Debería haber una ley…

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Por Por Ricardo Avelar*

2015-05-29 6:00:00

“Todos somos todo al mismo tiempo, una maravilla y una asco”. Con estas palabras duras pero ciertas cerró su intervención la cronista argentina Leila Guerriero en un conversatorio reciente. ¡Y cuánta razón tenía!

Así las cosas, en un día normal si se presta suficiente atención es fácil encontrarse con actos hermosos, solidarios y amables, dejándonos sorprender por individuos que ante la adversidad y la escasez optan por cooperar, intercambiar, interactuar y aprender unos de otros. Los mejores colores de la humanidad no residen en grandes epopeyas sino la magia de lo usual.

Asimismo, junto a la cooperación permanecen latentes las más bajas pasiones humanas y el impulso de traición está a la orden del día. Más allá de esa leyenda rosa en la que todos somos hermanitos y nos tomamos de la mano en torno a una fogata, nos encontramos constantemente con conductas inaceptables de nuestros pares y nos preguntamos “por qué esto es permitido”.

En una sociedad libre, la persuasión es la forma más efectiva de reducir las externalidades que producen esas conductas que detestamos en otros. Un “deténgase por favor”, un “le molestaría fumar en otro lado” o un “bájele el volumen a esa desagradable bachata” son fórmulas exitosas y eficientes de dirimir conflictos.

Como dijo Ronald Coase en su famoso teorema, donde chocan intereses privados, la solución más rápida y sostenible estará en la negociación de los directamente involucrados, sin mayores mediaciones, relegando la coerción a aquellas situaciones donde es virtualmente imposible que los individuos se pongan de acuerdo dados los altos costos de transacción.

Por ello, me llena de preocupación encontrarme con una creciente ola de individuos que desean leyes para cada cosa. “Debería existir una ley para…” suelen decir con ciega confianza en la acción inocua y antiséptica del Estado, como si este no tomase partidos y fuese capaz de mediar en las interacciones del día a día sin sesgar sus disposiciones a uno u otro lado.

Piense por un segundo en los que pretenden, por ejemplo, prohibir el reggaetón. ¿Bastará con pedirle a papá Estado su promesa de castigo a cierto tipo de música para reclamar la tan pisoteada dignidad por esas torpes letras? ¿O es que acaso estamos siendo perezosos y esperando que la coerción cumpla las función que deberían tener la decencia y la consideración en nuestras vidas?

O en los que con justa razón quisiéramos regular el uso de las escaleras eléctricas para que quienes descansan usen el lado derecho y quienes avanzan tengan libre el izquierdo. Por más sentido que tenga (pruébenlo, me lo agradecerán), sería absurdo estandarizarlo cuando basta con un “con permiso”. Además, con los escasos fondos públicos y el desgano de trabajar de nuestros funcionarios, sería una tozudez enorme desperdiciar su tiempo en estas nimiedades.

¿Son las leyes el mejor vehículo para controlar conductas indeseables o nos estamos acomodando a dejar de lado la persuasión y el diálogo para buscar el atajo de pedirle el favor a nuestros “tomadores de decisiones”? ¿Cuánto poder estamos dispuestos a dar a nuestros funcionarios a cambio de su omnisciente y pulcra mediación en nuestro día a día?

Yo, que me confieso abiertamente escéptico de todo funcionario público, siento temor cuando alguien sugiere delegarles la función de cuidarnos, de prevenir que nos detestemos los unos a los otros, de vigilar que seamos todos amiguitos. Por más benevolente y sofisticada que pueda ser una regulación, temo que detrás de sí viene oculta una pérdida de soberanía individual que al final del día cobra su factura cuando no podemos intercambiar o convivir con quien queramos de la forma en que lo decidamos.

En fin, así como todos somos geniales y maravillosos, nos podemos dar el lujo de ser o muy escépticos o peligrosamente crédulos. Ya que tengo su atención y aprovechando esta dicotomía, me gustaría hacer una petición de ley a mis nobles legisladores:

Solicito una ley que prohíba pedirle todos los días al Estado que viva la vida por nosotros, carajo.

*Colaborador de El Diario de Hoy.