El primer paso del combate es proteger el orden de leyes

El factor esencial para combatir la criminalidad en un país es que se respete la ley, que nadie pueda estar por encima de ella y que no suceda que a unos delincuentes los castiguen mientras a otros los encubran

descripción de la imagen

El DT de los opicanos es uno de los entrenadores que ha tenido continuidad. Foto EDH

Por

2015-05-12 5:00:00

Los Estados Unidos han formulado diferentes propuestas para combatir la creciente violencia en El Salvador, que alcanzó la cifra de veintiún muertos diarios como promedio y es la causa del desplazamiento de cerca de trescientas mil personas, que huyen de las embestidas del crimen organizado.

Hasta el momento, a partir del desgobierno de Funes, las autoridades no pasan de dar palos de ciego, con el agravante de que todas sus iniciativas terminan en un empeoramiento de la situación.

A ello se suma que cada operativo policial encuentra que, al llegar a los lugares que serán investigados, la mayoría de pájaros ha volado, comprobando que hay graves fugas de información que complican la lucha contra el crimen.

El remedio es que sea hasta el último momento que se precisen los detalles del operativo además de llevar un registro de quiénes tienen conocimiento previo.

El factor esencial para combatir la criminalidad en un país es que se respete la ley, que nadie pueda estar por encima de ella y que no suceda que a unos delincuentes los castiguen mientras a otros los encubran. Y aplicar la ley pasa, además, por sancionar a jueces culpables de prevaricato, de encubrimiento o de emitir fallos antojadizos, los que pese a ser los menos, socavan todo el sistema de justicia.

No viene al caso, en las presentes circunstancias, rastrear las causas que llevaron al derrumbe de la seguridad ni pontificar sobre justicia, como lo hacen en estos momentos individuos sin cualificaciones morales y que no llegaron a cursar bachillerato…

Quiénes fueron los que enseñaron a las maras y las pandillas a matar impunemente, a secuestrar y asesinar a sus víctimas, a extorsionar, a negociar con cadáveres, a desplazarse siempre en parejas, a formar clicas y asumir alias… son ejercicios del intelecto que, sin embargo, pueden contribuir a que nuestros amigos del Norte comprendan mejor lo que aquí sucede.

A ello se agrega otro componente siniestro: la pretensión del régimen de ser dueño absoluto de la verdad y, por lo mismo, no hablar con nadie que no sea parte de la oligarquía comunista, como tampoco trabajar con el resto de países de la región.

De allí que los pandilleros transitan por puntos ciegos y se comunican con sus homólogos del norte, pandillas que, de acuerdo con el gobierno de Estados Unidos, son las bandas gansteriles más peligrosas del mundo, al menos, hasta que surgieron los del ISIS y los movimientos islámicos enloquecidos.

Lo que más y más se preguntan es: ¿dónde podemos refugiarnos?

En parte el horror se nutre de medidas impuestas por entidades externas, como es la ley minoril que, de hecho, casi otorga impunidad a criminales menores de dieciocho años, al igual que las campañas de la OIT contra lo que llaman trabajo infantil pero que incluye el aprendizaje, lo que arroja a muchos jóvenes y adolescentes a unirse a las pandillas.

Ninguna lucha contra el crimen prospera sin la colaboración de los habitantes de pueblos, barrios y comunidades, pero no habrá en esos lugares quiénes ayuden o denuncien cuando matan a los sospechosos de revelar lo que sucede y esa indefensión es la que causa que la pobre gente se vea forzada a escapar en masa.

Pero cada vez hay menos lugares dónde refugiarse, dónde arraigar en una vivienda, dónde educar a los niños.