Mi mamá tiene la culpa

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Rubén Alonso, junto a Tiganá Meléndez, director deportivo de Alianza, este mañana en la Hacienda Santa Clara.

/ Foto Por Omar Carbonero

Por Por Max Mojica*

2015-05-08 6:00:00

Aveces las personas me preguntan ¿por qué escribo artículos? ¿Por qué me meto en problemas de forma gratuita cuando señalo lo que yo considero errores de parte del Gobierno? ¿Por qué no mejor quedarme callado, ser un espectador y dejar que las cosas pasen? Pues la respuesta es esta: La culpa es de ella, de mi madre.

Tu tuviste la culpa mamá, me enseñaste desde pequeño a ser justo y equitativo y a condenar la injusticia y el abuso, independientemente quien fuera el que los cometía, eso me metió en no pocos problemas, pero me enseñaste a sentirme bien con ese sentimiento de haber hecho lo que mi conciencia consideraba correcto.

Me acuerdo que eras muy sensible con los pobres y necesitados, quizás por eso laboraste desde jovencita como Trabajadora Social. Tu sensibilidad social siempre te hizo brindarle ayuda, cariño y apoyo a las personas que lo necesitaban, eso sí, tu ayudabas de tu bolsa, nunca señalaste la “falta de sensibilidad social de los explotadores”; si alguien necesitaba algo lo dabas tú dentro de tus limitaciones; si alguien tenía un problema, intentabas resolverlo tú dentro de tus capacidades. Nunca te quejaste de “las estructuras injustas del mundo y de la sociedad”, simplemente me enseñaste a que si había una necesidad, yo era el llamado a ayudar con mi tiempo, mis conocimientos y mis recursos, me enseñaste que los resentimientos sociales no sirven de nada, solo las acciones concretas en positivo solucionan los problemas.

En la época de la guerra, cuando tanta gente migraba, decidiste quedarte y luchar por tu paisito querido. Marchabas cacerola en mano protestando por las medidas económicas que considerabas equivocadas tomadas por el Gobierno; mientras que en la ofensiva, le preparabas el café y el desayuno a los soldados de la Fuerza Armada acampados frente a nuestra casa, dándoles palabras de apoyo y agradecimiento por arriesgar su vida por nuestro país.

Luego de la muerte de mi padre, tu esposo, pasamos situaciones económicas muy difíciles, pero me enseñaste a que un nombre honorable vale más que el oro. Nunca los proveedores tocaron la puerta de la casa dos veces para cobrar cuentas pendientes. Con habilidad y decencia, multiplicabas los pocos recursos con que contabas para pagar puntualmente tus cuentas; me enseñaste que las obligaciones se cumplen, no por miedo a un embargo, sino porque es lo decente de hacer.

Me enseñaste que el éxito (o la falta de él) depende de mi preparación, de mi actitud, de mi trabajo; que de nada servía quejarme por injusticias reales o supuestas de la sociedad, ya que yo soy el que construye mi propio destino. Me enseñaste a depender de mi iniciativa y de mi trabajo, que levantarme temprano para trabajar era la mejor forma de tener “buena suerte”. Tus enseñanzas me acompañaron siempre mientras trabajaba para pagar mis estudios. Si flaqueaba, si me sentía cansado, tus palabras y tu ejemplo me hacían seguir adelante.

Me educaste con valores republicanos, pero no con discursos políticos –porque nunca fuiste política– sino con tu ejemplo. Siempre desconfiaste de las ideologías políticas que predicaban el odio de clases y el resentimiento, con tu infalible intuición de mujer y madre, siempre consideraste que ese no era el camino al desarrollo, porque esas ideologías limitaban la libertad del ser humano, algo que siempre consideraste como el mayor de los tesoros.

Y ahora mamá, veo las injusticias que se cometen en El Salvador y no me puedo ni quiero quedarme callado, por eso escribo y cuando me preguntan les contesto: la culpa es tuya. Tuya porque me enseñaste a denunciar las situaciones que no están bien, criticar al Gobierno cuando no toma buenas decisiones para todos los ciudadanos, alzar la voz cuando se atenta contra la República, a no voltear a ver para otro lado y hacer como si aquí nada pasa cuando pasa tanto. En una palabra, me enseñaste a dar la cara por El Salvador, y mamá, eso es lo que ahora hago.

Este artículo es un tributo para todas aquellas mamás que con mucho sacrificio educan a sus hijos a pescar y no a que les regalen pescado; es un reconocimiento para todas aquellas madres, casadas, solteras, divorciadas y viudas, que se han encargado –en muchos casos, solas– de sacar a sus hijos adelante, este es un tributo a ustedes porque con su silenciosa labor de madre y educadora, siembran en sus hijos los valores que los hacen ser buenos ciudadanos para nuestro país. A todas ustedes, y especialmente a mi madre, una palabra en su día: ¡GRACIAS! Y cuando a sus hijos les pregunten quién tiene la culpa de no darse por vencidos ante las adversidades, van a poder responder: Mi madre tiene la culpa.

*Colaborador de El Diario de Hoy.