentín, quien obtiene un pedazo de cuero, la piel de zapa. Se trata de un talismán que cumple cualquier deseo de su poseedor. Pero por cada deseo la piel se encoge y la vida de Rafael se acorta. El joven deberá decidir entre vivir una vida llena de sensualidades e intensa, o una larga vida seca y aburrida.

Página tras página el ambiente parisino se apoderaba con mayor fuerza en mi imaginación. Literalmente caminaba con los personajes por las orillas del Sena, el Barrio Latino, la Rue André Antoine que conecta Pigalle con Montmartre. Veía a las mujeres vestidas, algunas de negro riguroso, pero no por luto, sino por elegancia, hombres de trajes gastados, bastón en mano y zapatos de punta. Y las luces de París, la ciudad luz.

Una mano sobre mi hombro me sobresaltó y me regresó al San Salvador lluvioso de 1977. Era la actriz Gilda Lewin, querida amiga, compañera de tertulias, café y libros. Ella, cultísima, ya había leído la novela de Balzac, y comenzamos la conversación sobre “La Comedia Humana”, la vasta colección de novelas del gran escritor francés. De alguna forma la incomparable aventura de la lectura de un libro, estimulada por el café continuó.

No he encontrado experiencia más grata y edificante a la vez que leer un buen libro y degustar un buen café. Varios años después, caminando por la calles de París, sentí como si siempre hubiese vivido allí. Fueron tantas las novelas de Balzac, Víctor Hugo, Dumas, Zolá y otros que leía, que el viejo París y su nomenclatura se me instalaron en las neuronas para siempre. Sabía que al doblar aquella esquina me encontraría la imponente catedral de Nuestra Señora, y más allá el Louvre, y hacía casi de memoria el recorrido por los campos Eliseos.

Escribo este episodio fugaz e intenso, porque hoy, 23 de abril, se celebra el Día Mundial del Libro. Y es esta fecha porque un día como hoy pero de 1616, fallecieron Cervantes, Shakespeare y el inca Garcilazo de la Vega. Y un 23 de abril nacieron también otros grandes como Vladimir Nabokov y Mejía Vallejo. Por casualidad también yo nací en abril, y una de mis hijas lleva ese nombre.

Electrónico o en papel, nada, repito, como la experiencia de sumergirse en un libro, tomar café y viajar por mundos y épocas maravillosas sin mover más que los ojos conectados al cerebro, el alma y el corazón. 
    
*Columnista de El Diario de Hoy