Quizá este no sea el único Faro del Fin del Mundo ni al que se refiere Julio Verne en su novela ni el de la película que protagonizó el célebre Yul Brynner, pero igual es digno de una superproducción de Hollywood y de una impactante novela.
Se trata del Faro de Cape Pembroke o Cabo San Felipe, que se encuentra en el extremo oriental de la segunda de las dos islas más grandes del archipiélago de las Falklands o Malvinas.
Como mudo testigo de la Guerra de 1982, muy cerca del Faro se encuentra la propela del portacontenedores Atlantic Conveyor, de 14,946 toneladas, hundido el 25 de mayo de ese año. Doce marineros murieron en el incidente.
Una extraña llave cruzada permite entrar y subir por una escalera de caracol al Faro.
Desde la parte más alta se puede observar donde las aguas del Atlántico parecen converger con las de otros océanos y, por tanto, las corrientes y los vientos son más fuertes. A esto se agrega que hay afloramientos rocosos que no se pueden distinguir fácilmente de noche, una de las razones por las que fue erigido.
Precisamente, la película “El Faro del Fin del Mundo”, basada en la novela de Verne, cuenta la historia de un faro que en 1865 es tomado por piratas que hacen que los barcos encallen en las rocas para luego atacar y despojar a los sobrevivientes. Esta es una ficción, pero los peligros eran reales.
En1840, las autoridades británicas instalaron un mástil de madera pintado de rojo y blanco, pero como el riesgo persistía construyeron un faro de 18 metros que comenzó a funcionar en 1855.
La luz característica era blanca, fija, generada con 18 lámparas a base de aceite, la cual tenía un alcance de casi 26 kilómetros.
En vista del deterioro del faro, en 1907 se reconstruyó la estructura con una altura de 21 metros y un alcance de 29 kilómetros. La luz era intermitente y se generaba a base de kerosene.
Hay que aclarar que la novela de Verne se refería al faro de la Isla de los Estados, una región deshabitada de la Patagonia argentina, pero el de Pembroke parece tener la misma magia y misterio. Lo cierto es que con la tecnología de los radares, en el Tercer Milenio los faros han pasado a mejor vida, pero esto no frena la emoción y la audacia de subir a estos titanes inertes o miradores de los océanos.