¡Bienvenida a los 30!

Antes de que alguna que me conozca ponga el grito en el cielo y me acuse de estarme quitando años, debo aclarar que el mes que viene cumplo 31 años. Tengo casi un año de haberme propuesto este tema, pues el día que cumplí los treinta todo mundo me dijo: Bienvenida a la mejor década de tu vida! Y yo aquí... sigo esperando

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elsalvador.com

Por Marcela Gutiérrez

2014-07-02 6:20:00

Yo no entiendo por que ahora dicen que los treinta son los nuevos veinte y los cuarenta nuevos treinta. ¡No señoras! Los treinta son y serán siempre los treinta, los cuarenta los cuarenta y así sucesivamente. Este tipo de afirmaciones solo dan falsas esperanzas a las que estamos a punto de descubrirlo de primera mano.

A los treinta todo cambia me decían otras. ¡Y vaya que cambia! Eso que te dicen que aprendes a amar tu cuerpo con todos sus defectos y es cuando más cómoda te sientes con él, es en gran medida una mentira fabricada para no tener que decirte que mejor te des por vencida.

Para empezar, desde que cumplí treinta años mi báscula parece haberse arruinado y no hay forma de arreglarla, pues cada mañana cuando me peso, la miserable aguja continua marcando más y más. Solo por precaución y, en el remoto caso de que esto no fuera realmente un error mecánico del aparato, en los últimos meses he visitado tres nutricionistas distintas con la esperanza de que sus básculas funcionen como la mía hace cinco años, pero al parecer las tres coinciden en que tengo un “metabolismo perezoso”.

Yo en lo personal, culpo a los treinta. He intentado hacer más dietas que Kate Moss, jugoterapias y dietas de desintoxicación, consiguiendo sólo comer como degenarada el día que la quiebro y vuelvo a probar bocado.

Recuerdo cuando tenía veinte años y podía “tragar” lo que se me antojara sin engordar una onza. Cuando se acercaba una boda o alguna ocasión especial en la que quisiera lucir algún numerito sexy, cenaba una ensalada dos o tres noches antes del evento y perdía tres o cuatro libras como por arte de magia.

Incluso cuando tuve a mi hija – a los veinticinco años- recuperé mi figura en un abrir y cerrar de ojos. Ahhhh celebré prematuramente, salí invicta. Cuando creí que había superado la máxima prueba de la madre naturaleza: llegaron los treinta. Ahora para perder cinco libras debo hacer el esfuerzo que hubiera hecho hace diez o cinco años atrás para no ir tan lejos si hubiera querido perder veinte.

Del cutis ni hablar, a estas alturas de mi vida he conocido los granitos, que cabe decir no tuve ni en la cúspide del alboroto hormonal propio de la adolescencia. Según mi dermatóloga la constitución de mi cutis ha cambiado (nuevamente gracias a mis amigas las hormonas) y ahora debo usar productos para piel grasa. A mis treinta años estoy usando los mismos productos que una quinceañera, sin las ventajas obvias de la edad. Mis poros ahora son del tamaño de los baches de las calles de esta ciudad en invierno, pre-trabajo de recarpeteo y he descubierto esos papelitos mágicos que absorben la grasa y quedan francamente asquerosos después de pasarlos por mi rostro.

Y las arrugas, las pinches arrugas… A los veinte eran líneas de expresión, hoy hay que llamarlas por lo que son: arrugas. Antes entraba a un almacén y las vendedoras de cosméticos atacaban a mi madre, ahora parezco ser el retrato hablado de la comsumidora ideal. Algunas vendedoras todavía tienen el corazón de ofrecerme productos preventivos, pero otras después de una fugaz y francamente injusta evaluación (¿a quien le favorece la luz blanca?) de la delgada piel de mis ojos me ofrecen sin piedad alguna productos correctivos.

Ahora incluso mi vocabulario se ha expandido y domino con total propiedad términos como colágeno, retinol, elastina, “peeling”, efecto “lifting”, reafirmante y para el cuerpo spanx, push-up…

“Al cumplir treinta te sentirás revitalizada y llena de energía”, decían algunos blogs y revistas. Hace cinco años podía desvelarme hasta las tres de la madrugada, tomarme cuatro copas de vino, un par de cosmopolitan, bailar toda la noche y a la mañana siguiente amanecía fresca como una lechuga. Pues bien, ahora sigo amaneciendo como lechuga, pero aquella que ha estado tres días sin refrigerar. Dos copas de vino son un dolor de cabeza seguro a la mañana siguiente. Me molesta el humo del cigarro, pido que le bajen a la música, debo abrigarme para evitar un resfriado seguro y francamente no aguanto los tacones más de dos horas seguidas; siendo el momento que llego a casa a quitármelos el highlight de mi noche.

Pero el peor y más reciente enemigo de todos lo descubrí hace unos meses. Allí, escondidita, creciendo en silencio, esperando a ser descubierta con el respectivo alarido de horror encontré mi primera cana. Decidí no arrancarla por si acaso es cierto el dicho “si arrancas una cana crecen siete más en su lugar”.

Los treinta son los treinta, y lo que no puedes esperar es tomar como cuando tenías 18, comer pizza y papas fritas tres veces por semana o dormir cinco horas diarias sin que tu cuerpo, tu pelo y tu piel te pasen la factura. La verdad es que todo cambia, te crece pelo donde no debe, te salen granos donde nunca los tuviste, te sale celulitis en lugares en que no sabías que podía salir, se cae básicamente todo y nada vuelve a ser igual. Pero ¿quién dice que no puede ser mejor? Distinto, pero mejor.

Lo único que puedo asegurarte es que los 30, los 40, los 70 o la edad en la que te encuentres serán siempre el mejor momento para empezar a vivir tu vida al máximo. Si te van a salir arrugas, pues que sean de tanto reír. Así que a reír más se ha dicho, a llorar pero de felicidad, a apreciar las pequeñas cosas, a viajar un poco, a enamorarte… otra vez, a creer en ti misma, a hacer algo que te apasione, a no tomarte tan en serio ¡y a tirar de una buena vez por la ventana la báscula!