A principios de noviembre, doña Delma vio por última vez a su hijo. El muchacho anhelaba las vacaciones para irse a la casa de su padre, en la urbanización La Cima en San Salvador. Ábner había pasado todo el año en el cantón El Cedro, en Panchimalco, apoyando a su madre en la siembra de maíz y frijol y ayudándola a criar a sus seis hermanos, entre los 13 y los dos años.
Había cursado el sexto grado y según su mamá, le gustaba mucho la escuela, incluso tocaba la trompeta en la banda de paz. Sin embargo, el lunes pasado a doña Delma se le vino el mundo abajo.
Un muchacho de la misma edad de su hijo llegó a avisarle que Ábner había desaparecido. Ábner salió a eso de las 10:00 de la noche del domingo 14 de diciembre de la casa de su padre, a una tienda, y nadie volvió a verlo.
El lunes 15, doña Delma abandonó de madrugada su humilde vivienda y fue poner la denuncia en la Policía sobre la pérdida de su hijo.
El martes llegó a Medicina Legal, donde abrazaba la foto de su muchacho esperando una respuesta. A las 4:00 de la tarde en la morgue de ese lugar, reconoció al mayor de sus hijos. “Tenía siete disparos, ¡me lo mataron!”, alcanzó a decir un día después de haber reportado su desaparecimiento.
Al caer la noche del martes, ella lo recibió de nuevo en sus brazos, era un cuerpo lleno de balas y con la ropa rota… Lo había perdido para siempre… “Ya no voy a ver nunca más a mi hijo”, dijo mientras preparaba su entierro.