Los judíos y los ciclistas

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Por Por Carlos Mayora Re*

2014-08-15 6:00:00

Las últimas semanas, la ofensiva que el ejército israelí ha llevado a cabo contra los terroristas de Hamás ocultos en Gaza ha ocupado la atención mundial. Los ataques han dado pie, además, a renovadas expresiones de odio contra los judíos, a rebrotes del secular antisemitismo que permanece larvado en la conciencia colectiva en Occidente.

En las calles de algunas ciudades europeas la gente ha salido a protestar, pero lo que en principio tenía como finalidad manifestar repudio contra la ofensiva militar, rápidamente y casi sin excepción se convirtió en ataque contra los judíos. Así, en general, los judíos. Sin hacer distinciones si se está en contra de los que gobiernan el Estado de Israel, los militares que han decidido el ataque indiscriminado a las ciudades en Gaza, a los exaltados que atacaron a un joven palestino y le prendieron fuego por el hecho de serlo… No importa. Siempre es más fácil atacar maniqueamente a un enemigo encarnado en una etnia, una religión o una ideología que tratar de pensar y distinguir. El odio no piensa, y la multitud aborregada solo obedece al grito del líder de turno.

Pero ¿es que no se puede estar en desacuerdo con el ataque que los habitantes civiles de Gaza están sufriendo a manos de un ejército profesional? Claro que sí. Pero de allí a condenar a todo un pueblo, a resucitar los viejos fantasmas que expulsaron miles de judíos de las llanuras rusas, y que a su vez obsesionaron a Hitler, hay una distancia muy considerable.

De la misma manera, realizar un análisis de las acciones que el ejército de Israel realiza contra los terroristas de Hamás, y opinar que hay razones político-militares para llevarlas a cabo, no es convertirse en pro semita, o sospechoso de que uno la va a emprender a tiros contra la primera persona que defienda a los palestinos.

Las razones del antijudaísmo, llamado a veces “el odio más antiguo”, han ido variando a lo largo de la historia. Desde la incomprensible manía humana de rechazar al diverso –origen de toda discriminación–, el antisemitismo ha sido alimentado por razones religiosas, económicas, de odio y envidia, supersticiosas y fantásticas, y no pocas veces fomentadas desde los salones de los tronos o los pasillos del poder. Organizar pogromos fue durante mucho tiempo una manera sencilla para los que gobernaban de reafirmar el propio poder, y al mismo tiempo deshacerse de súbditos incómodos o simples acreedores.

Sin embargo, cuando se analizan con rigor las razones de la obsesión antijudía, tal como han señalado Adorno y Horkheimer en su célebre “Dialéctica de la ilustración”, uno se da cuenta de que la fuerza de las ideas antisemitas no radican en su correspondencia con la realidad, en su racionalidad, sino en todo lo contrario: en la fuerza del mito.

Un poco de todo esto nos pasa también por aquí. Cambie usted donde dice judío y ponga neoliberal, y encontrará que poco a poco hemos ido formando un imaginario colectivo que hace que palabras como “derecha rancia” u “oligarquía”, por ejemplo, se hayan convertido en armas arrojadizas que terminan por hacer tanto daño a quienes las utilizan, como a quienes las escuchan. Más por el odio con que las hemos cargado, que por la realidad que significan.

Para terminar, una licencia. Se cuenta que después de la carnicería de la Gran Guerra, a principios del siglo pasado, un antisemita decía a su interlocutor: “La culpa de todo esto ha sido, no hay duda, de los judíos”. “Sí, de los judíos y de los ciclistas”, le responde el otro. Extrañado el primero le pregunta “¿Por qué los ciclistas?”… “¿Por qué los judíos?”, replica el segundo.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare