Gota a gota

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Parte de la construcción de la nueva plaza turística de Salcoatitán. Fotos edh / Cristian Díaz

Por Por Carlos Mayora Re*

2015-05-01 7:00:00

Muchos países lo tienen comprobado: el silencio es el mejor clima para que medre la corrupción. Por lo que, lógicamente, hay más corrupción cuando menos se habla de ella, y al revés. Ahí, para una muestra, están los hallazgos de dinero, televisiones y armas, en las cárceles después de los traslados de reos. Mátalas callando se hicieron con todas esas cosas, mientras las autoridades miraban para otro lado.

Por eso, en este tema, no nos puede pasar como pretenden los que sostienen que la violencia es solo una percepción causada por el modo en que los medios de comunicación informan sobre los asesinatos… Como si por el hecho de que periódicos y noticieros –y por supuesto– las redes sociales, se callaran sobre actos de corrupción concretos de funcionarios específicos, éstos (los actos, claro está) dejaran de existir.

Solo en los estados dictatoriales los gobernantes no rinden cuentas a los ciudadanos. No es nuestro caso, pero casi, como se deduce al ver funcionarios que por su modo de trabajar o de hablar, parece que piensan que todo lo hacen bien, y por eso, cuando fracasan estrepitosamente sus proyectos, ni dimiten, ni toleran que se les pidan responsabilidades.

Los típicos focos de corrupción, siguen siendo auténticos agujeros negros: la financiación de los partidos políticos, despilfarro en proyectos gubernamentales faraónicos, licitaciones y adjudicaciones turbias, uso de información privilegiada para lucro personal, nepotismo, etc., y mientras sigan en la penumbra, la política y el gobierno seguirán atrayendo corruptos que pretenderán puestos públicos no por su espíritu de servicio, ni por sus capacidades, sino por la posibilidad real de “pasar a mejor vida”.

Tanto que cuando uno oye hablar de oligarquía en los debates y análisis, muchas veces echa en falta una aclaración, pues ya hay un buen puñado de políticos de izquierda (“izquierda caviar”, le llaman en España) que tienen unos gastos, propiedades y tren de vida, patentemente desproporcionados con su asignación salarial. La gente no es tonta, y sabe que si antes no había y ahora hay, de algún lado se sacó.

Ciertamente hay observadores críticos de la actividad estatal, una ley de acceso a la información pública, tribunales de ética gubernamental, etc. Todo eso suma. Pero el verdadero clima ético de un país no lo marcan las instituciones políticas, y en algunos casos las grandes empresas, o los tanques de pensamiento, sino la capilaridad de la información que circula; porque la corrupción se combate gota a gota, como gota a gota se instala.

Sin embargo, en este país tenemos grandes desventajas para luchar por un clima ético más sano: si consideramos el altísimo índice de economía informal, que no paga impuestos, no emite facturas, no abona seguridad social, y le viene sobrando que existan registros del comercio, de la propiedad, etc. Si tomamos en cuenta que hay tantísimas personas haciendo en estos temas –literalmente– lo que les viene en gana ¿cómo vamos a esperar que esos mismos exijan a algunos políticos, que cambien su modo nada ético de proceder?

No podemos estar rasgándonos las vestiduras porque un diputado tiene como asesores a sueldo del Estado parientes y amigos, mientras nosotros mismos dejamos de pedir factura, o declaramos gastos ficticios en el formulario del ISR. Clamamos contra el enriquecimiento ilícito, pero seguimos comprando software, películas y música haciendo caso omiso de los derechos de autor.

Precisamente por eso es tan difícil erradicar la corrupción, porque está casi en nuestro ADN cultural. Sin embargo, un primer paso, es darse cuenta de cómo hacemos las cosas, y así como poco a poco agravamos el problema, también podríamos, poco a poco, salir de él.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare