Mi tendencia ingenua a compartir opiniones personales que a veces no gozan del consenso general ha sido de las fuentes más constantes de lecciones de prudencia. Por eso estoy plenamente consciente de que estoy a punto de ganarme la desaprobación de un número importante de lectores. Mi opinión impopular de hoy es que estoy harta de Justin Trudeau. Si usted no sabe quién es Justin Trudeau, considérese el afortunado miembro de un grupo bastante pequeño. El resto de nosotros no hemos corrido la misma suerte.
Justin Trudeau es el Primer Ministro de Canadá. En Canadá, debido a su sistema parlamentarista, el Primer Ministro tiende a tener menos poder y, por ende, menos protagonismo que en los sistemas presidencialistas. La política es indirecta: son los ganadores de elecciones locales y las políticas internas de cada partido lo que termina definiendo al Primer Ministro, en una representación bastante diluida de los votos de la gente. En pocas palabras, no hay demasiadas razones por las que un Primer Ministro, en comparación a la fiebre mediática que rodea a los candidatos presidenciales en sistemas presidencialistas, ocupe demasiado la atención de los medios. Sin embargo, para el caso específico de Trudeau lo anterior no ha sido la realidad. Recibe casi el mismo nivel de cobertura y pleitesía mediática que el otro Justin con el que comparte nacionalidad (Bieber, aclarando por si son de los que cierran los ojos frente a las revistas en la caja del supermercado).
Es entendible que Trudeau llame la atención. Es joven y con su edad ha incorporado una bienvenida disrupción a la manera tradicional de interactuar con los medios. Es listo y está mucho más a tono con la manera de pensar de su electorado y su cambiante demografía. Es mediáticamente astuto y entiende muy bien que en el ciclo noticioso de 24 horas, cualquier cosa puede volverse noticia y ha vuelto la viralidad su arma más poderosa. Los medios, inocentemente, han picado el anzuelo con hambre de principiantes, y Trudeau y su Instagram con posturas de yoga en la mitad de un día en el ejercicio de sus labores, saturan los medios digitales. Y eso no es culpa de Trudeau, que solo está exprimiendo la atención y la adoración mediática lo más que puede, porque implica una cómoda absolución de las preguntas difíciles, distracción de las críticas y un esquive de las preguntas incómodas en conferencias de prensa.
Uno de sus últimos episodios de pleitesía viral ocurrió durante una visita que hizo a un instituto tecnológico, donde contestó con un lujo de detalles impresionante — y poco característico para alguien no versado en la materia — una pregunta sobre computación cuántica. Solo después de que el video le había dado la vuelta al mundo, una publicación reveló un poco más de contexto, contando que Trudeau — en serio o en broma — había pedido a la prensa que le hicieran la pregunta y sencillamente, había preparado su respuesta antes de la conferencia de prensa. Otro punto para la astucia política por encima del escepticismo sano que debería tener la prensa ante el poder. La explicación sobre cómo el momento no había sido tan auténtico como parecía no recibió ni por cerca el mismo nivel de atención que la “realidad” maquillada de la conferencia.
Y Justin Trudeau recibe cobertura porque los reportajes superficiales que genera — sean las fotografías de sus sesiones de boxeo, o de sus bailes espontáneos — capturan la atención de la audiencia. Donde la adoración mediática se vuelve tóxica es cuando la prensa política se olvida de su razón de ser y canjea su rol de auditoría del poder por el rol de la prensa rosa. Eso solo incentiva a que otros políticos, con sistemas con estados de derecho más débiles que el canadiense y calcetines más extravangantes, intenten traficar en trudeauismos mientras empujan irresponsabilidad fiscal, populismo, mediocridad, conflictos de intereses o falta de transparencia. Traficando en trudeauismos los cobija una prensa cómplice, demasiado distraída por los bien ejecutados guiones de show business. El rol de un gobernante no es entretener audiencias: que la prensa no se los haga posible.
*Lic. en derecho de ESEN con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University. Columnista de El Diario de Hoy
@crislopezg