Financiamiento sin transparencia es igual a corrupción, afirman, y yo lo creo.
Basta ver la forma en que por años se han manejado las finanzas públicas para comprobarlo.
Producto de esa forma oscura y nada transparente en que se ha despilfarrado el dinero que pagamos los salvadoreños, es que hoy vemos a expresidentes y otros servidores públicos en el ojo de la tormenta, siendo investigados y enjuiciados algunos, bajo evidentes indicios de haberse enriquecido en forma ilícita.
Si bien estoy de acuerdo en la posibilidad de instalar una CICIES, también debo decir que herramientas para luchar contra la corrupción existen, pero es hasta ahora que vemos hundirse al país por la falta de recursos, que hemos comenzado a exigir que funcionen como se debe.
Y es que no solo es injusto sino además pecaminoso, que en un país donde los recursos son insuficientes, el gobierno de turno se vuelva loco con los pocos bienes que pertenecen a la población y que, adicionalmente, quiera resolver los problemas financieros que ha causado, con más problemas financieros, o sea a través de más deuda.
El Salvador es firmante de la Convención Interamericana contra la Corrupción de la OEA, y en el 2007 designó al Ministerio de Relaciones Exteriores, a través de la Dirección General de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos, como la autoridad central para los propósitos de formular y recibir las solicitudes de asistencia y cooperación a que se refiere dicha convención, lo cual deducimos, nunca se ha utilizado.
Según el último índice de percepción de la corrupción, de Transparencia Internacional, El Salvador obtuvo 39 puntos en una escala donde cero es la máxima corrupción y 100 la carencia de ella.
La convulsión sobre este tema ha ido tocando a muchos países de América Latina, donde en los últimos meses hemos ido viendo cómo van siendo atrapados funcionarios que hasta hace poco gozaban de cierta popularidad. Nuestro país no ha sido la excepción.
El hecho de que en estos momentos haya dos expresidentes y miembros de sus familias cuestionados por la forma escandalosa en que han aumentado sus patrimonios, debe al menos darnos la esperanza de que las cosas pueden mejorar.
Los salvadoreños debemos comprender la importancia de luchar contra la corrupción. Dejar de escuchar el discurso que propaga el mensaje de la igualdad económica para todos, pero que no es coherente con el estilo de vida de quienes pronuncian ese discurso.
Dicho discurso, que no es más que el libreto que recogen en el foro de Sao Paulo -uno de cuyos fundadores está a punto de ser llevado ante la justicia en Brasil- ha estado supeditado a los fondos que recibían de los padrinos venezolanos, que por cierto y primero Dios, están a punto de ser derrumbados por sus propias acciones.
Asumimos, que la falta de patrocinios a los servidores de la ideología chavista ha sido la culpable de que poco a poco esté saliendo a flote el enorme déficit financiero en que tienen sumergido a El Salvador.
Si donde no hay transparencia se termina descubriendo que existe mucha corrupción, hoy más que nunca debemos exigir que se utilicen todas las herramientas que poseemos, para esclarecer hasta dónde llega esa corrupción.
Por el momento y para encanto de quienes gustan actualizar las páginas de la historia, no solo estamos viviendo un caos en materia fiscal, producto de no sabemos cuántos casos en que los dineros públicos, sin la debida fiscalización de las instancias correspondientes, se han mal utilizado o desaparecido; sino que además debemos lidiar con instituciones que, como la secretaría de Transparencia de la Presidencia, aceptan públicamente la pérdida de documentos, como una práctica común.
Estamos viviendo los últimos vestigios de esa generación política que se dio luego de la guerra. La descomposición del Estado es evidente y el relevo necesario. Yo espero y confío plenamente en que esa nueva generación de políticos, futuros dirigentes de El Salvador, es la misma que hoy presiona por esos cambios.
*Diputada