En El Salvador las malas prácticas únicamente han cambiado de dueño. En la campaña política del año 2009, la primera en la que tuve la oportunidad de presenciar como ser humano consciente de mis derechos, escuchábamos la consigna de que “las cosas van a cambiar”, “el cambio viene” y “no tenemos derecho a equivocarnos”. Cualquiera que ha estudiado medianamente los sistemas políticos sabe que la alternancia en el poder es una condición necesaria de la democracia, por lo que el gane de ese año en teoría traería aires nuevos a la política salvadoreña. Sin embargo, las consignas políticas del ahora partido en el gobierno se quedaron en eso, en simples consignas.
Los recientes videos publicados sobre las “pornofiestas” llevadas a cabo en los centros penales del país son una evidencia de la irresponsabilidad y falta de orientación de los funcionarios encargados de la seguridad pública del país. En lugar de fomentar e implementar políticas de readaptación y reinserción a los reclusos, se les anima a creer que no existe un control serio del Estado, que no hay respeto por la ley y que pueden seguir haciendo lo que quieran, donde quieran. Además de que los hechos en sí mismos ya son graves, resulta totalmente inaudito que funcionarios y exfuncionarios del gobierno, en vez de brindar respuestas a las interrogantes alrededor de este caso, monten un frente a defender a sus funcionarios o justificarse en que “en el año 2004 ya se hacían este tipo de fiestas en los centros penitenciarios del país”.
Con este tipo de argumentos carentes de sentido básicamente están normalizando las prácticas de corrupción en el país, justificándola en que si ahora estamos bastante mal, antes estábamos bastante-bastante mal. Esta excusa no es nueva, pues ya meses atrás hemos escuchado que si ahora se oculta cierta información, antes se ocultaba más; que si ahora se despilfarran recursos, antes se despilfarraba más y no hay por qué quejarse. Las malas prácticas del pasado justifican que ahora estas se repitan y las cosas no cambien.
Es una pena que la defensa más utilizada por los funcionarios de gobierno sea “en los veinte años también lo hacían”, “esa práctica la utilizaban también los gobiernos anteriores y nadie decía nada”; eso no es una defensa, es poner en evidencia la mediocridad de las personas que toman decisiones o quienes los defienden. En lugar de aceptar un error y buscar la forma de corregirlo, lo que pretenden es callar las voces de protesta sin un solo fundamento. ¿No se supone que llegaron al poder para que las cosas mejoraran? ¿No se iban a erradicar las malas prácticas? Probablemente la respuesta de un funcionario del actual gobierno a esta columna y a todas las interrogantes de la ciudadanía sería “¿y usted por qué no protestó antes?” (mi respuesta: porque estaba en el kínder o el colegio recibiendo clases), perpetuando la espiral de la mediocridad mientras mucha gente sufre por problemas a los que el Gobierno no les hace frente.
Es más triste aún ver la reacción de simpatizantes del partido en el gobierno. Ellos, quienes son los más legitimados para exigir resultados concretos por haber otorgado su voto de confianza, se limitan a justificar las malas prácticas o a quedarse callados; se están quitando la camisa de ciudadanos y quedando como simples súbditos, quienes no son capaces de criticar, exigir y mejorar. Y lo anterior no es un llamado a que cambien de ideología o de partido, sino a que le otorguen a sus ideales el valor que se merecen y exijan que se cumplan las promesas hechas; no pueden limitarse a una simple repetición de las palabras de sus cúpulas partidarias. El filósofo estadounidense Ronald Dworkin manifestó que “para muchos la política es una mera cuestión de fidelidad, como la lealtad de los hinchas hacia su equipo de futbol”; en El Salvador muchos se están quedando en hinchas de sus partidos políticos. En una realidad tan problemática como la que vivimos en El Salvador no es posible que los ciudadanos se limiten a justificar la mediocridad, al político que le simpatiza o a quedarse en calidad de súbditos expectantes del reprisse de malas prácticas. Exijamos cambios y resultados, las futuras generaciones se lo merecen.
*Columnista de El Diario de Hoy.