Durante el siglo XVIII en Europa Occidental habían muchas incidencias intelectuales denominadas Ilustraciones– y no solamente una, como acostumbran decir los libros de historia y filosofía.
Francia vivió su Siglo de las Luces antes de su Revolución en 1789; Alemania vivió su Aufklärung; Escocia e Inglaterra fueron influenciados profundamente por la Ilustración Escocesa, y las colonias inglesas que iban a formar los Estados Unidos de América fueron muy influenciadas por todos estas tendencias hasta que se habla de la Ilustración Americana que ayudó a formar su primera Constitución, base de su formación como Estado.
Además, durante la primera parte del siglo XVIII, la política y la economía política no eran todavía consideradas como una materia por aparte; formaron una parte dependiente de la disciplina académica denominada la filosofía moral. El estudio del gobierno formó parte del estudio de la jurisprudencia. Eso era el caso durante la Ilustración en Inglaterra y Escocia.
Es que se había aparecido en el horizonte político de Europa Occidental el fenómeno del comercio internacional. Y la riqueza obtenida del comercio internacional por los Estados modernos que conformaron a Europa apareció como un fenómeno tan enorme en la construcción de los estados que ya no se pudo considerarlo como opuesta a la virtud, así como había sido en el modelo clásico del polis griego—que comenzó a ser considerado un modelo obsoleto. Ni el pensador más importante del Renacimiento Europeo, Nicoló Maquiavelo, había incluido el comercio como factor en la composición del Estado.
En el escenario del siglo XVIII, donde se figuró el comercio en su creciente grandeza, la virtud política que antes reinaba como el guión político, fue remplazada, simple y sencillamente, por instituciones de la esfera pública, confianza en el progreso, y la esfera social de la sociabilidad junto con la urgente necesidad de una constitución mixta, bien balanceada (como había propuesto el muy consultado historiador griego, Polibio, en sus Historias). Estas consideraciones reemplazaron la libertad de la república clásica y sus ciudadanos-soldados. En fin, llegando al siglo XVIII en Europa Occidental, el comercio internacional, la paz y la prosperidad con sus instituciones públicas reemplazaron el modelo del Estado basado en la conquista militar y expansión.
Las modalidades de razonamiento y pensamiento de los períodos denominados Ilustraciones de todos los países de Europa y del Hemisferio Atlántico fueron obligados a cambiar de canales y frecuencias. Comenzaron debates públicos sobre las posibles trayectorias económicas de los estados modernos en este nuevo ámbito de riqueza como factor en el desarrollo de un Estado producido por comercio. Es que, ahora, el nuevo panorama mundial basada en el comercio, tenían que encontrar principios morales que ninguna persona racional podía negar. Y eso, dado los nuevos desarrollos de riqueza basada en el comercio internacional que no se pudo ignorar. La moralidad ahora no pudo ser construida en una base enteramente teológica o racional—es decir, la razón desnuda impuesta desde arriba. Con los aportes a la construcción de un Estado que brindaron el comercio, la consideración de la moralidad tenía que ser tomada en cuenta en el cuadro político.
“El espíritu del comercio, intentó asegurar sus ganancias, y ha liderado el camino a la sabiduría política” [Adam Ferguson (1723-1816)]
El desarrollo comercial de Europa trajo consigo beneficios políticos sustanciales. Los ataques y retos contra el comercio rezagados desde la Antigüedad y la Edad Media, que constataban que el comercio (que implica la usura) llevaba a las naciones a la corrupción por la riqueza, aunque no surgió del abuso de los artes comerciales solamente, declaró el filósofo escocés Adam Ferguson: requería, dijo, la complicidad de una situación política.
Ahora, al otro lado del Canal de la Mancha, en Francia, los philosophes consideraban que era su tarea emancipar todo el sistema político de sus tradiciones corruptas y hacerla consonante con la razón. Barrer los sistemas legales, irracionales y opresivos de las políticas económicas y de la Iglesia Católica de una sola vez era la orden del día en 1789. Para los philosophes, el reino de la razón iba a liberar a la humanidad de la injusticia y de la miseria y dirigir, por medio de la Revolución Francesa, al pueblo francés, forzosamente, hacia la felicidad y la virtud.
