No se resuelven problemas tirándoles dinero encima, como tampoco se solucionan con más burocracia. Con la mayor frescura del mundo y prepotente desfachatez, los rojos quieren incrementar en mil quinientos (si dicen mil quinientos seguro que piensan en tres mil) una plantilla que inflaron con casi treinta mil plazas, empeorando servicios y saqueando a los ciudadanos.
Como es lo usual, para cada barbaridad que anuncian se arropan en lo de siempre: con esa nueva horda de afines al régimen se va a mejorar —lo afirman sin sonrojarse— la asistencia de salud, la educación, los servicios públicos, etcétera. Pero lo usual es que el diputado rojo, o ex diputado, meta más parientes en las planillas estatales, el del partido en Olocuilta o San Juan Tepezontes quiera empleos para los incapaces en su alrededor, los activistas quieran pagar a más activistas y así hasta que llegue el momento en que el país colapse bajo el peso de los parásitos.
Aumentar la burocracia, según el que coordina a los comunistas, “es la política de empleo del régimen”, política que no consiste en alcanzar más eficiencia o hacer obra perdurable o desinflar el aparato estatal, sino en continuar metiendo gente y desplumar a los ciudadanos para lograrlo.
La tesis es una forma de analfabetismo económico: ignorar lo elemental de la buena administración.
En el mundo del trabajo, donde no se reciben subsidios y hay que vigilar de manera milimétrica los costos para no exponerse a un desastre, cada puesto de trabajo, cada incremento de personal se analiza, para que los contratados cumplan bien con específicas funciones y justifiquen su salario con lo que producen.
El sabio les señala la luna pero se quedan viendo el dedo
Ninguna empresa, a menos que sus directivos hayan perdido la razón, va a incrementar de golpe y porrazo, de la noche a la mañana, en cien, mil o diez mil el número de trabajadores, comenzando porque hay que asignarles tareas, capacitarlos, tener donde sentarlos, fijarles cuotas de producción, etcétera.
Lo que hay que pagar de Seguro, o para prestaciones, representa una cantidad de dinero que normalmente las empresas no tienen. De allí que los incrementos en las plazas sean graduales para dar tiempo a la organización a absorberlos y obtener un rédito.
Pero sólo en la cabeza de alguien como Funes cabe que anunciar un incremento de veinte mil plazas de la noche a la mañana —léanlo bien, veinte mil—, es de interés nacional. ¿Dónde los habrán sentado, dónde consiguieron máquinas de escribir o equipos para que hagan algo útil?
Es seguro que esa masa de contratados siga en sus casas pero recibiendo un cheque.
El grave problema es que quien coordina a los comunistas, como asimismo la mayoría de funcionarios del régimen, no logran comprender lo fallido de sus políticas, no entienden cómo opera la producción y cómo funciona una economía. Y aquí vale recordar lo que dijo Confucio del hombre que señala a la luna con el dedo; los entendidos contemplan la luna, pero los necios se quedan viendo el dedo.
Y la mejor prueba de que el régimen “no mira más allá del dedo” es que los presupuestos se justifican con repartos, en dar a algunos pasajeros beneficios (ahora ya hablan de “hambrientos”) pero sin que quede obra tangible y perdurable, bienes que sean autosostenibles y que día tras día contribuyan a mejorar la calidad de vida de la población.