A sus 87 años, Samuel Quirós camina a un paso que más parece el de un hombre de mediana edad. Cruza la puerta que separa su oficina de su sala de reuniones y saluda amablemente.
Las paredes de la sala parecen de madera. “Es madera”, asegura, al preguntarle. Luego, cuenta que se trata de caoba importada de China.
Asia es un continente que Quirós ha visitado más de 50 veces, aunque no para ir a China, sino a Japón, donde tiene sus oficinas centrales la fabricante automotriz Nissan, con la cual el empresario inició negocios hace más de medio siglo.
Amante de la mecánica y el café, este hombre ha fundado a lo largo de su vida al menos tres empresas exitosas: Saquiro, que luego se transformó en Grupo Q; The Coffee Cup, que dirige junto a su esposa, Leyla de Quirós; y Quality Grains, donde actualmente sigue laborando.
Asegura que también ha incursionado en otros negocios que no tuvieron éxito, pero de esos prefiere no hablar. Lo que sí señala es que los fracasos le dejaron lecciones. De hecho, la procesadora y exportadora de café Quality Grains comenzó con un socio que se portó mal, según dice Quirós. Más adelante en la entrevista explica qué fue lo que pasó.
Pero más que de las empresas, Quirós dice sentirse feliz por su familia. Gran familia: tiene ocho hijos, 23 nietos y 5 bisnietos. “Tataranietos, ya no voy a llegar”, dice, en tono de aceptación.
Una infancia con limitaciones
Samuel Quirós nació en 1928. Su familia vivía en la ciudad de San Miguel. Cuando él era apenas un bebé, estalló la Gran Depresión de 1929, y su familia decidió mudarse a una hacienda de su abuelo paterno, a pocos kilómetros de la ciudad.
Quirós recuerda haber vivido una infancia “con limitaciones”, porque a pesar de que su abuelo tenía una hacienda, el principal producto de la misma era el henequén, cuyo precio se desplomó durante la Gran Depresión.
“No teníamos ni para un juguete. Me acuerdo que a una latita de sardinas le poníamos piedras y jugábamos de camión”, rememora el empresario.
Cuando ingresó al primer grado, sus padres se habían trasladado a San Salvador, donde vivían con su abuela materna. Samuel inició sus estudios en el Liceo Salvadoreño, pero unos años más tarde, fue expulsado junto a su hermano “por bien portados, hacíamos demasiadas cosas que no debíamos”, dice, con una sonrisa.
Tras el liceo, él y su hermano ingresaron al Externado San José, donde Samuel cursó hasta el primer año de bachillerato.
Cuando Quirós tenía 17 años, sus padres lo enviaron a terminar la ‘high school’ en Menlo Park, California, Estados Unidos. Corría 1945, el año en que terminó la Segunda Guerra Mundial.
El siguiente año, ingresó a una escuela superior de diseño mecánico en esa misma ciudad.
“Pero yo no era buen estudiante”, admite Quirós. “Estudiaba solo lo que me gustaba y en eso sí sacaba 10, pero en lo demás no”.
El octogenario recuerda que en esos años en Estados Unidos, con la libertad de no tener cerca a sus padres, “me dediqué a parrandear y a perder el tiempo”.
Volver a empezar
Al concluir el primer año de universidad, el joven optó por regresar al país. Recuerda que su padre, molesto, llegó a recibirlo al aeropuerto, junto a su madre, pero luego de saludarlo le retiró la palabra durante un mes.
Su madre, que vivía en San Salvador, le ofreció apoyo. Le pagó la prima para un camión Chevrolet y él se trasladó a San Miguel, a la casa de su papá, quien todavía no le hablaba. “De ahí jalé café del volcán, y jalé cerdos de Santa Rosa de Lima para el mercado de San Salvador”.
Unos tres meses después, cuando su padre vio que Samuel estaba arrepentido y dispuesto a cambiar, le ofreció que se hiciera cargo de la hacienda donde había vivido parte de su infancia.
Él se sintió tan feliz como el hijo pródigo de la parábola bíblica.
La hacienda se llamaba Mayucaquín y tenía cerca de 1,200 manzanas, pero buena parte de la misma eran cerros con piedra, recuerda Quirós. Por eso sembraban henequén y tenían un beneficio que producía fibra burda de la planta.
Para entonces, el precio del henequén había mejorado y la producción de la hacienda era buena. Además, en esos años el joven Quirós aprendió, de un mecánico del beneficio, conocimientos que luego le serían de gran utilidad cuando pasó de la agricultura al comercio de automotores.
El cultivo del algodón
Aproximadamente un año y medio después de que comenzó a administrar la hacienda de su padre, su madre le ofreció al joven Samuel que también sembrara algodón. Ella aportaría el capital y él pondría el trabajo. Las utilidades se repartirían por partes iguales.
Quirós recuerda que esa fue una época de auge del algodón, por lo que durante seis años obtuvieron buenos resultados.
“Después vino la crisis del algodón y me retiré antes de empezar a perder”, señala el empresario. Para su fortuna, pronto se le presentó una nueva oportunidad: un amigo suyo distribuía tractores agrícolas en San Salvador, y le ofreció venderlos en San Miguel.
Aquella oferta marcó la transición de Samuel Quirós, el agricultor, en el comerciante y empresario en el que luego se transformó (más información en nota secundaria).