Lilly Landaverde, a sus 22 años, es la directora de House of Hope (Casa de Esperanza), en El Salvador, un lugar en el que el único requisito para formar parte es tener sueños y deseos de superarse. Se trata de una obra que tiene como objetivo ayudar a las jóvenes que han salido de orfanatos, a insertarse en la sociedad como personas autónomas.
Al preguntarle a Lilly cómo se describe a sí misma, no queda duda de que se trata de una persona nacida para ayudar. “No me veo en un trabajo formal donde tenga que pensar solo en mí misma. Siento que aparte de aburrido, sería feo. Vivir tu vida pensando en vos misma, en cuánto vas a ganar, en qué vas a hacer. No me vería en un trabajo trabajando para mí’’, dice.
Su solidaridad y altruismo tienen raíces en su familia, que siempre le enseñó a ayudar a los demás y a tener como eje central en su vida, la religión cristiana. “Siempre ha sido como parte de la familia el hecho de ayudar a otros. Ver que si conoces una historia en la que esté dentro de tus posibilidades hacer algo, aunque sea pequeño, dale’’, expresa.
Desde su adolescencia comenzó a interesarse en participar en programas de ayuda social, y al terminar su bachillerato, aceptó ser voluntaria en una organización no gubernamental llamada ‘’Sus hijos’’, la cual se dedica a trabajar, principalmente, con orfanatos y personas de escasos recursos.
Escuchar de primera mano la problemática que vivían miles de niños le hizo cobrar conciencia del valor que tenía su labor. “Tenés a alguien a la par que te está diciendo:“Mi vida apesta”, “Mi papá no me quiere”, “El nuevo esposo que mi mamá tiene, abusó de mí, y mi mamá no me cree, me echó de la casa, o me golpeó antes de echarme y ahora estoy aquí, y no sé qué hacer”. Entonces vos te quedas como ¿Qué puedo hacer?, sí, te sentís mal y todo, pero creo que no es solo sentir lástima, sino el hecho de ir más allá y preguntarte qué podes hacer para ayudarles a estos niños y niñas’’ afirma Lilly.
El día que marcó la diferencia para Lilly fue en el año 2011, cuando se encontraba en el Hogar de Niños Especiales San Martín, mientras acompañaba como intérprete a una estadounidense perteneciente a la ONG. “Ahí fue como que me hizo click en la cabeza: soy salvadoreña, tengo que amar a mi gente, sé la situación de mi país y ahorita no estoy haciendo nada. Viene gente de otro país y hace el trabajo que nosotros deberíamos de estar haciendo’’, se dijo a sí misma en aquél momento.
Lilly sabía que había que actuar, pero la oportunidad no se presentaría hasta dos años y medio más tarde, a través de su hermana Jenny, quien con una amplia trayectoria como misionera, y con aproximadamente una década colaborando con el Instituto Nacional de la Niñez (ISNA), siempre estuvo consciente de la problemática que implicaba que, a los 18 años, los jóvenes salieran de los orfanatos con preparación académica insuficiente y sin un lugar adónde ir.
Fue como, conociendo dicha realidad, un día mientras realizaba un paseo familiar, Jenny encontró a una de las jóvenes que había conocido en los orfanatos, pidiendo dinero. Ésta, al reconocerla, corrió de inmediato hacia sus brazos pidiéndole ayuda y un lugar adónde ir, puesto que no podía volver a su lugar de origen, donde había sido maltratada años atrás.
Jenny convocó vía redes sociales a todos sus contactos con el objetivo de encontrar ayuda financiera para albergarla mientras encontraba alguna solución. Una de esas personas que respondió fue Debbie Pilardy, estadounidense, pastora de la iglesia Calvary Church en Pitssburgh, Pensilvania, Estados Unidos, quien financia actualmente el proyecto.
Todo empezó sin una base establecida. “La idea de mi hermana era ayudar al estilo salvadoreño. Apenas y podíamos cubrir las necesidades de familia, la idea de tener más niños era más difícil. Nunca hubo un plan grande. Teníamos una niña afuera y fue como “veamos adónde la metemos”. No fue como “Este va a ser el plan”, recuerda Lilly.
Si bien, por el momento esa cantidad de jóvenes, siete, no constituye una muestra representativa de la población en esas condiciones, al preguntarle a Jenny cómo ve en un futuro a House of Hope, su respuesta es: “Yo creo que la experiencia nos está diciendo que ya no solo va a ser una casa. Este proyecto va a ser a nivel nacional y quizás hasta internacional. Y no una casa normal, sino que vamos a tener edificios, condominios. Agrega también que hay muchos interesados en diferentes países en contribuir a la creación de una ciudad protegida para el resguardo y desarrollo de los jóvenes.
La idea principal del proyecto que actualmente dirige nuestra salvadoreña del mes, es brindar a las beneficiadas un espacio seguro y la oportunidad de estudiar para preparase para la vida laboral. Dentro de quienes viven ahí actualmente se encuentran jóvenes terminando bachillerato, estudiando derecho, enfermería, traducción y cosmetología. El único requisito para formar parte, es pasar una entrevista donde se comprometan a aprovechar los recursos que se les brinden y acepten las condiciones de vivir en la casa.
Para Lilly, quien lleva de la mano sus estudios de arqueología con la dirección de House of Hope y su colaboración con la ONG ‘’Sus hijos’’, lo que hace, más que beneficiar a un sector de la población o de ser un simple grano de arena, se trata de algo que tiene una importancia trascendental y una gran influencia en la situación que el país vive actualmente.
Esto se debe a que muchos de los niños en cuestión, crecen en entornos donde la criminalidad es su única opción para sobrevivir. Según Lilly, al no brindárseles atención ni seguimiento, lo que sucede es que se crea un ciclo negativo. “Estos niños crecen y empezamos a ver los problemas que todos conocemos. Y el gobierno no puede tomar control de eso. Pero nunca trabajaste con esos niños; nunca nadie les prestó atención a esos niños porque estaban tratando de solucionar lo que todo el mundo ve, cuando la raíz de todo son esos niños que están entrando ahorita a orfanatos del gobierno, ¿Qué queremos hacer en el país? Quebrar ese ciclo, quebrémoslo de alguna forma. Y tenemos los orfanatos adonde están llegando niños que necesitan una segunda oportunidad’’, agrega.
Y es eso lo que ella ya ha comenzado a hacer en su día a día. “Verlas convertidas en alguien productivo para la sociedad y, sobre todo, ver la felicidad de ellas; de saber que valen y que son necesarias en alguna área del país”. Esa es, para nuestra salvadoreña del mes, la mayor retribución de su trabajo.