En el libro de Mario Vargas Llosa titulado “la civilización del espectáculo”, se hace referencia a la banalización de la cultura y la sociedad que impera en nuestras épocas, donde el único fin es mantener entretenidas a las personas y pasársela bien. Esta idea de relajación nos resulta atractiva a todos, sobre todo en época de vacaciones, pero cuando la trasladamos llanamente a la política, convirtiéndola en “la política del espectáculo”, resulta preocupante. En semanas pasadas hemos sido testigos de una serie de sucesos que rozan lo absurdo: la minimización de la violencia a percepciones, las políticas de burdel en centros penales, “tarimazos”, la desaparición de documentación oficial en muchas instituciones, la incesante acusación a prácticas del pasado y justificación de las actuales (y viceversa), etc.
Es triste que la política en El Salvador últimamente se reduzca a espectáculos de triste calidad, donde las actuaciones se limitan a atacar al que no piensa igual, a defender al que está de mi lado y dejar en el olvido el trabajo en el cual todos deberían estar enfocados. En opiniones anteriores he manifestado la necesidad de fortalecer la cultura del consenso para que la democracia se vea verdaderamente cimentada. A la anterior necesidad de diálogo y consenso, debe agregársele el establecimiento de un fin común y el enfoque en cuestiones que urgen, así como la elaboración de propuestas que puedan salvar el problema identificado.
Existe un total declive del estándar mínimo del trabajo que los políticos deberían realizar una vez asumidos sus cargos. Han pasado varios meses sin que la Asamblea Legislativa elija a los consejales del Consejo Nacional de la Judicatura ni al Procurador General de la República, lo cual se traduce en una indiferencia hacia la institucionalidad y una subestimación de la importancia de estas entidades para el progreso del país. Por el contrario, hemos sido recurrentemente testigos de cómo los diputados no se presentan a trabajar, se enfrascan en discusiones estériles o juntan esfuerzos para cuestiones que no son urgentes frente al abanico de problemas que tenemos en el país. Por otra parte, es triste observar que las decisiones de Estado se reducen a aritmética legislativa, sin entender que el mero peso de los números por sí solo no aporta ningún valor a una decisión política. La democracia requiere una cultura de respeto y debate político, y no limitarse a la regla de la mayoría.
El actuar de muchos funcionarios (y simpatizantes) da la impresión de que el partido en el gobierno tiene una sola finalidad: mantenerse en el poder. Y los funcionarios de la oposición tienen otra finalidad, distinta pero no mejor a la anterior: recuperar el poder. Mientras tanto, la población sigue agobiada con un problema de seguridad para el cual no se ha presentado ni plan ni solución; ello, mientras persisten problemas en sectores claves como educación, empleo y salud. Si de verdad ambas fuerzas políticas quisieran mejorar el país, el primer paso sería dejar de ver al otro como un enemigo y abandonando los ataques recíprocos; luego, deberían enfocarse en el diálogo y buscar soluciones conjuntas. Este país se encuentra tan dividido en el espectro político, que no hemos sido capaces de construir siquiera las bases de un debate institucional y público decente sobre las cuestiones fundamentales. Estos enfrentamientos políticos fútiles tienen como consecuencia la grave división social existente y la desinformación de la población, desviando la atención de los puntos claves que es necesario abordar en cada tema y trasladando todo a un escenario de espectáculo.
El Salvador necesita de diálogo y consenso sobre los problemas prioritarios del país; es indispensable que se construya una agenda conjunta y el establecimiento de metas que puedan lograrse a corto plazo para solucionar las cuestiones que preocupan a la ciudadanía. Esos consensos son los que ayudarían a construir país, y no la lucha por señalar las deficiencias del otro. Muchos nos negamos a aceptar que la política salvadoreña se reduzca a un espectáculo de mal gusto, y esperamos que quienes ya se encuentran embarcados en la política adquieran la conciencia sobre la necesidad de unir fuerzas y trabajar por el país. Y si no están dispuestos a ello, hágannos el favor de retirarse y dar paso a gente que sí desee trabajar.
*Columnista de El Diario de Hoy.