“El Señor se apresuró a sacarlo de en medio de la maldad”

Este es el testimonio de alguien que estuvo cerca de Edwin, conoció sus sueños y sus deseos de servir a Dios. Esa fe, que ambos compartían, es la que ahora brinda consuelo a sus hermanos ante la pérdida del joven

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Edwin Carpio, de 21 años, tocaba la guitarra y era salmista.

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2014-08-01 8:00:00

“El pasado jueves al despertar la primera noticia que recibí me estremeció: “Dentro de un microbús mataron a Edwin Carpio, hermano de las comunidades”.

Su rostro moreno y sonriente vino a mi mente. Lo conocí hace unos tres o cuatro años cuando recibió catequesis en una parroquia de San Salvador, aunque vivía en San Pedro Perulapán. Fue de los primeros en llevar la guitarra a la Eucaristía de los sábados, pues parecía que ya se sabía algunos salmos.

Su voz suave, pero bien entonada, contrastaba con nuestra costumbre de cantar fuerte, casi gritando. Edwin no gritaba. Sonreía y hablaba lo justo. Quizá por eso, cuando empezamos a decirle que hiciera el salmo responsorial se puso un poco nervioso, los nervios lo traicionaron, pero luego se repuso. Poco a poco le confiamos más cantos.

En la Cuaresma de 2013 mi casa de convirtió en el punto de reunión para ensayar los cantos para la Vigilia Pascual. Edwin estuvo en casi todos los ensayos, aceptando al final lo que hubiera para cenar: una pupusa o dos pastelitos.

Un simulacro de cena necesario pues él y el resto, llegaban de trabajar.

Tras graduarse de bachiller, aprendió tapicería con unos hermanos de su comunidad: la 12 Comunidad de La Resurrección. Trabajó con ellos algunos meses, después, empezó a trabajar como cajero en un supermercado. Nunca fue un joven sin oficio.

Cuando venía el tiempo de Adviento o de Cuaresma y se daba la oportunidad de llegar a eso de las 5:30 de la mañana a rezar a la parroquia, no era raro encontrarlo ahí.

Durante algunos meses asistió al “preseminario”, un grupo vocacional donde los jóvenes que creen ser llamados por Dios al sacerdocio se reúnen para rezar y ser orientados, a fin de descubrir si esa es su verdadera vocación. A él le dijeron que esperara. Yo creí que había renunciado a esa idea, pero su familia ha dicho lo contrario. Lo cierto es que quería hacer la voluntad de Dios, fuera como sacerdote o como padre de familia.

En estos tiempos donde la gente ha olvidado los buenos modales, la consideración y la cortesía hacia las personas mayores, Edwin era una excepción. Siempre que lo corregí fue dócil. Siempre que lo vi, sonreía.

Creo que si la muerte fuera algo merecido, él no la merecía. Pero la muerte es lo más seguro que tenemos en esta vida y en este país. Lo único que me consuela de esta pérdida es saber que él, como yo, creía en la vida eterna y que hacia ella se dirigió al recibir esos disparos.

Una vez, ante la muerte de una compañera de trabajo, un joven me pregunto: “¿Por qué se muere la gente buena?”. No supe qué responder. Ahora yo me he preguntado: “¿Por qué se muere la gente joven?”. No encuentro más respuesta que la de unos versículos del libro de Sabiduría: “Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiera su inteligencia ni el engaño sedujera su alma. (…) Llegado a la perfección en poco tiempo, alcanzó la plenitud de una larga vida. Su alma era agradable al Señor, por eso, Él se apresuró a sacarlo de en medio de la maldad”.