Semana Santa: abramos un espacio a Dios

Pasar estas celebraciones sin hacer memoria de los padecimientos de Cristo, hacen descansar el cuerpo, pero empobrecen el espíritu

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Buzos y amantes de los recursos marinos participaron en la campaña de limpieza en Los Cóbanos.

/ Foto Por Menly Cortéz

Por ??scar Rodríguez Blanco. s, d, b.*

2016-03-12 6:06:00

La celebración de los días de la Semana Santa forman parte de nuestra vida cristiana. Estamos llamados a vivirlos en coherencia con nuestra fe. Conviene saber el significado de los días más importantes para no correr el riesgo de desenfocar la riqueza espiritual de cada uno de ellos. 
Durante estas celebraciones algunas personas se toman un descanso físico y mental. Pasar unos días en un lugar alejado de nuestra rutina diaria, es bueno y saludable. Lo malo sería olvidarse de Dios y de los misterios de nuestra redención cristiana. Es justo que demos a Dios el tiempo que le corresponde en estos días tan especiales. Pasar estas celebraciones sin hacer memoria de los padecimientos de Cristo, hacen descansar el cuerpo, pero empobrecen el espíritu. 

En esta ocasión quiero hacer un repaso del significado espiritual de los días santos. Comienzo por el Domingo de Ramos. Es un día que nos habla de alegría y dolor, de muerte y de vida, de sentimientos encontrados. Se llevan ramos y palmas procesionalmente para simbolizar la victoria de Cristo y el homenaje que el pueblo hace a su redentor. Los ramos no son talismanes contra los males o para atraer la suerte. Son signos del triunfo de Cristo en su entrada a Jerusalén. Los fariseos, que conocían muy bien las profecías, quisieron opacar aquellas clamorosas manifestaciones y le pidieron a Jesús que reprendiera a sus discípulos, pero Él les contestó: “Yo les aseguro que, si ellos se callan, gritarán las piedras” (Lc. 19, 40).

El Jueves Santo nos introduce en la preparación inmediata de la pascua. Jesús había dicho a sus discípulos “Vayan a preparar lo necesario para que celebremos la Cena de Pascua” (Lc 22,8). También Jesús celebraba la pascua judía. Ese año todo sería distinto pues Jesús celebraría la “última cena” en la que instituye: La Eucaristía como memorial de su pasión. En ella pronuncia estas históricas palabras “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre”. Instituye el “Mandamiento del Amor” diciendo -amaos los unos a los otros- y realiza un gesto propio de los esclavos al lavar los pies a sus discípulos para enseñarnos que la autoridad es servicio. Instituye el Sacerdocio Ministerial para perpetuar el memorial de la Nueva Alianza, “hagan esto en memoria mía”.
 
El Viernes Santo se conmemora solamente “la pasión y muerte de Cristo”. La celebración es sobria e intensa. Cristo muere en la cruz en solidaridad con la humanidad. El impresionante poema del profeta Isaías nos habla del Mesías como el siervo paciente, como el varón de dolores humillado y rechazado, y traspasado por nuestros pecados (Is. 52,13-53,12). Inspira sentimientos de dolor y compasión, de salvación y de esperanza. Ahí estaba representado todo sufrimiento humano. 

El Sábado Santo invita a pensar que Dios no está ajeno a nuestra historia y que por medio de su Hijo ha querido experimentar lo que es sufrir, llorar y morir. El panorama litúrgico cambia por la noche en la solemne vigilia pascual. Todo se viste de fiesta. Se proclama que la muerte es vida y que Cristo resucitó como Él lo había dicho. El sepulcro está vacío. La alegría de los creyentes es contagiosa. Se amanece con el domingo más importante de todo el año. Es el eje en torno al cual giran todas las celebraciones. Nuestra fe adquiere sentido: “Si Cristo no hubiera Resucitado vana sería nuestra fe”. Desde ese momento se inician las fiestas pascuales que duran cincuenta días.

* Sacerdote salesiano