A sus 85 años, Oscar Panameño aún recuerda como si fuera ayer la primera vez que se encontró con un singular amigo: un Torogoz, el Ave Nacional de El Salvador.
“Fue en 1948, cuando trabajaba con Ferrocarriles de El Salvador como boletero, pero en mis ratos libres me iba a caminar por la línea del tren. Y ahí, en un árbol estaba el Torogoz”, dice, mientras cierra sus ojos azules.
Por su trabajo, don Oscar no tuvo más remedio que estudiar por la noches. El esfuerzo valió la pena porque en 1950 obtuvo el título de Tenedor de Libros.
En 1976 se le presentó la oportunidad de comprar una fábrica metalizadora, a la cual bautizó con el nombre de Maderas y Metales. Para concretar ese sueño el emprendedor tuvo que hacer un préstamo.
Con tan sólo nueve empleados, la pequeña compañía no solo se dedicó a la metalización de artículos, sino también a la fabricación de lámparas, productos que un año después ya se vendían en el mercado centroamericano.
Para vender los productos en el mercado local, estableció una pequeña tienda en su propia casa, la cual abrió el 5 de diciembre de 1977 con el nombre de Torogoz.
Después de tantos años de trabajo, el octogenario ha delegado las operación de sus empresas a sus hijos: Juan Carlos, Oscar Omar, Mario Enrique, Claudia María y María Eugenia.
Sin embargo, aún dedica cuatro horas al día a las actividades empresariales, pero ahora como asesor.
En su tiempo de ocio, Panameño se dedica a una de sus pasiones: la pintura de figuras humanas y abstractas, utilizando las técnicas de acrílico, óleo y lápiz.
La jardinería es otra de sus actividades preferidas, una pasión que compartía con su esposa, doña Trinidad, quien falleció hace dos años.
La trayectoria del empresario ha sido reconocida a lo largo de las últimas tres décadas con premios como La Palma de Oro, Superación 1986, y Coexport, entre otros.
En la actualidad es director de la Fundación para la Educación Integral Salvadoreña (Fedisal) y es miembro de Cruz Roja Salvadoreña desde 1964.