A la hora justa, en el lugar indicado, una pequeña dosis de atrevimiento y otra de suerte. Eso es todo lo que se necesita para toparse y platicar con un famoso como Leonardo Di Caprio, el hombre del momento tras ganar su postergado Oscar.
Al menos esa fue mi experiencia. Fue 1996, en los Estudios Disney de Burbank, en las afueras de Los Ángeles, donde se celebraba una nueva edición de los premios MTV Movie Awards. Leo, que ya había recibido una nominación al Oscar por “¿A quién ama Gilbert Grape?”, era famoso, pero no tanto. Tenía 22 años y todavía le faltaban un año y medio para convertirse en la celebridad mundial a la que Titanic (1997) le catapultó.
De hecho, en aquella premiación ni siquiera estaba nominado. Las estrellas de aquel día en la alfombra roja eran otros. Empezando por Alicia Silverstone, la gran estrella (fugaz) de la noche.
También Salma Hayek, Natalie Portman, Adam Sandler o el mismísimo Kevin Spacey, que venía de protagonizar “Los Sospechosos de Siempre”. Los conductores de la ceremonia fueron Ben Stiller y Janeane Garofalo. ¿DiCaprio? Completamente inadvertido.
Tras la entrega de premios, el canal MTV organiza habitualmente una fiesta donde además de los actores también invitan a los periodistas que cubren la ceremonia, que deben ir con tuxedo como si se tratase del Oscar.
Muchas de las celebridades, como Salma Hayek, Shaquille O’Neal o Natalie Portman, jamás aparecieron. La sorpresa es que ahí estaba Leonardo Di Caprio, invitado a instancias de la 20th Century Fox para promocionar “Romeo + Julieta”, que se estrenaba unos meses después. También estaba Claire Danes, la coprotagonista del filme, aunque unos metros más allá.
DiCaprio estaba solo, parado, con la mirada perdida, probablemente incómodo. Recuerdo que yo estaba con una periodista mexicana a la que conocí durante la cobertura y le comenté: “Ahí está DiCaprio”. Ella decía: “No es, solo se parece”. Yo insistí: “Es él”. La duda solo podía zanjarse de una manera: preguntándole a él.
Nos acercamos y la mexicana disparó sin preámbulos: “¿Tu eres DiCaprio?”. El hombre respondió de inmediato: “Sí, soy yo”. Pero la mujer no estaba convencida: “No te creo”, repetía. DiCaprio esbozó una sonrisa y encogió los hombros una y otra vez, pero ante la insistencia de la periodista resolvió con una jugada maestra. Sacó su billetera de un bolsillo, extrajo su carnet de conducir de California y despejó todas las dudas.
De haber ocurrido en la actualidad, todo habría terminado con varias selfies y sus respectivos posteos en las diferentes redes sociales. Pero en aquel momento, hace veinte años, no existían los celulares con cámaras ni tampoco Facebook. Y, pequeño detalle, DiCaprio no era todavía DiCaprio.
Algo similar me pasó dos años antes, en 1994, cuando fui testigo casual de la boda de Celine Dion en Montreal, pero esa es otra historia…