Hace unas semanas, cuando fue contratado de manera poco transparente el “Primitivo” Maradiaga para entrenar a la Selección Nacional, señalaba en esta misma columna los serios problemas administrativos de la actual dirigencia del fútbol salvadoreño; saltaron voces criticando mi punto de vista, aduciendo, algunos, desconocimiento del tema, y otros defendiendo “causas perdidas”, respondiendo más que todo a intereses mezquinos y fuera de la lógica profesional y deportiva.
Revisando lo dicho en esa ocasión y contrastándolo con el motín realizado por los integrantes de la Selecta al negarse a entrenar, a tres semanas del juego crucial contra México, camino al Mundial Rusia 2018, siento que me he quedado corto; la situación es mucho más grave y delicada.
Y digo motín, del francés “mutinerie”, rebelión, porque es el desordenado movimiento de un grupo de futbolistas de la Selecta, que se subleva contra la autoridad y el orden instituidos; y todo, para lograr mejoras salariales, bono, premios y sueldos (libres de impuestos que deben ser asumidos por la Federación), entradas a los partidos, mejores hoteles y transportes.
Más allá de que los futbolistas tengan razón o no en sus peticiones, lo cierto es que este motín muestra, al menos, tres facetas: una, lo mal que está organizado el fútbol en el país, incluso en cuestiones tan elementales como la contratación de un hotel y un bus; dos, se carece de un proceso sistemático que, entre otras cosas, debería trabajarse con equipos escalonados, bien estructurados que, en este caso, hubiesen permitido echar mano de una formación B; y tres, más de fondo, se carece no solo de los fundamentos propios de la disciplina deportiva, sino también de los valores y orgullo de un equipo, de unos jugadores que representan a un país. Pareciera que poco o nada les importa: la generación anterior “vendió partidos” oficiales al mejor postor, los actuales jugadores piden mejoras económicas.
Las exigencias de los amotinados pone de manifiesto la triste realidad de nuestro fútbol, reflejan deficiencias no solo de forma sino de fondo: las instituciones deportivas en el país, especialmente las de fútbol y sus Fesfut, no tienen la visión, la organización ni mucho menos la actitud de convertirse en entidades profesionales con proyecciones a mediano y largo plazo.
Nadie pueda dar lo que no tiene. Los futbolistas amotinados, ahora virtualmente sancionados y en medio de una eliminatoria hacia el mundial, son el reflejo del escaso pensamiento estratégico para desarrollar el fútbol salvadoreño. Ya el exentrenador Roca lo decía al referirse a la falta de organización, una poco competitiva carencia de jugadores internacionales, falta de ligas menores y estadios adecuados, entre otras.
Además de la poca transparencia e improvisación en nuestro fútbol, existe una carencia estructural para entender el fútbol como la actividad deportiva que requiere de una visión estratégica de mediano y largo plazo, de instituciones sólidas, sobre todo, montadas sobre valores que garanticen la labor de equipo, la disciplina, el orden físico y mental, con el país como horizonte.
Entre las competencias que se ofrecen, en uno de los muchos cursos profesionales que se imparten en Europa, en particular los del Instituto Cruyff, se señalan: comprender el entorno en que operan las organizaciones del fútbol, el funcionamiento de las empresas, sus áreas funcionales y los instrumentos de análisis.
Una segunda competencia es brindar una visión básica de la gestión estratégica desde una perspectiva empresarial y, sobre todo, conocer, comprender y aplicar los conceptos básicos en la gestión del fútbol. El primer tema que se trabaja es el de los valores, la misión y visión.
Otra entidad que ofrece educación superior en el tema es Futbollab, que se propone enseñar cómo tratar los recursos empresariales de los clubes, elemental para aprender –desde las ligas menores, con entrenadores capaces–, los fundamentos del fútbol, crear presupuestos, organizar el personal con el fin de utilizar dicha información a posteriori para mejorar las prácticas y el funcionamiento; el marketing y el patrocinio son importantes, como lo es también la medicina, la nutrición y la disciplina mental y física para crecer como deportistas integrales.
Acá, en nuestra cultura municipal, los futbolistas nacen, no se hacen tras un proceso largo, serio y disciplinado; los dirigentes deportivos, al contrario, se hacen, no porque tengan una formación académica específica en las áreas del deporte y la administración, sino porque es una manera de figurar o sobrevivir y poder tener los privilegios propios de dirigir el fútbol nacional.
Las cosas están al revés y mientras no cambien seguiremos igual o peor. ¿Qué nos espera en México?, lo peor.
*Editor Jefe de El Diario de Hoy.
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