Regresando al Norte de la Isla Esmeralda geográficamente frente a Francia al otro lado del Canal de la Mancha, a las Universidades de Glasgow, St. Andrews, Aberdeen y Edinburgh, los profesores David Hume y Adam Smith desarrollaron y adoptaron la idea de que se debía reformar las instituciones existentes paulatinamente y no destruirlas para, después, reconstruirlas desde cero en una manera racional impuesta por el Comité de Seguridad Nacional en París.
De otro modo, los profesores de la filosofía moral, David Hume, Adam Smith, y Adam Ferguson y otros filósofos e historiadores escoceses querían cambiar la manera del pensamiento de los hombres y no destruir las sociedades para después reconstruirlas en forma cuadrada, basada en modelos pre-moldeados por la razón sin consideración para la moral. Los filósofos escoceses no querían imponer las reformas de un solo y limpiar completamente a los Estados políticos e instituciones legales para conseguir una tabula rasa.
No, en Escocia, prefirieron implementar las reformas graduales diseñadas en base a la moralidad. Como declaró David Hume en su Tratado sobre la Naturaleza Humana: “La moralidad no puede ser enteramente y exclusivamente racional”. Eso no implicaba la imposición de ideales abstractos sobre la sociedad y la humanidad desde arriba. Pero, sí, se expresaron explícitamente opuestos a cambios políticos sin consideraciones morales—o sea, los de Escocia e Inglaterra se opusieron a la imposición de cambios radicales y abruptos.
He aquí el pensamiento de David Hume al respecto: Que la moralidad de la gente los anima a actuar en modalidades definidas y, ya que la razón en sí no era un motivo de acción, la moralidad no puede ser completamente racional, excluyendo consideraciones morales. Más, Hume declaró que “La razón es y deberá ser solamente el esclavo de las pasiones” (A Theory of Human Nature (1739)).
Ahora Inglaterra y Francia, ambos, asesinaron, ejecutaron a sus reyes antes del evento mítico de la Revolución Gloriosa de 1688, supuesta fuente del Estado moderno democrático. En contraposición a los eventos violentos cometidos en nombre de la Liberté, Egalité, Fraternité durante la Revolución Francesa, que desembocó en el Reino del Terror y las Guerras Napoleónicas, los de Escocia, y algunos de Inglaterra, balancearon la filosofía moral con el objetivo de construir una sociedad civilizado por medio del aumento de la riqueza de las naciones y la comercialización de una sociedad libre de relaciones feudales y engaños basadas casi en el totalitarismo–como el mercantilismo. Estas ideas fueron investigadas en la obra de Adam Smith: Una Investigación sobre la Naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776).
Estos procesos y pensamientos históricos y analíticos de los filósofos escoceses hacen claro el hecho de que el capitalismo y la tolerancia tenían que ser íntimamente intercaladas y, por lo tanto, había una conexión profunda entre el capitalismo y las Ilustraciones en ambos lados del Canal de la Mancha.
Para explorar las posibilidades del vínculo entre la riqueza producida por el comercio y las ideas y proyectos propuestos por las Ilustraciones requería nuevos espacios que sirvieran para discusión de estos asuntos que ya no eran solamente ideas, si no propuestas sobre como construir Estados y gobiernos.
Pensando sobre la ampliación del comercio que hizo ricas a las naciones, surgieron ideas y propuestas que eran temas candentes debatidos entre les philosophes franceses y los hombres de letras británicas: ambos intentando influenciar los asuntos de interés público por medio de sus escrituras y publicaciones, ya disponibles en forma impresa y publicados y disponibles en las calles, en los coffee houses y en los salones.
