Descubriendo el bosque seco San Diego La Barra

Mi deseo de descubrir mágicos rincones en El Salvador, me condujeron hacia el occidente del país. Unos kilómetros antes de la ciudad de Metapán, a orillas del lago de Güija, recorrí un ecosistema único en su especie

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elsalvador.com

Por Josué A. Peña

2016-02-12 9:30:00

San Diego La Barra es un bosque con clima seco tropical ubicado al noreste del país, contiguo al  lago de Güija. Es una reserva natural única a la que se puede llegar abordando la ruta 201 A con destino a Metapán, Santa Ana. El precio desde la Terminal de Occidente en San Salvador es de $1.50, y el autobús debe llevarte hasta el kilómetro 104 1/2  que de Santa Ana conduce a Metapán.

Lo que allí encontrarás es maravilloso. La entrada al bosque es gratuita, sin embargo, para hacer un recorrido guiado es necesario hacer cita previa en el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN)  al teléfono 2132-6276.  

Al llegar al parque el clima seco fue el primero en darme la bienvenida. El bosque crece sobre piedra volcánica y en verano los árboles botan sus hojas, como en cualquier otoño de película. El sendero es característico por su gran biodiversidad.

La reserva ofrece un destino obligatorio: la cueva escondida, una de las entradas a la maraña de túneles  que el magma arrojado por el volcán San Diego formó hace unos miles de años.

Antes de aventurarme por aquel oscuro agujero, los guías me revelaron que dentro existían varias especies de murciélago y que eran inofensivos.

La promesa de adentrarme 200 metros bajo tierra, a través de cuevas volcánicas, despertó mi adrenalina y me lancé. El descenso inició con una maniobra de piernas y piedras, mientras la oscuridad comenzaba a tragar la luz. En cuestión de segundos, mis pupilas se dilataron y mi tacto empezó a descubrir nuevas texturas.

A medida avanzaba, visualicé los murciélagos que parecían seguir nuestros movimientos con atención, de repente comenzaron a revolotear de manera ininterrumpida sobre nosotros. Después de los primeros 50 metros, es posible encontrar una ventana de luz.Ese es el momento adecuado para decidir si continuar con la aventura o volver al exterior.  

Dispuse avanzar y esta vez el camino  se volvió más escabroso y angosto. A los 150 metros, la oscuridad es densa y el silencio permite escuchar la respiración y el palpitar sin mayor esfuerzo. Las linternas intentan captar los colores  de los minerales en la piedra, mientras los murciélagos parecen dar la bienvenida a la mítica Ciudad Gótica. La cueva parece no tener fin.

Al culminar los 200 metros,  la cueva continúa, pero ya no es posible seguir la marcha. Nos queda la satisfacción de haber vencido el desafío.

El camino de retorno parece ser más corto,  y al salir a la luz, la adrenalina vuelve a su nivel. Pero mi visita, aún no terminaba. 

Mi siguiente destino fue el mirador, una torre de hierro de tres niveles que se eleva sobre el bosque seco. Por un breve momento, la tonalidad de las montañas y el color de Güija me hicieron imaginarme en el continente africano. Era hermoso.

Pero desde la torre, alcancé a visualizar con total claridad  el volcán de San Salvador, el de Santa Ana y el de Izalco, que me hicieron volver a El Salvador. Luego, contemplé el magnífico Parque Montecristo, el misterioso lago y el mojón que señala el límite entre El Salvador y Guatemala.

De pronto, un grupo de pequeños cerros me causó mucha gracia. Le pregunté a mis guías por  esos pequeños promontorios y me respondieron que eran volcanes.  Síííí, ¿volcanes? 

Pero no están activos, son cerros con cráteres. El más conocido es el volcán San Diego y los otros de menor tamaño han sido bautizados como Cerro Quemado, Tule, Mazatepec, Las Iguanas, Vega la Caña, los Pajalitos y los Hornitos. Son 7 enanos.

La reserva era más curiosa de lo que pensaba. Descubrí el volcán San Diego rodeado de los siete “volcancitos”, un laberinto de cuevas de magma, una vista impresionante y una gran biodiversidad. ¿Podría haber algo mejor?

Sí, en efecto.  Les cuento que durante el verano salvadoreño, en el lago de Güija el agua baja su nivel y la isla Igualtepeque  se convierte en una península a la que se puede acceder a pie y contemplar los petrograbados.

La pequeña isla guarda la mayor concentración de petrograbados conocida en Centroamérica,  piedras de todo tamaño con su superficie grabada, con  formas animales y deidades. Son vestigios de antiguas civilizaciones.

Entre más exploraba, más me encantaba aquel lugar.

También conocido como “Cerro de las figuras” por todas las piedras volcánicas con arte rupestre amontonadas,  este sitio merece tener más protección, protagonismo e investigación.

Aquella mañana por San Diego la Barra me había obsequiado una experiencia inolvidable. Nunca había contemplado tantos volcanes reunidos, ni tampoco sabía de la existencia de los petrograbados y de las cuevas volcánicas. Esta es una ruta perfecta para el ecoturista, pero aún no ha sido promocionada como se merece.