Delincuencia y corrupción

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"Duelo de perdedores", tras haber caído entre semana, caleros y opicanos buscarán reivindicarse en Metapán.

/ Foto Por EDH / Archivo

Por Por Carlos Mayora Re*

2015-04-10 6:30:00

Aunque estamos sumergidos en una crisis provocada por los asesinatos diarios, a pesar de la percepción generalizada acerca de que el principal problema que tenemos es la inseguridad, y no obstante la opinión de los que achacan la violencia a factores meramente económicos, o de distribución de riquezas y proliferación de pobrezas; cada vez me voy convenciendo más de que por encima de la incapacidad de algunos funcionarios, o del empoderamiento de los pandilleros, el principal problema (madre de todos los problemas) para vivir en paz, es la corrupción.

¿Por qué hay tanta corrupción? La respuesta no es única: ¿son culturales sus motivaciones? ¿De crisis de valores? ¿De ausencia de ley? ¿De impunidad?

Uno de los elementos clave para comprender la corrupción es el cambio que se ha dado culturalmente con respecto a la libertad. Actualmente se tiende a comprenderla casi exclusivamente como carencia de obstáculos para que cada quien pueda hacer lo que le venga en gana. Como ausencia de limitaciones para lograr lo que uno se propone. ¿Y si las limitaciones a mis deseos de enriquecimiento vienen de la ley? Me salto la ley ¿Y si mis principios morales me impiden tomar ventaja de mi puesto de trabajo para lograr beneficios económicos a mi favor? Cambio de principios morales ¿Y si mi dignidad, el respeto que debo tenerme a mí mismo, me impiden actuar de manera deshonesta? Me vuelvo un sinvergüenza ¿Y qué?

Por contraste, la conceptualización de libertad que ha cedido su puesto a la nueva perspectiva, era aquella que veía a la persona libre como a alguien racional, sabio y virtuoso. Libertad que implicaba ausencia de límites también, pero solo de aquellos que nos impedían actuar como debíamos hacerlo.

La paradoja se da en que de acuerdo al concepto actual de libertad, las personas virtuosas no serían libres, pues para el honesto robar estaría impedido por su conciencia… Pero las cosas no son tan simples. Hagamos una comparación: supongamos que la libertad es como la salud. Si una persona pretende hacer con su cuerpo lo que le da la gana, sin ningún tipo de límites y dando rienda a sus deseos, encontraría la muerte más temprano que tarde. En cambio, quien comprenda mejor cómo está constituido su organismo y se adapte a sus exigencias: de alimentación, descanso, limpieza, etc. En un primer momento dará la impresión de que es “esclavo” de la biología. Pero, bien mirado, el verdadero cautivo no es quien vive sanamente, sino el que dejándose llevar por su capricho es incapaz de negarse alimentos, bebidas, excitantes, etc., que terminan por llevarlo a la tumba.

La libertad es imprescindible para el ser humano. Pero no cualquier libertad. Un ejemplo más: nuestras articulaciones tienen un rango natural de funcionamiento. Si en un momento dado alguien se disloca la clavícula, su hombro tendrá un alcance mayor de flexión, pero a nadie se le ocurre decir que es ahora más libre… De hecho, duele, y si hace caso omiso al dolor puede terminar inutilizando la articulación. Un poco de eso le pasa al corrupto: al principio sabe que no debe actuar como lo hace, pero entusiasmado con el alcance de sus “vivezas” termina por hacerse daño a sí mismo, llevándose de encuentro a muchas personas, tantas más cuanto más alto sea su lugar en el aparato burocrático, o su posición sea de influencia en la sociedad.

En una sociedad de personas corruptas es mucho más difícil erradicar la violencia y acabar con la impunidad. Porque quienes deberían detener el crimen (y no hablo solo de funcionarios) conviven diariamente con otros delitos (la pura y dura corrupción) que aceptan y promocionan, y así no hay sociedad que salga adelante.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare