La historia de Teresa Cardenal, una española en El Salvador

Cada vez que alguien me pregunta: ¿cómo acabó una española en El Salvador? Me viene a la cabeza la famosa canción de Sting An english man in New York. No sé si es por lo irónico de la situación o porque escuché demasiadas veces esa canción en mi adolescencia.

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elsalvador.com

Por Mujeres

2014-10-29 8:00:00

Por Teresa Cardenal

Vivir en El Salvador, no es vivir en cualquier país; es vivir en uno de los países con más contrastes que he conocido. Llegué hace 12 años, con 24 añitos, llena de vida y con sed de aventuras. Mis amigas ya me presagiaban que me iba a casar con un salvadoreño, pero yo no apostaba en absoluto por ello (aclaro que mi no apuesta no tiene nada que ver con que si los salvadoreños son guapos o feos sino con el hecho de que por aquel entonces la idea de casarme se me antojaba lejanísima).

Me instalé en un apartamento para mi solita en la Escalón y me levantaba todos los días para ir a trabajar a Soyapango. Primer contraste. Mis recorridos eran como para escribir libros y más libros de sociología y geografía humana y hacían que mi personalidad fuera variando varias veces durante el trayecto; salía de casa relajada y adormilada y llegaba a mi trabajo como si me hubiera bebido siete ‘red bulls’.

Pero no todo iba a ser trabajar. Desde el principio conté con un grupo de amigas y amigos (sí, las niñas siempre van primero) con el que recorríamos el país parrandeando: el lago de Coatepeque, el mar, Suchitoto, Apaneca, todos los bares de San Salvador… Yo me sentía libre y feliz, quizás Madrid hasta cierto punto me ahogaba por tantas formalidades y frialdades y en cambio en El Salvador, no. La gente de aquí es cariñosa, afectuosa y educada y eso a los extranjeros nos engancha.

Mi año se acababa y era hora de volver, pero quería alargar esta especie de año sabático “en el trópico”, así que me despedí del hasta entonces mi “queridísimo Soyapango” (no interpreten esto con ironía, de verdad acabé encariñándome con esa ciudad tan intensa y complicada, quizás porque me enseñó a ser más fuerte y a no dejarme amedrentar ante nada) y cambie de cancha.

En esta segunda “chamba” me propuse estar seis meses máximo antes de regresar a mi patria. Pero no pudo ser… encontré a un salvadoreño que me embaucó y con el que decidí pasar el resto de mi vida.

Ahora viene una parte de contrastes brutales; por un lado, celebrábamos todos los días nuestra despedida de soltería con nuestra gente, pero al mismo tiempo, había una especie de nube social que sobrevolaba mi cabeza y que se dedicaba a ahogarme en cada detalle de mi futura nueva vida. De pronto, todo el mundo opinaba sobre mi vida, gente que incluso no conocía mucho me daba consejos no pedidos confiando probablemente en que me iba a salvar de una criba social.

A partir de ese momento y hasta el nacimiento de mi primer hijo, mi vida se convirtió en un vitrina social con la que yo me peleaba todos los días y mi amor por estas tierras, fue desapareciendo. Y es que en este país todo tiene que ser público, forma parte de la esencia ancestral y no hay manera de sacarse esto de la cabeza, algo que para los europeos concretamente, es algo surrealista.

Pero poco a poco renací de mis cenizas, me paré con toda mi fuerza aprendida en Soyapango y mi alegría vivida con mis numerosas amigas/ hermanas y amigos/hermanos y seguí adelante.

Hoy, felizmente casada y con tres hijos pequeños puedo decir que El Salvador es un país delicioso para vivir pero también pone a prueba la paciencia de cualquiera por sus convencionalismos sociales y sus eternos contrastes.

Encuentra todas las historias en nuestro especial: Salvadoreñas por adopción