Volviendo al matrimonio

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elsalvador.com

Por Por Federico Hernández Aguilar*

2015-05-05 6:00:00

Todavía no responde mi amigo Paolo Lüers a la carta que le dirigí el pasado 25 de abril, pero aprovecho mi columna de hoy para volver a referirme al acuerdo político que busca proteger el matrimonio en El Salvador, acuerdo cuyos detractores exhiben más prejuicios de lo que ellos mismos se atreven a admitir. Uno de estos prejuicios establece como verdad incontestable que la unión entre hombre y mujer es un “invento” que excluye a sectores minoritarios que también deberían gozar del “derecho” y la “libertad” de casarse.

No voy a detenerme en los dilemas éticos que entraña esa mezcla de libertad individual y legalidad a la que se recurre con demasiada holgura al encarar este debate, pero sí diré que líneas argumentativas como la de arriba evidencian conocimientos muy limitados de Filosofía del Derecho, materia imprescindible para el abordaje integral de los temas morales ligados al ejercicio de la libertad humana.

Hoy me interesa someter a crítica dos presuposiciones que suelen brotar espontáneas en la discusión pública del matrimonio: primero, esa afirmación de que la protección estatal de la unión entre hombre y mujer es discriminatoria, por cuanto atentaría contra el principio de igualdad ante la ley, y segundo, esa leyenda de que el matrimonio viene a ser un “invento” del Estado para imponerlo a la sociedad.

Digamos de entrada que el principio de igualdad ante la ley no funciona para hacer “tabla rasa” de las condiciones de las personas –individualmente consideradas– para acceder a determinados derechos. En el tema que nos ocupa, el principio de igualdad está lejos de significar que todos debemos acceder al matrimonio sin distingos y obviando consecuencias, porque entonces no habría forma de objetar que se casaran los menores de edad o los individuos con diagnóstico de esquizofrenia, o incluso quienes estuvieran ya comprometidos, con independencia de su orientación sexual.

La igualdad ante la ley, respecto del matrimonio, opera en el sentido que todos los que cumplan con los requisitos mínimos para contraer matrimonio lo hagan sin problema. Estos requisitos, por cierto, no atentan contra el principio de igualdad, del mismo modo que la colocación de semáforos en las calles no atenta contra los daltónicos. Y tampoco hay aquí una afrenta a la libertad, porque cada quien sigue siendo libre de acceder o no al matrimonio. Lo importante es que las circunstancias personales no condicionen el bien social que toda ley debe señalar y tutelar –sobre todo si se ha probado su eficacia en el tiempo–, y que los efectos benéficos de esa tutela lleguen al máximo posible de ciudadanos.

La segunda presuposición concluye que esa abstracción que llamamos Estado es la que ha “inventado” el matrimonio, algo insostenible desde el rigor histórico y antropológico. En realidad ningún Estado moderno, en ninguna parte del mundo, ha creado el matrimonio para imponerlo a los pueblos. El matrimonio ya estaba allí, con su naturaleza y fines bien establecidos, cuando aparecieron los primeros códigos destinados a regir la conducta de los individuos en aras del orden social. Lo que hicieron los Estados fue sancionar esa institución preexistente y la protegieron, en virtud de los beneficios tangibles que la comunidad obtenía de ella.

Ni siquiera se puede decir que las religiones hayan “creado” el matrimonio. El Antiguo Testamento, documento del origen de la primera gran religión monoteísta, presupone ya la unión matrimonial al prohibir el adulterio, así como el séptimo mandamiento, “No robarás”, presupone la propiedad privada. La gran pregunta, por supuesto, es por qué el matrimonio, cronológicamente, se halla entre los más tempranos rasgos civilizatorios del mundo, casi en paralelo a los ritos para enterrar a los muertos de las sociedades primitivas. Y a esa pregunta, respondida ya por la antropología y la etnología, deberían enfrentarse sin temor quienes pretenden hacernos creer que en El Salvador podemos alcanzar el desarrollo y la paz social sin apostarle a la promoción de matrimonios estables y familias sanas.

*Escritor y columnista de El Diario de Hoy.