Durante los dos últimos años, Brasil ha estado envuelto en el escándalo de la corrupción más costosa jamás descubierta en una democracia. La evidencia surgió 2014 cuando contratistas privados formaron una alianza para inflar y sobrepujar proyectos para la empresa estatal de energía Petróleo Brasileiro (Petrobras). Contratistas se embolsaron el dinero extra y sobornaron a políticos y ejecutivos de Petrobras para guardar silencio. El escándalo era evidente e implicó a figuras políticas prominentes de Brasil.
La clase media brasileña reaccionó con rapidez y dureza ante las revelaciones de Petrobras, realizando protestas cuyo alcance trascendió a lo que es el escándalo. Las protestas ya masivas surgieron al agotarse la paciencia con el partido político en el poder, el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), así como por los efectos de la recesión económica de Brasil, llegando la frustración hasta afectar a la Presidente Rousseff.
Rousseff, irónicamente, no está acusada de irregularidades en este asunto, ni por enriquecimiento ilícito. Más bien, se le acusa de dañar la reputación económica de Brasil, tratando de tapar los déficits fiscales públicos con fondos de los bancos públicos.
La tribulación política que sume a Brasil es una desviación de su trayectoria política reciente. Hace un par de años, Brasil parecía destinado a la grandeza. La mayor economía de América del Sur y parte de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), grupo de economías emergentes destacadas por su crecimiento; coronado con progreso social que acompañaba sus avances económicos. El Banco Mundial elogió a Brasil por reducir la desigualdad y elevar el nivel de vida de sus ciudadanos más pobres entre 2003 y 2014. Entonces, ¿cómo Brasil cayó tan bajo?
La vulnerabilidad de los precios de las materias primas ha golpeado la economía brasileña, se intensifica con la caída cíclica de los precios. Desde finales de 1990 hasta alrededor de 2012, el crecimiento de China y su consiguiente demanda de materias primas, dieron un impulso enorme a Brasil. El Gobierno brasileño aumentó el gasto social, haciendo que su popularidad subiera. Entonces, la economía de China comenzó a disminuir y con ello, se redujo la demanda de materias primas de Brasil. La desaceleración, junto con otros factores regionales, comenzaron a amortiguar la economía Brasileña. En 2009, la tasa de crecimiento de Brasil se redujo drásticamente y aparte de un breve rebote, ha ido disminuyendo constantemente desde entonces.
Durante el rápido ascenso económico de Brasil, le ingresó abundante dinero en efectivo y a pesar de los avances sociales que se hicieron, mientras Brasil prosperaba, la desigualdad sigue siendo un problema. Una vez que la economía comenzó a fallar, el apoyo popular para el Gobierno comenzó a declinar, haciendo que las revelaciones de corrupción fueran mucho más perjudiciales para los gobernantes del país. Sin el amortiguador de alto crecimiento económico, el gobierno brasileño está siendo obligado a enfrentarse a los problemas estructurales de largo plazo causados por su geografía, el elevado gasto y la corrupción.
Y así como va destapándose la corrupción se prevé un colapso; Petrobras es un ejemplo impresionante, el monto mal habido se estima asciende a $ 5.3 mil millones. Desde que estalló el escándalo, la coalición gobernante de Brasil se ha venido abajo y el apoyo a Rousseff está al mínimo. La presidente es ahora especialmente impopular entre la clase media que tiene tanto los motivos, los recursos y la razón para movilizarse después de haber sufrido la recesión.
Cuando Rousseff actuó como presidente de Petrobras (2003-2010) fue que sucedieron gran parte de las actividades ilegales. El escándalo ha puesto en duda su eficacia como líder y sus días los tiene contados.
* Colaborador de El Diario de Hoy
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