Mauricio Bonilla, cuatro décadas haciendo danza

La trayectoria artística de Mauricio Bonilla será reconocida mañana en la noche con un homenaje organizado por sus alumnos y artistas amigos. Conoce un poco de ella a través de esta entrevista.

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elsalvador.com

Por Evelyn Machuca

2016-03-30 11:00:00

Viste de negro, pero no tiene nada que ver con el luto. Todo lo contrario, su vida está llena de ánimo, alegría, entusiasmo, amor por la música, pasión por la danza.

Sentado en una de las sillas blancas en la terraza de su casa, que es también el lugar donde funciona su compañía, Ballet Teatro Mauricio Bonilla, su mente recorre las últimas cuatro décadas para recordar cómo ha sido su vida sobre los escenarios, los triunfos, sus sueños, tal vez algún momento de mal genio y hasta cuando vendía pantalones junto a su padre cuando era pequeño.

Sobre el maestro hay muchos halagos. Las palabras con las que sus alumnos, bailarines y algunos cantantes lo califican están llenas de admiración y cariño; más que un maestro, lo consideran un amigo.

Mañana, a las 5:00 de la tarde, en el centro comercial La Gran Vía, todos ellos le ofrecerán un homenaje por sus 40 años de trayectoria artística. Habrá canto, habrá baile y, sobre todo, un reconocimiento a este amante del arte.

¿Cuándo empezó en la danza?

La verdad es que, desde que yo tengo uso de razón, bailé siempre. Yo me ponía frente al espejo, ponía musiquita con la radiolita de acetatos y escuchaba a Los Beatles y me gustaba mucho la música de Tina Turner y me gustaba la música en español también. En esa época estaba de moda The Go-Go’s y yo bailaba frente al televisor.

¿Cómo comenzó a aprender a hacer danza profesional?

Yo estudié en una escuela pública en Ciudad Delgado y allí había clases de folklore salvadoreño, pero eran para un momento o para eventos, como el Día de la Madre, del Padre, de la Cruz. Y me gustó tanto que cuando llegué a séptimo grado había un maestro que sí daba clases; entonces, yo bailaba danza folclórica, hacía teatro, tocaba marimba, hacía gimnasia rítmica y también jugaba fútbol.

Pero ya terminando el tercer ciclo visité el Instituto Salvadoreño de Turismo y allí conocí a grandes maestros, ahora amigos, que me invitaron a tomar clases con una escuela profesional.

¿Qué maestros? ¿Qué escuela?

Abrieron una escuela municipal que es ahora el Teatro Roque Dalton; encontré allí a Alcira Alonso, Roberto Bonilla y María Villacorta, que eran los maestros, y Alcira me preguntó que si yo quería bailar con ellos y le dije: “Sí, pero no tengo dinero para pagar la Academia”. Y ella nos becó a dos. Y así comencé.

¿Hubo algún artista en su familia que lo inspiró?

Yo más creo que quizás mis antepasados, porque a mis papás jamás les gustó. Lo que sí les encantaba era la música y el cine. Por eso conozco a tanto artista mexicano, porque yo veía las películas a la par de ellos y la música igual. Por ejemplo, a Pedro Infante y a todos esos rancheros, los boleros… soy apasionado del tango.

¿Qué pasó después de Alcira?

Encontré a gente también muy experta en la danza y muy colaboradora, como Flor de María Alvergue, Lupita Aguiluz, Juan Carlos Hernández, Lissette Contreras, Alfredo Rivera, que me apoyaron mucho.

¿Y dónde están ellos ahora?

Lissette está como maestra en España; tiene una hija que es una bailarina muy buena. Flor tiene la mejor escuela en Honduras y la hija ella, Andrea Alvergue, es espectacular como bailarina; son gente que han trabajado duro; Alfredo continúa en El Salvador, da clases de jazz, de tap, pero así de bailar ya baila muy poco.

Con Flor Alvergue hacíamos clase a diario, era una disciplina tal que casi bailábamos todo el día; solo en los momentos que tenía libre me iba a la universidad. Sin el apoyo de ellos hubiera sido prácticamente imposible llegar hasta acá. También tuve la dicha de que Alcira no cerró el estudio y yo fui el director por 10 años y allí me quedé yo con la compañía.

En un inicio se llamó Compañía de Danza y Musical y los directores éramos Flor Alvergue y yo. Después de que ella se marchó a Honduras la llamé a la compañía Ballet Teatro, porque bailábamos, actuábamos y algunas veces cantábamos.

¿Qué estudió en la universidad?

Licenciatura en Ciencias de la Educación. Siempre me gustó la pedagogía. Cuando yo estaba en bachillerato era instructor de los profesores de la jornada de la tarde del Instituto Técnico Industrial, pero a veces me dejan solo. A muchos alumnos no les gustaba y no estaban muy de acuerdo por mi edad… yo tenía 17 años.

¿Cómo resume las satisfacciones a lo largo de estos 40 años?

Hay muchas. Ganamos una competencia de danza centroamericana en Guatemala, ganamos otra en Francia, en el Festival de Los Pirineos… pero que mil personas se paren y aplaudan y haya un aplausímetro midiendo al público (como le pasó en Francia) es lo que para mí, de verdad, nos da satisfacción.

También que mis compañeros sigan haciendo danza; hay uno que fue mi alumno que está en un ballet de Cuba, otro compañero tiene una escuela de danza en Australia… Son satisfacciones que uno dice: ‘¡Qué maravilla!’.

¿Cuáles son sus sueños?

He luchado por que exista una asociación que respalde a los artistas de la danza. NO hay Seguro Social ni Caja Mutual ni siquiera una acreditación profesional. Me encantaría un Instituto Superior de Danza.

Y otro de mis sueños es que Nayib Bukele, o quien quiera que sea el alcalde de turno, conviertan las fuentes de Bethoven o el Paseo General Escalón en el ‘Paseo de la Fama Salvadoreño’.