Principios, valores, virtudes

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elsalvador.com

Por María A. de López Andreu

2015-06-20 5:00:00

” Todos hablan de principios y valores, pero nadie explica qué son”, me dijo Juan Carlos. Cierto. Acudamos, entonces, al experto Jorge Yarcé, entendiendo que al hablar de “principios”, nos referimos a los éticos.

Según Yarcé, los principios éticos tienen cuatro características: son objetivos, universales, inmutables e inherentes al ser humano. Ejemplo: el principio “dignidad humana”. Es objetivo porque no depende de nadie, no es discutible, solo puede acatarse. Es universal e inmutable, porque es igualmente válido en cualquier cultura, tiempo y espacio, no es una moda pasajera. Y es inherente al ser humano, porque quien actúa desobedeciendo este principio, va en contra de sí mismo: una persona o comunidad que decide ignorar el principio de la dignidad humana, sufre un proceso inevitable de deterioro y destrucción.

El valor (lo que vale, lo que tiene validez) es un ideal deseable (civismo, generosidad, etc.); es un bien realizable y práctico; motiva el “deber ser”. Y la intención permanente de practicar un valor, de hacer el bien, se convierte, entonces en una virtud. 

Lo importante, claro, no es “saber” qué o cuáles son los principios y valores, sino practicarlos. Pero al saber “qué son” nos damos cuenta de las gravísimas consecuencias que su ausencia conlleva. Ignorar la dignidad humana desemboca en deterioro y destrucción de nosotros mismos. Significa no respetar a nadie; comenzamos por ofender de palabra y luego de obra; se desata la violencia y posteriormente llegamos hasta el asesinato. 

Porque “el otro” pierde su calidad de ser humano y se convierte en “cosa” que puede ser pisoteada, desdeñada y desaparecida sin miramientos ni remordimientos. Eso nos ha sucedido. Es un proceso que debemos revertir entre todos. 

La violencia nos ha invadido. Por ejemplo, en los comerciales: las caras sonrientes y amables fueron sustituidas por modelos, siempre lindas, pero en actitud agresiva. No hay dulzura, considerándola incompatible con el éxito y la modernidad. Igualmente, la música actual no calma, sino exaspera, incita a malos sentimientos y bajos instintos. Y ¿el baile? Actualmente se realiza un concurso muy popular; pero los bailes son violentos, ofensivamente vulgares; en sus (des)vestimentas tratan de imitar lo visto en programas extranjeros, con satírico resultado. El baile debería ser una plataforma ideal para sembrar paz, arte, elegancia, finura, contribuyendo así a contrarrestar la violencia. 

Porque combatir la criminalidad es asunto de la autoridad, pero a todos nos corresponde ir desmontando los niveles de violencia en el trato diario, en las actitudes cotidianas, en cambiar la cara de nuestro país. 

¿Cómo? Evitando la mínima actitud generadora de violencia: un pitazo en la calle, un mal gesto, una respuesta airada, etc. “Ante la ira, mansedumbre”, enseña el catecismo. Ser dignos, no soberbios. Ser empáticos y amables aunque ni siquiera nos respondan el saludo y recibamos mal trato de quienes deberían mostrarse diligentes por tratar con el público (ejemplo: un empleado de migración del aeropuerto, odioso con los pasajeros). Precisamente en las peores circunstancias, debemos responder con urbanidad y altura. No lograremos “educar” al patán, pero evitaremos empeorar la situación. 

Padres, maestros, autoridades, jefes, todos aquellos que, de una u otra manera tenemos autoridad, igualmente tenemos la responsabilidad de actuar con sensatez, autocontrol y una actitud positiva. Propongámonos recuperar el principio de la dignidad humana. Como San Francisco, pidamos “Señor, hazme instrumento de tu paz”. Cambiando cada uno, cambiaremos nuestro país.