Ecce Homo – “este es el hombre” o “he aquí el hombre”, en castellano- es la traducción que en la Vulgata latina le dio al pasaje del Evangelio de Juan 19:5. Se trata de las palabras pronunciadas por Poncio Pilato, el gobernador romano de Judea, cuando presentó a Jesús de Nazaret ante la muchedumbre hostil a la que sometía el destino final del reo, puesto que él se lavó las manos, pretendiendo eludir su responsabilidad en la Crucifixión (Mateo 27:24).
Los detalles de la biografía de Poncio Pilato antes y después de su nombramiento como prefecto de Judea y tras su participación en el proceso contra Jesús de Nazaret son desconocidos. Aunque varias fuentes textuales posteriores (los Annales de Tácito y los escritos de Flavio Josefo) lo mencionan como Procurador o Gobernador de Judea.
Pilatos pasó a la historia para convertirse en figura de todo Funcionario que por “conveniencias temporales”, prefiere condenar a un inocente, cuando “hacer justicia” se vuelve complicado o simplemente, políticamente incorrecto. Mencionado en los Evangelios, Pilatos tuvo sus “5 minutos de gloria”, ya que, según la historia, a partir de su participación en la condena y posterior crucifixión de Jesucristo, desapareció del mapa político romano, reducido a cargos de tercer nivel, consagrándose como una absoluta nulidad en términos de importancia política de la época.
Nosotros los salvadoreños, que nunca nos quedamos atrás, también tenemos nuestros propios “Pilatos”: “Amigos de toda la vida” que rápidamente se desentienden y dan la espalda, a sus amigos, cuando estos han caído en desgracia política, social o económica. “Correligionarios” de los cuales rápidamente renegamos, cuando la opinión pública pide a gritos su crucifixión. “Personajes públicos” de los cuales educada y prudentemente nos apartamos, cuando son condenados anticipadamente por la opinión pública, por delitos que nunca cometieron o que nunca les fueron probados.
El caso más emblemático: el del ex Presidente Francisco Flores y la donación de Taiwán. No me dejó de sorprender que los mismos que rápidamente pidieron su expulsión del partido, se apartaron de él o francamente lo repudiaron y condenaron, fueron los mismos que –con rostro compungido- le fueron a presentar sus últimos respetos. ¡Nambe, chele! ¡Eso no se hace! A los amigos se les quiere, respeta y apoya en vida, ya después, ¿para qué?
Ahora tenemos un caso relevante, un video ampliamente difundido de un diputado de un partido de derecha, en el cual se revela que el principal partido de oposición también negoció con estructuras criminales, para garantizar u ofrecer prebendas, con tal de lograr apoyo territorial.
Rápidamente la población en general y los generadores de opinión no ideologizados, condenamos dicho acto, ya que dentro de la coherencia política, uno debe condenar un acto que percibe perjudicial al país, venga de donde venga.
Lo que nosotros como Juan Pueblo esperábamos, era que la alta dirigencia reconociera el hecho vergonzoso de la negociación con las pandillas, separara de sus cargos a quien correspondiera, ya sea por resolución interna o –todavía más honorablemente- por renuncia voluntaria, para poder hacer un acto público de “mea culpa”, pedir disculpas a la población y así poder pasar la página con miras al futuro. Lo que nunca esperamos era que un “ejercito de Pilatos” iba a surgir de la nada, con frases como “yo no sabía”, afirmando que esa persona “actuó de forma independiente”. Y es que el pueblo en su sencillez es sabio: nadie se traga esa píldora de que “miren cómo me lavo las manos, yo no tengo nada que ver”.
Pilato quiso “bailar el tango” que en ese momento le pedían las masas histéricas que querían sangre. Ahora, de cuando en cuando, el pueblo sigue queriendo crucifixión y ante esas situaciones, a veces se debe ser honrado aunque eso implique ser políticamente incorrecto. Reconocer el error y pedir perdón es un acto novedoso en política que sería muy bien recibido por el pueblo. Espero que algún día, Ecce Hommo nos haga el milagro.
*Abogado, máster en Leyes.