La opinión pública, entonces, era un producto de estas nuevas investigaciones e instituciones, por medio de las cuales las masas del pueblo pudieran familiarizarse con cuestiones de como formar gobiernos.
Imprentas, casas de publicaciones, clubes de lectores, periódicos y revistas mensuales sobre temas específicos comenzaron a aparecer en el mercado comercial y popularizaron nuevas ideas y propuestas políticas, económicas, culturales e institucionales, y reportaron sobre asuntos que fueron discutidos ahora entre el pueblo democráticamente en espacios públicos de sociabilidad.
Así como en Francia, el objetivo era de sacar la filosofía de los gabinetes y bibliotecas para que pudiera vivir en los clubes, coffee houses y asambleas populares. La primera publicación sobre estos temas apareció en Londres: The Spectator, primer periódico de este tipo en Inglaterra apareció en 1711. Además, siempre había tráfico de debates e ideas, entre ambos lados del Canal de la Mancha, igual como el comercio en publicaciones traducidas a las lenguas respectivas entre las Ilustraciones francesas e inglesas. La moralidad del comercio figuraba prominentemente en las páginas impresas y en las discusiones y debates de nuevas ideas sobre instituciones gubernamentales—especialmente sobre si se requería una revolución tipo francesa o si había otra manera de hacer las cosas por medio de reformas profundas y estructurales, pero graduales.
El mismo Voltaire, philosophe francés, quien, por un tiempo residió en Inglaterra por varias razones, publicó sus Lettres Anglaises [Cartas Inglesas] en que presentó su dibujo del London Royal Stock Exchange que Voltaire, amante de todas cosas inglesas, presentó como una defensa del mercado—el mercado que condujo a la tolerancia, ya que, como argumentó, la búsqueda para la ganancia hizo que los hombres sean más tolerantes unos de otros—que era un beneficio a la humanidad y ya no una práctica como un incipiente Estado de guerra entre naciones. El comercio, entonces, argumentó Voltaire, produjo la riqueza en una manera pacífica.
Estas mismas ideas había declarado Hume en sus Ensayos sobre la moral y la política (1741-2), donde argumentó para la prosperidad material y sociabilidad como base de la civilización. Adam Smith en su Riqueza de las Naciones (Wealth of Nations), quien investigó las fuentes y orígenes de la riqueza de las naciones que todos vieron a su alrededor y aprobó, por toda la humanidad y todos los siglos después, la posibilidad de que la riqueza de una nación proveyera riqueza y bienestar a sus poblaciones.
No obstante, Hume y Smith con sus énfasis en la moralidad como componente, y no solamente en la razón desnuda e impuesta, encontraron sus antagonistas obvios en los que se denominaron racionalistas morales.
Los que se basaron solamente en la razón para la construcción de las sociedades, consideraron que la razón humana podía comprender y deducir estándares eternos y reglas morales, derivadas de la razón pura, de lo que era bien o mal.
Este debate continua hoy, y el filósofo inglés, G.E. Moore, todavía podía preguntar públicamente en 1916: “¿De dónde viene la ética?” Sencilla y chocante la pregunta en términos gramaticales, pero profunda en sus implicaciones y resonancias para los debates políticos que siguen hoy.
David Hume, amigo íntimo de Adam Smith, ambos representantes de la Ilustración Escocesa, visitaban a los salones de Francia en varias ocasiones. Hume, aunque era enormemente obeso, conversaba tan agradable e inteligentemente, que las mujeres de los salones franceses se enamoraban de él por su plática intrigante, elocuente y amena. Mientras tanto, los cortesanos franceses, presentes en los mismos salones y discusiones, se vestían elegantemente; eran, físicamente bien proporcionados, esbeltos y eminentes, se quejaron, envidiosamente, de la atención de que Hume gozaba: “And the Word was made flesh” [“Y la palabra fue hecha carne”], dijeron los intelectuales franceses. Y esa es una ilustración—sin intención de un juego de palabras–de que el bien y el mal son, en última instancia, derivados de los sentimientos y no de la razón desnuda.
FIN