¿Hace algún tiempo escribí sobre lo que significa ser expatriado, irse de su país y no volver… ? Por lo general así sucede cuando tomas la decisión de emigrar y dejar atrás la que fuera tu madre patria. No es fácil para nadie, hay que admitirlo, aún cuando la esperanza de una mejor vida nos alienta y nos llena de ilusión.
Como mencione anteriormente desde pequeña he sido un expatriada. Por motivos profesionales mis padres nos hicieron recorrer el mundo casi como unos gitanos, lo de casi es por la vestimenta, dicho de paso me hubiese encantado tener algún traje de esos tan espectaculares.
A lo largo del recorrido uno aprende muchas cosas, al principio las comparaciones son bastante odiosas, cuando uno extraña hasta lo malo es mejor que cualquier cosa… después vas entendiendo que no es tan malo , por último te adaptas.
Ya grande me tocó llegar a El Salvador, un país más al que debería aprender a adaptarme, cosa que no me cuesta en realidad. Mi lema siempre ha sido que un país te recibe dependiendo de cómo tu llegues y eso tiene que ver con la actitud, que en mi caso era muy positiva, aunque El Salvador ya tenía fama de ser un lugar bastante peligroso.
Y heme aquí ocho años después en este hermoso país, que como todos tiene sus problemas, muy serios algunos, menos algunos otros. La verdad nunca espere sentirme tan en casa cuando llegué y no lo digo por compromiso, es que para mi familia El Salvador es nuestro hogar, no tenemos planes de ir a ningún lado, aquí nos queremos retirar y ver crecer la familia.
Para algunos parecerá una locura para otros no. Se preguntarán ¿por qué? Y es que este es un país de gente amable, lleno de lugares hermosos que quedan todos a menos de tres horas, puedes desayunar en el mar y almorzar en el volcán. Subir al Pital y disfrutar de un clima único. Tengo la posibilidad de trabajar, estar con mi familia y disfrutar de mis amigos sin las complicaciones de una gran ciudad.
La gente se queja de que es pequeño, para mi es acogedor, conozco a la gente del automercado, de la gasolinera, tengo a don Julio -el que me vende la lotería- y con quien filosofamos de la vida de vez en cuando. He conocido gente fantástica que se ha convertido en mi segunda familia y si bien extraño a los míos tampoco estoy tan lejos de ellos, porque esa es otra característica de este lindo país ¡está como en medio de todo!
Agradezco de la oportunidad que tengo de ver crecer a mi hijo, de conocer a sus amigos y sus familias, poder compartir con ellos. Ningún país es perfecto, depende de quienes lo habitan hacerlo cada día mejor y creo que esa es tarea de todos los que aquí hacemos vida, aunque solo seamos residentes permanentes.