Como decía Charles Dickens hay personas que tienen una tendencia natural a ser felices. Esta tendencia prevalece a pesar de las contrariedades que se les presentan en la vida, pues no es cierto que la prosperidad y la fortuna aseguren la felicidad, como tampoco es cierto que los reveses influyan de la misma manera en todos. Sabemos de personas a quienes la fortuna les ha llenado la copa hasta los bordes y sin embargo tienen una existencia miserable, y de otros con quienes no ha sido para nada pródiga, y viven satisfechos consigo mismos y con el mundo.
Si esta diferencia es el resultado de factores genéticos o de mecanismos psíquicos que actuaron positivamente en el desarrollo de su personalidad, no puede saberse siempre con certeza. Serían determinantes en algunos, pero no es posible generalizar y decir que los que sucede en unos se aplica para todos.
Ya que no podemos, al menos hasta el momento, tener control sobre lo genético, y sólo hasta cierta medida podemos tener influencia sobre factores psíquicos remotos, la búsqueda de una existencia más plena y emocionalmente satisfactoria debe provenir de otras fuentes.
Vivimos en un mundo cargado de tribulaciones y, desde cierta perspectiva, la vida consiste en resolver problemas y enfrentar las constantes frustraciones que nos da ¿Cómo mantener el equilibrio mental y procurar además un estado anímico positivo de una forma más permanente?
No es el propósito de este artículo enumerar técnicas básicas de control de estrés como tampoco discutir sobre aspectos filosófico existenciales de la vida y su significado. Sin ir a lo más simple o a lo más complejo, nos enfocaremos en algo práctico.
Un denominador común en las personas que mencionó Dickens, aquellas a quienes la felicidad se les hace fácil, es que han aprendido a disfrutar y a encontrar gozo en las cosas comunes y rutinarias de la vida. Parece algo sencillo pero no lo es.
El ambiente y las costumbres sociales ejercen una gran influencia sobre nuestra forma de percibir lo que nos acontece. Nuestros estilos de vida seleccionan los eventos a los que les damos relevancia y a los que no, y esta continua selección se vuelve con el tiempo permanente, un muy arraigado modo de percepción. Hemos aprendido a darle valor sólo a las cosas que consideramos trascendentes, como los éxitos, el futuro, los días y las ocasiones especiales, reaccionando emocionalmente sólo a esto. Y vemos lo cotidiano, lo rutinario, los días “normales” como cosas sin importancia, irrelevantes. Siendo la realidad que los días normales y rutinarios son los más, nos mantenemos en constante expectativa, a la espera de esas ocasiones especiales, y le quitamos a todo lo demás su goce potencial.
El punto no es quitarle a lo especial, a los logros, su lugar, sino en aprender a encontrar satisfacción en lo que hacemos más comúnmente, lo que vemos con más frecuencia. Esto requiere meditación y más meditación, hasta llegar al convencimiento que lo normal es también una bendición.
El llegar a casa después de un día usual de trabajo, sacar al perro como lo hacemos a diario, cenar comida casera con la familia, almorzar con los compañeros, ver nuestra serie favorita, continuar con el libro de turno. Todas esas pequeñas cosas que llenan la mayor parte de nuestro tiempo son, si nos ponemos a pensar en ello, una bendición. Y extraerle felicidad a todo eso, aparentemente simple, hace una gran diferencia.
*Médico psiquiatra.
Columnista de El Diario de Hoy.